La ESG y la cooperación internacional: los retos pendientes
| Por Alba Menéndez | 0 Comentarios
Esta ha sido una década sorprendente para las inversiones sostenibles. Hemos asistido a la confluencia de acciones por parte de empresas, individuos y responsables políticos. Estos últimos han sido especialmente activos en los últimos tres años y el creciente poder de la regulación es un completo cambio de juego para la sostenibilidad, y para los datos sostenibles en particular. El famoso Reglamento de Divulgación Financiera Sostenible (SFDR, por sus siglas en inglés) es un listón cada vez más alto, no sólo para la divulgación, sino también para la disciplina y el enfoque relativos a los marcos sostenibles.
Durante los últimos dos o tres años, la atención se ha centrado principalmente en una sola dimensión: el medio ambiente y, en particular, el clima. Sin embargo, la crisis sanitaria ha demostrado el papel clave del pilar social y cómo las tres dimensiones -medio ambiente, social y gobernanza- están interconectadas, por lo que requieren un enfoque global. Esta ha sido siempre una convicción en DPAM.
La carrera hacia las emisiones cero no es solo una declaración
Casi todos los países se han comprometido a lograr la neutralidad de carbono en las próximas décadas. Esto tiene consecuencias económicas y financieras. En primer lugar, significa una retirada completa de los combustibles fósiles para 2050 y un agresivo proceso de descarbonización. En segundo lugar, supone un coste de inversión estimado en más de 5 billones de dólares al año hasta 2030, lo que requiere una financiación considerable.
Los últimos 5 años han sido años récord en cuanto a los llamados bonos verdes y emisiones similares. Esto es sólo un comienzo. Estos instrumentos deberían emitirse masivamente en los próximos años. Proporcionarán una mayor diversificación a los mercados. Ya sea atraídos voluntariamente por estos instrumentos o empujados por la normativa, los inversores son propensos a comprar activos «verdes» cuyas valoraciones empiezan a mostrar algunos signos de fuerte demanda.
De hecho, la taxonomía europea, entre otras cosas, impulsa a los inversores a comprar los valores que les permitan mostrar los mejores índices de alineación con los dos primeros objetivos del cambio climático (mitigación y adaptación). Los siguientes cuatro objetivos se han redactado recientemente.
A modo de recordatorio, la taxonomía pretende aportar claridad sobre lo que debe considerarse verde y ayuda a reasignar el capital hacia actividades económicas y empresas que contribuyan a los objetivos medioambientales alineados con la taxonomía.
Aunque las ambiciones de los países son importantes, para que tengan éxito deben lograrse a escala mundial. En este sentido, los resultados de la COP 26 no fueron tranquilizadores. «Una COP de los países ricos para los países ricos», como han afirmado varios expertos, y con un importante desfase entre las declaraciones oficiales de la primera semana y las conclusiones de la segunda.
Esto ha creado un contexto de desconfianza entre los países y, en particular, entre las economías desarrolladas y las emergentes, sin precedentes que las próximas conferencias tendrán que resolver rápidamente. La guerra por el liderazgo climático entre China y Estados Unidos ya está creando algunas tensiones geopolíticas. El fracaso de la COP 26 en varios puntos esenciales para la cooperación internacional y la desconfianza entre los estados reforzará dichas tensiones.
¿Qué pasa con el frente social y de gobernanza?
El impacto de la regulación en cuanto a los requisitos sociales y de gobernanza ha sido bastante limitado por el momento, especialmente en la valoración.
En el ámbito social, la atención sigue centrada en la compleja consideración de los derechos humanos a lo largo de la cadena de valor, el famoso deber de diligencia aplicado por Francia y el Reino Unido. Sin embargo, el primer borrador de la Taxonomía Social se publicó el verano pasado, y promete debates animados y ciertamente subjetivos sobre su aplicación.
Lo mismo observamos en materia de gobernanza: las garantías mínimas que deben aplicarse desde el punto de vista reglamentario refuerzan el escrutinio de los incidentes y escándalos a los que pueden enfrentarse los emisores. Además, el paso de la primacía de los accionistas a la gobernanza de los stakeholders sitúa en primer plano la noción de «misión» de la empresa hacia la sociedad. Esto ha abierto la puerta a interesantes debates sobre el frágil equilibrio de todo este microcosmos.
Los 5 mensajes clave para 2022
1. El mercado con criterios ASG ha crecido muy rápidamente en los últimos 5 años hasta convertirse en una tendencia dominante. No hay razón para que se detengan los importantes flujos de activos sostenibles de los últimos trimestres. El seguimiento de estos flujos es clave en la gestión de las carteras.
2. La regulación está ahí para apoyar estos flujos; la SFDR, en particular, es un elemento de cambio para reciclar los activos de inversión en soluciones de inversión con criterios ASG.
3. La demanda está entonces claramente en aumento. Por el lado de la oferta, el universo de activos verdes sigue siendo relativamente pequeño, con sesgos geográficos y sectoriales. Esto podría pesar en la valoración. Es imperativo que el universo crezca para evitar la saturación de los riesgos de inversión. Las carteras gestionadas activamente pueden marcar la diferencia.
4. A raíz de las recientes valoraciones más elevadas, podría cuestionarse la posible valoración errónea de los denominados activos ASG y la correlación positiva entre los ASG y los resultados financieros. Dada la diversidad de enfoques sostenibles, la respuesta no siempre es sencilla. Sin embargo, un reciente análisis del Centro Stern de Negocios Sostenibles de la Universidad de Nueva York y de Rockefeller Asset Management confirmó la correlación positiva y/o neutra entre los criterios ASG y los resultados financieros. El consenso del mercado se basa en que los criterios ASG pueden conducir a un rendimiento superior.
5. Por último, el problema de los datos es un desafío bien conocido. El SFDR y la Taxonomía, en particular, han cambiado las reglas del juego de la inversión y los datos de criterios ASG. Las necesidades de los inversores han pasado de las evaluaciones subjetivas de los proveedores de datos ASG a los datos brutos objetivos directamente de las empresas. El mundo financiero necesita datos adecuados, fiables y con visión de futuro para tomar decisiones de inversión apropiadas, totalmente alineadas con la agenda política 2030-2050. Por ello, el anuncio de la Fundación de las Normas Internacionales de Información Financiera (IFRS) y de la creación del Consejo de Normas Internacionales de Sostenibilidad (ISSB) ha sido bien recibido por los mercados. Esto desarrollará una base global completa de normas de divulgación de la sostenibilidad para el mercado financiero, lo cual es un paso prometedor en la dirección correcta.
Tribuna de Ophélie Mortier, estratega de Inversión sostenible en DPAM.