El aumento del peso relativo de los ETFs en las carteras de fondos de gestión activa está contribuyendo a aumentar la competencia, especialmente en términos de comisiones. Cuando nos referimos a los ETFs hablamos de gestión pasiva, pues estos vehículos de inversión replican el comportamiento de un determinado activo (un índice, un sector, una cesta de materias primas, etc) de forma rigurosa y, por ello, renuncian a la posibilidad de batirlo.
Por el contrario, la gestión activa, llevada a cabo por un gestor o un equipo de gestores, se apoya en el expertise de los profesionales para buscar los activos con los que formar una cartera de inversión que supere al índice o mercados de referencia, ya sea en términos de rentabilidad o de rentabilidad riesgo.
Ambas vías de inversión tienen sus pros y sus contras, pero pueden darse la mano en beneficio del inversor particular, ¿cómo? Incluyendo los ETFs como un activo de inversión más dentro de las carteras de fondos de gestión activa. Esta solución, en la cual se basan por ejemplo los fondos “core satellite” -formados por un núcleo (core) compuesto por productos indiciados pasivos y un segmento compuesto por inversiones más activas (satellite)- aúna las ventajas en cuanto ahorro de costes de la inversión en productos pasivos, con el valor que aporta la gestión activa en términos de exceso de rentabilidad y mejora del binomio rentabilidad-riesgo.
Esto es muy importante, ya que a la hora de elegir un fondo de inversión es clave confiar en la capacidad del equipo gestor, pero también hay que vigilar los costes. Gracias a estas ventajas, observamos que los ETFs y otros vehículos de inversión pasiva están teniendo un uso especialmente significativo y cada vez más preponderante dentro de la gestión activa.
Esto es una buena noticia para los inversores particulares, ya que están ayudando a incrementar la competencia, presionando las comisiones a la baja y aflorando el trabajo de los gestores que realmente aportan valor.