Una tregua entre bife y Malbec
| Por Meritxell Sedo | 0 Comentarios
Entre bife, chocolate crujiente y un Malbec de Nicolás Catena Zapata del 2014, los presidentes Trump y Xi acordaron la retirada de su inminente guerra comercial y en lugar de ello, dirigir a sus funcionarios para que se centren en resolver los problemas en las relaciones de comercio bilateral. Con este telón de fondo, Andy Rothman, estratega de inversión en Matthews Asia, examina las perspectivas de la relación entre Estados Unidos y China.
Los dos líderes no alcanzaron ningún acuerdo en concreto sobre comercio, pero el cambio en el tono y la dirección de las conversaciones bilaterales, favoreciendo el compromiso sobre la confrontación, es muy importante y es probable que promueva un impulso en el corto plazo para impulsar la confianza empresarial en ambos países.
La posibilidad de que haya un progreso real en los problemas sustanciales con China se encuentra ahora en su mejor momento dentro de las relaciones con la administración de Trump.
Durante un viaje al exterior que también incluyó la firma de un acuerdo TCLAN (NAFTA) ligeramente modificado, Trump parece haber abandonado, al menos por el momento, su camino aislacionista. Este cambio parece estar motivado por la realización de que una guerra comercial con uno de los mayores socios comerciales d Estados Unidos dañaría a la economía estadounidense y a los mercados de renta variable, y por lo tanto las posibilidades de reelección del presidente.
Trump calificó su conversación con Xi como “extraordinaria y productiva” y dijo que ofrecía “posibilidades ilimitadas” para ambos países. Trump anunció que posponía un incremento de tarifas al 25% desde el 10% en los 200.000 millones de dólares de importaciones realizadas por Estados Unidos desde China -un cambio que ha sido pospuesto al 1 de enero de 2019-.
Según las declaraciones de la Casa Blanca, China acordó “establecer un acuerdo aún no definido, pero muy sustancial, sobre agricultura, energía, productos industriales y otros productos de Estados Unidos para reducir el desequilibrio en la balanza comercial entre los dos países. La casa blanca también dijo que China comenzaría inmediatamente a “comenzar a comprar” productos agrícolas estadounidenses, sugiriendo que Beijing puede dejar caer sus aranceles establecidos en represalia sobre la soja americana.
Antes de la cena, Trump había dicho que pediría a Xi que tomara medidas para detener el envío de fentanilo (un poderoso opioide sintético) a los Estados Unidos y según la declaración de la Casa Blanca, Xi habría aceptado a designar la droga como una sustancia controlada, “lo que significa que las personas que vendan fentanilo a Estados Unidos estarán sujetas a la máxima pena aplicable en China bajo la ley”.
Las dos partes acordaron en un plazo extremadamente corto seguir avanzando en las cuestiones comerciales, según las declaraciones de la Casa Blanca: “El presidente Trump y el presidente Xi han acordado comenzar de forma inmediata las negociaciones sobre los cambios estructurales con respecto a la transferencia forzada de tecnología, protección intelectual, barreras no arancelarias, intrusiones y robos cibernéticos, servicios y agricultura. Ambas partes acordaron que tratarían de completar esa transacción en los siguientes 90 días. Si al final de ese periodo, las partes no hubieran sido capaces de alcanzar un acuerdo, las tarifas se elevarían del 10% al 25%”.
Algo más que comercio
Ahora, Trump y Xi se enfrentarán a decisiones difíciles si desean mantener la tregua alcanzada en la reunión del G20. Y, estas decisiones son ahora mucho más que tecnicidades comerciales. Trump tendrá que aceptar que Estados Unidos debe compartir poder económico y estratégico con una China en ascenso, mientras que continúa tomando medidas para ayudar a dar forma a cómo Beijing utiliza su influencia.
Washington tendrá también que aceptar que mientras en las últimas tres décadas de compromiso económico se ha promovido un cambio significativo dentro de China -desde una economía sin sector privado, a una economía donde el 85% del empleo urbano procede de pequeñas firmas de empresarios; acompañados por una amplia expansión de las libertados personales- cambios fundamentales que la estructura política de China no puede dejar dictar desde el exterior, pero que es muy probable que cambien conforme el país enriquece aún más.
La administración del presidente Xi tendrá que aceptar que, junto con este deseo profeso de utilizar el ascenso de poder de China dentro de la infraestructura global existente, llega la responsabilidad de darle un seguimiento a las normas del sistema y de ser transparentes. El presidente Xi también tendrá que aceptar que sus políticas tienen consecuencias fuera de China, y tomar responsabilidad por ello. Por ejemplo, así como Estados Unidos tuvo que considerar el impacto de la entrada de China en los nuevos compromisos de la Organización Mundial del Comercio en 1990, en su entonces empobrecido y oxidado cinturón del nordeste, Beijing debe tratar de manera responsable el impacto de sus políticas industriales sobre el empleo en los países desarrollados.
En resumen, los dos líderes tendrán que estar de acuerdo en que la competencia cada vez menor entre las dos naciones no tiene que ser un juego de suma cero, y que su cooperación y concesiones, en lugar de su confrontación, hará que ambas partes mejoren.
En términos más prácticos, esto requerirá que Xi acuerde proporcionar a las firmas estadounidense y al resto de empresas extranjeras el mismo acceso al mercado que las firmas domésticas reciben, y que fortalezcan la protección de la propiedad intelectual para todas las empresas. Xi también deberá evitar que sus servicios de seguridad sigan robando tecnología extranjera y que sigan entregándosela a las empresas chinas.
Al mismo tiempo, Trump tendrá que abandonar su enfoque erróneo en la bilateralidad del déficit comercial y tomar un enfoque más racional con respecto a cuestiones tales como las relaciones con los estudiantes e investigadores chinos en Estados Unidos.