Cuando uno entra en una multinacional, y se pone a leer los cargos de las tarjetas de visita del personal, es habitual tener verdaderos problemas para encontrar a alguien que no sea jefe. Hay mercados importantísimos en los que están involucrados un Global Head y un Continental Head, dos Regional Heads y una amplia gama de Co-Heads, Country Heads y Deputy Heads. Cuando preguntas por el que se encarga del duro día a día, aparece alguien con la tarjeta de Director, que en muchos casos tiene un único asistente a su cargo y no es nada descartable que este último a su vez sea compartido con otros Directors.
Una manera práctica de saber quién es el que realmente manda en una organización es averiguar quién no tienen tarjetas de fidelización de compañías aéreas. Es de sentido común darse cuenta de algo obvio. Si eres el verdadero “jefe”, la gente viene a verte a ti y no al revés. Cuando quieres reunirte con alguien, pides que se presente en tu despacho o donde convenga, y no te pasas las horas en aeropuertos. Por ello, siempre he pensado que tener tarjeta plata, oro, platino o las tres, lejos de ser una condecoración de honor para ir presumiendo como quien no quiere la cosa desde el nanosegundo siguiente a haberlas recibido, debería ser algo celosamente ocultado. Un tema propio del ámbito más íntimo del trabajador, que incluyera entre sus privilegios varias invitaciones para ser más humilde cada día. Alardear de ser el que tiene que ir a ver a todo el mundo, acumulando millas como un loco, es reconocer que nadie viene a verte a tu oficina y por lo tanto, que eres más “suela de zapatos” que “cabeza” o “head” (si se prefiere el término inglés).
A lo que voy con todo lo anterior es que los titulitos y los titulares, la “titulitis” y la nueva pandemia financiera que podemos llamar “titularitis” o postverdad, condicionan tremendamente el comportamiento de los mercados financieros. Lo saben los políticos de grandes naciones y especialmente también los especialistas en “smart” ETFs, factor investing, departamentos de control de riesgo o estudiosos del Behavioral Finance. Basta ver las cestas tematizadas con posiciones cortas sobre compañías que tienen fama de sufrir durante las ampliaciones de spreads, o con momentum negativo, para ilustrarlo. Son cada vez más los que ante un titular como la posible subida de aranceles de Estados Unidos a las importaciones chinas del 10% al 25%, primero disparan, luego preguntan y últimamente ni eso. Tras muchos titulares de apocalípticas guerras comerciales entre Estados Unidos-China cuesta leer que la base sobre la que se aplica esa subida son 200.000 millones de dólares y que por lo tanto de lo que se está hablando es de un 15% de dicha cantidad (30.000 millones de dólares), que es el equivalente a lo que el BCE ha estado inyectando cada 15 días a la economía durante años.
Si hay algo que comparte todo el mundo en Wall Street y en la City, de San Diego a Miami, de Montevideo a Ciudad de México y desde ahí a Madrid o Lisboa pasando por Zurich (entiéndase ahora el fundamento del segundo párrafo), es la preocupación por la “Guerra Comercial Estados Unidos-China”. A juzgar por los titulares, y por las volatilidades que estos generan en los mercados, la batalla está siendo cruenta y Estados Unidos está poniendo toda la carne en el asador.
Pero cuando uno se para, y mira la gráfica de la evolución de las importaciones de uno al otro respectivamente, se produce el siguiente milagro (gentileza de mi compañero y profesor Mike Biggs). Meses y meses de lucha, cientos de mensajes en Twitter vertidos durante 2018 unidos a declaraciones grandilocuentes, y las importaciones de Estados Unidos provenientes de China no han dejado de crecer. El gráfico, aunque tiene algún pequeño truco, es como para frotarse los ojos y volver a verlo para creerlo.
Como bien me apuntaba el maestro Biggs, las escalas de cada gráfico son distintas. La línea azul, que ilustra la robustez de las importaciones de Estados Unidos provenientes de China, sigue la escala de la izquierda en la que pequeñas variaciones son mayores en la realidad. La de la izquierda son las importaciones de China originarias de Estados Unidos, que presentan una llamativa reducción fruto de la facilidad asiática para cambiar de proveedores estadounidenses a brasileños a la hora de adquirir soja como se muestra a continuación. Y por lo tanto, la variación de 4.000 millones es mucho menos dramática de lo que aparenta además de cambiante a futuro, si se midieran ambas tendencias respecto al mismo eje.
Pero puestos a comparar ponderadamente por lo que las importaciones chinas y estadounidenses han representado en la última década, y sobre todo para ilustrar que la realidad es infinitamente menos apocalíptica de lo que los titulares reflejan, es increíble que a octubre de 2018 la tendencia importadora de Estados Unidos con China siga una sólida tendencia alcista que apenas se ha resentido. Y lo cierto es que cualquiera aficionado a leer prensa más allá de las letras gordas lo comprueba a diario. Más de 246 compañías proveedoras de la industria automovilística estadounidense rellenando miles de peticiones para estar exentas de restricciones a la importación, jefes (de los de verdad) avisando que costaría miles de millones dejar de importar acero de China, que se destruirán muchos puestos de trabajo y que cuesta muchísimo encontrar proveedores alternativos.
Nadie le quita importancia a que la primera y segunda economía tengan problemas comerciales, a que haya empresas textiles que están deslocalizando la producción a India (haciendo un voto de confianza en temas de infraestructuras, logísticos y sobre la independencia del futuro Gobernador del Banco Central). Pero ignorar algo tan básico en economía como la elasticidad del efecto sustitución (infravalorando que no haya una alternativa fácil a China en productos manufactureros sofisticados), y olivar que el gigante asiático es hoy en día una economía infinitamente más doméstica que exportadora, es un error tan grande como construir opiniones a base de titulares.
Los titulares tremendistas por respetable que sea la fuente, y dejarse llevar por lecturas rápidas guiadas por el sesgo de manual de Behavioral Finance conocido como confirmatory bias (en el que encontramos lo que queremos encontrar), están llevando a los mercados a sobre reaccionar a nivel macro y corporativo. Y lejos de ser este un motivo de preocupación, estamos ante todo un catalizador de oportunidades de inversión. Asia, sectores como el del lujo o el mercado residencial estadounidense y deuda latinoamericana, son ejemplos tan útiles como encontrar en una empresa a la gente que verdaderamente aporta con independencia del cargo que tengan o la tarjeta de fidelización que usen.
Tribuna de Juan Ramón Caridad, CAIA, MFIA. Profesor del Master de Finanzas e Inversiones Alternativas, MFIA.
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