La recuperación de la pandemia de coronavirus ha coincidido con un drástico repunte de la inflación en todo el mundo. En gran parte, esta subida de precios a nivel global es consecuencia de una disrupción temporal en las cadenas de suministro, por lo que debería ser transitoria. Sin embargo, en un sentido más profundo, obedece a un cambio estructural que traerá consigo una mayor inflación, puesto que se están revirtiendo algunos de los principales factores que han atenuado las subidas de los precios durante los últimos 30 años, tales como la globalización, los datos demográficos favorables y los costes de la energía.
Cómo prepararse para una inflación estructuralmente más alta
Con vistas al posible cambio de régimen inflacionario y a la adopción de políticas monetarias menos acomodaticias, es posible que los inversores necesiten reposicionar sus carteras. Además de utilizar las coberturas tradicionales contra la inflación (como los bonos indexados a la inflación), puede que convenga analizar alternativas para reforzar las carteras frente a subidas persistentes de los precios. La exposición a infraestructuras globales cotizadas es, en nuestra opinión, una de las áreas que merece más atención, ya que la inflación no suele impactar en la rentabilidad de este tipo de negocios. Esto sucede especialmente con lo que nosostros denominamos “activos duraderos” (o enduring assets, en inglés). Se trata de activos físicos de larga duración, como las redes eléctricas, que generan flujos de caja estables y gozan de cierto grado de protección contractual o normativa. Además, las compañías que los poseen suelen beneficiarse de sólidas posiciones competitivas.
Mitigación explícita o implícita de la inflación
En ocasiones, este tipo de compañías cuenta con protección explícita frente a la inflación. Por ejemplo, muchas empresas europeas del sector de los servicios públicos regulados pueden mantener sus rentabilidades por encima de los niveles de inflación regional en virtud de normativas relacionadas con la indexación a la evolución de precios. En otros casos, el vínculo entre la inflación y las tarifas aplicadas por una compañía es implícito: a medida que suben los costes, la empresa puede encarecer sus precios para mantener un nivel de rentabilidad predeterminado. Por ejemplo, el sector estadounidense de los servicios públicos suele generar rentabilidades nominales, pese a que estas compañías pueden repercutir sobre los consumidores cualquier aumento en los costes operativos que sea consecuencia de la inflación. Es más, si la inflación se mantuviera en niveles elevados durante mucho tiempo, los reguladores podrían ajustar las tarifas cuando revisaran los precios, lo cual suele ocurrir cada dos o cinco años.
Cabe preguntarse si lo anterior se aplica a otros activos. Aunque son pocos los aeropuertos con normativas relacionadas con la inflación (si es que alguno las tiene), gran parte de las autopistas de peaje pueden aumentar sus precios para ligarlos en cierto grado a la inflación. Las compañías logísticas de almacenamiento y transporte de petróleo y gas (los denominados activos midstream) suelen mostrar una fuerte correlación con la inflación por su exposición a la energía y otros sectores relacionados. A su vez, los proveedores de infraestructura de cableado y datos tienen ventajas competitivas que les permiten repercutir las subidas de los precios en sus clientes.
En resumen: aunque estos activos duraderos no protegen del mismo modo que las materias primas ante las sorpresas que pueda deparar la inflación, sí que permiten mitigarlas en cierto punto en el medio y largo plazo. Por eso, creemos que son un complemento atractivo en una cartera preparada para la inflación.
Subida de los tipos de interés
La sensibilidad del sector de los servicios públicos y otros activos de infraestructuras cotizadas a las subidas de los tipos de interés es uno de los puntos que suele suscitar dudas. Al igual que la mayoría de los activos de riesgo, estas compañías se verían afectadas ante una subida drástica e imprevista en los tipos de interés. Hasta la fecha, sin embargo, los bancos centrales han adoptado una postura mesurada para alcanzar la normalización gradual. A más largo plazo, estas compañías deberían ser capaces de repercutir los costes asociados sobre los consumidores, o debería concedérseles un diferencial más alto. También es posible que un gestor activo pueda seleccionar compañías con balances sólidos que se centren en el crecimiento y reinviertan los dividendos, en lugar de repartirlos. Por tanto, serían relativamente menos sensibles a las subidas de los tipos de interés. Por último, el débil comportamiento de los valores de servicios públicos en los últimos años implica que es posible que el mercado ya hubiera descontado el impacto potencial de las subidas de tipos, por lo que estos activos estables podrían sorprendernos de forma positiva.
Tribuna de Tom Levering, Fund Manager y Global Industry Analyst, y Ken Baumgartner, Investment Director de Wellington Management.
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