La paciencia tiene su recompensa: un argumento para pensar a largo plazo
| Por Cecilia Prieto | 0 Comentarios

Muchos de los que nos encontramos en el mundo desarrollado vivimos en una sociedad de lo inmediato en la que podemos conseguir lo que queramos siempre que queramos y del modo que queramos: podemos hacer la compra semanal con un clic y encontrar pareja deslizando a la derecha y con dos toques podemos reservar un vuelo a la otra punta del mundo. Esta inmediatez es, de numerosas maneras, enormemente beneficiosa: ahorramos tiempo, nos mantenemos conectados a las personas y tenemos acceso a más información que nunca.
Aunque facilita nuestras vidas, tener todo al alcance de las yemas de los dedos tiene un coste asociado. El cerebro humano está programado para obtener dopamina, la hormona de la felicidad. Según investigaciones de la Dra. Anna Lembke, catedrática de psiquiatría y ciencias de la conducta en la Universidad de Stanford, las dosis reiteradas de la dopamina que nos brindan los teléfonos inteligentes se traducen en un uso excesivo de nuestro sistema límbico (la parte del cerebro implicada en nuestras respuestas emocionales) y un funcionamiento más débil de la corteza prefrontal (que se encarga de controlar los impulsos, planificar a largo plazo y retrasar la gratificación). Este exceso de estimulación se puede traducir en sentimientos de agitación e impaciencia. Como explicaremos, nuestro argumento es que la paciente tortuga gana la carrera a largo plazo en lo que respecta a invertir en renta variable.
En el contexto de la inversión, una gratificación aplazada podría significar no caer en el ansia por dejarse llevar por la euforia de una burbuja en el mercado. Por ejemplo, evitar las acciones de estilo “growth” y más especulativas que subieron durante el repunte de las puntocom y mantener de manera sostenida una posición sobreponderada en consumo estable (que se habían quedado significativamente a la zaga) dio sus frutos en el desplome de dichas compañías que vino después, cuyos efectos se prolongaron desde marzo de 2000 hasta octubre de 2002. El índice MSCI World cayó un 43% desde máximos a mínimos, mientras que el sector de consumo estable, más defensivo, subió un 17% en ese mismo periodo, cerrando por delante del índice2.
Podría afirmarse que el entusiasmo por la inteligencia artificial está volviendo a poner a prueba a algunos inversores en la actualidad. Nuestro hincapié en compañías de calidad consolidadas con ganancias resilientes y la disciplina de resistir el ansia de perseguir repuntes a corto plazo siempre nos ha brindado mejores resultados a largo plazo.
Dadas las predisposiciones psicológicas de los seres humanos, no resulta sorprendente que se decanten por el corto plazo. El «sesgo del presente» es un extendido fenómeno en el que las personas se inclinan más por centrarse en los costes y los beneficios inminentes en lugar de en los que llegan con posterioridad. Por ejemplo, es probable que un consumidor con sesgo del presente tenga hábitos financieros menos favorables, por ejemplo, exceso de deuda y de gasto, y carencia de ahorros3. Por su parte, los inversores que caen en la «aversión miope a las pérdidas» se centran en exceso en el corto plazo, reaccionando negativamente a las pérdidas recientes a costa de las posibles ventajas a largo plazo4. Se trata de un factor contraproducente para el éxito de la inversión a largo plazo y pone de manifiesto la necesidad de ser conscientes de estos sesgos.
En un mundo que quiere todo ahora, somos firmes defensores del más adelante. Son necesarias disciplina y paciencia para lograr el éxito a largo plazo, como podemos afirmar. Nuestro enfoque fundamental bottom-up de alta calidad, nuestro horizonte de inversión a largo plazo y nuestra disciplina de inversión nos han permitido atender a nuestros clientes de manera satisfactoria durante más de dos décadas. Una perspectiva a largo plazo exige la capacidad de suprimir cualquier «sesgo del presente» instintivo, tal y como ponen de manifiesto la escasa rotación de nuestra cartera y nuestro hincapié en identificar compañías que no solamente obtengan altos retornos sobre el capital operativo hoy, sino que también los puedan mantener en el futuro, según nuestro criterio.
En el centro mismo de nuestro enfoque se encuentra nuestra firme creencia en el poder del compounding. La dificultad radica en encontrar compañías capaces de revalorizarse. No exigimos un crecimiento excesivo a las compañías, sino que aspiren a un crecimiento razonable sostenido que se pueda mantener con altas rentabilidades durante varios años. Una compañía que crece, digamos, un 4% al año, añadiendo otro 1% al crecimiento de los beneficios por la mejora gradual de los márgenes, combinado con una yield aproximada del flujo de caja libre del 5%, debería potenciar su valor en torno al 10% a lo largo del tiempo. La «regla del 72» sugiere que, de este modo, el capital se duplica cada siete años5. Una de nuestras posiciones en el sector de tecnologías de la información, un líder mundial en servicios de consultoría tecnológica, es un interesante ejemplo de compounding fiable, pues ha ofrecido un crecimiento de los beneficios por acción (USD) del 11% anual durante la última década gracias a un crecimiento orgánico de las ventas sostenido, impulsado por el aumento de los márgenes y la asignación de capital, mediante fusiones y adquisiciones y recompras6.
Un compounder de alta calidad gira en torno a un equipo de dirección capaz con visión a largo plazo. Dada la naturaleza generadora de efectivo de las compañías de alta calidad en las que invertimos, la dirección puede —y, en nuestra opinión, debe— reinvertir suficiente efectivo en ámbitos como investigación y desarrollo, marketing e innovación para velar por que el producto siga gozando de relevancia y resiliencia, y también asegurarse de que las rentabilidades derivadas de cualquier adquisición no orgánica sean lo suficientemente atractivas como para anteponerse a la posibilidad de devolver efectivo a los accionistas.
Exigimos que la tentación de cumplir los objetivos a corto plazo no distraiga al equipo directivo de la tarea a largo plazo de incrementar y mejorar los activos intangibles de la empresa. Un indicador clave es la remuneración de los ejecutivos. Dialogamos regularmente con la dirección de la compañía y sus consejos acerca de sus planes de incentivo a largo plazo y animamos a que estos se ajusten a los intereses de los accionistas a largo plazo, no a tácticas cortoplacistas como aumentar la deuda o llevar a cabo adquisiciones desafortunadas.
Existen evidencias de que mantener inversiones a largo plazo reduce la probabilidad de perder dinero: si analizamos el índice MSCI World entre 1970 y 2023, el 23% de los meses fueron negativos para un horizonte de inversión de un año, mientras que la cifra de rentabilidad negativa cae al 11% en el caso de un horizonte de cinco años y al 3% para periodos de 10 años (Gráfico 1).7. Tratar de programar el mercado es también una tarea descabellada. Según Bank of America, si un inversor se hubiera perdido los 10 mejores días del índice S&P 500 en cada década desde 1930, su rentabilidad total sería del 30%. Por otra parte, manteniendo la inversión en todos los ciclos económicos se hubiera obtenido una rentabilidad del 17.715%8.
En nuestras carteras globales concentradas de gestión activa, nos consideramos propietarios a largo plazo más que «arrendatarios» de acciones; buscamos compounders con poder de resistencia con una rotación anual de la cartera baja, de en torno al 20% anual. Fijándonos en las posiciones actuales de nuestra estrategia global insignia más antigua, nada más y nada menos que una tercera parte de la cartera se ha mantenido durante más de 10 años y en torno a dos terceras partes durante más de cinco años.
Tribuna de opinión de William Lock, responsable del equipo de renta variable internacional de Morgan Stanley IM, y Annabel Standford, analista de Morgan Stanley IM.