Todo tiempo pasado fue mejor, o no
| Por Gabriela Huerta | 0 Comentarios
Actualmente reina un pesimismo generalizado en cuanto a la situación del mundo. Solo una minoría piensa que nuestra sociedad globalizada progresa, hecho totalmente comprensible si tenemos en cuenta las consecuencias de la Gran Recesión, la situación geopolítica inestable, el cambio climático, las desigualdades sociales y el terrorismo. Pero la realidad es que la actualidad tan cambiante desvía nuestra atención de las noticias más lentas, subexpuestas, pero a menudo más fundamentales. El estadista y médico sueco Hans Rosling, desaparecido recientemente, utilizaba datos visuales para describirnos las numerosas evoluciones positivas por las que atraviesa el mundo. Probablemente seguirán su obra Steven Pinker, Max Roser y Johan Norberg, optimistas convencidos de los beneficios del progreso, que basan su punto de vista en series de datos que se remontan mucho más tiempo atrás.
Los números en perspectiva
Tomemos como ejemplo la pobreza extrema. Hace doscientos años, alrededor del 90% de la humanidad vivía en unas condiciones de vida que actualmente calificaríamos de extrema pobreza. El aumento de productividad generado por la industrialización ha ido dejando atrás estas condiciones de vida. Sin embargo, en el año 1950 tres cuartas partes de la población mundial se encontraban en esta situación. A principio de los años 80, este porcentaje aún se situaba en el 44%. En cambio, el 2015 era del 10%, un resultado excepcional, especialmente si tenemos en cuenta que la población mundial se ha multiplicado por siete en los dos siglos transcurridos.
El estado de salud de la población en general también ha experimentado una mejora espectacular. El 1800 aproximadamente el 40% de los niños fallecía antes de cumplir los cinco años. El 2015 esta cifra había disminuido al 4%. La esperanza de vida media era de 30 años a principios del siglo XX, respecto a los más de 70 años actuales. El 1947 la mitad de la población mundial sufría malnutrición crónica, mientras que en 2017 esta cifra se situaba en el 10%.
Además, la mejora de la salud ha ido acompañada de un progreso en educación y un retroceso del analfabetismo. Las cifras de la OCDE indican que hace dos siglos el 12% de la población mundial sabía leer y escribir. Esta cifra fue aumentando a lo largo del siglo XIX hasta alcanzar el 20%, en 1950 llegó al 40% y actualmente se situa en el 86%. El 1950 un niño pasaba una media de 3,2 años en los pupitres de la escuela, respecto a los casi ocho años actuales.
El atractivo de la edad de oro
Hay más evoluciones positivas que se deben mencionar: la democracia se extiende, la intensidad del CO2 de la economía baja… De hecho, no somos muy conscientes de los grandes pasos que ha dado la humanidad. Los sucesos negativos suelen causar más impresión que los sucesos positivos; una tendencia imputable a la evolución humana, porque el miedo y la prudencia aumentan considerablemente las oportunidades de vivir mejor y más tiempo. Steven Pinker nos aporta otra explicación, que invoca la psicología de la moral. Quejarse de los problemas demuestra, por ejemplo, que les damos importancia. El atractivo de la edad de oro no es de extrañar, aunque esta edad de oro no haya existido nunca; la idealización de la infancia despreocupada es un buen ejemplo de ello.
Sin embargo, algunas evoluciones despiertan inquietud. Podemos citar, entre otros, el calentamiento del planeta; los ecosistemas amenazados pueden trastornar la vida de millones de personas. En muchos lugares, las condiciones de vida solo pueden cualificarse de lamentables y la opresión sigue siendo un fenómeno ampliamente extendido. Las desigualdades de los salarios y de la riqueza aumentan en numerosas partes del mundo. La globalización y los avances tecnológicos engendran, sin lugar a dudas, más prosperidad, pero también surgen ganadores y perdedores. Tampoco podemos olvidar que el progreso no siempre sigue una trayectoria lineal. No hace falta mucha imaginación para prever un nuevo conflicto militar a gran escala. Hay muchas razones para seguir atentos, vigilantes, e indignados, sobre todo a la vista de las últimas derivas políticas. Yo tampoco suelo ser el economista más optimista, pero detenerse de tanto en tanto para “rascar” la superficie no puede hacer daño a nadie.
Columna de Degroof Petercam por Hans Bevers