El peso mexicano se ha depreciado alrededor de 40% en los últimos dos años. Este comportamiento ha sido el resultado del inicio de un ciclo de alzas de interés por parte de la Reserva Federal en Estados Unidos –cuya expectativa inició en 2013 y los mercados se han adelantado a este hecho- sumado al colapso de los precios del petróleo y la desaceleración de la economía China, motor de crecimiento para muchas economías emergentes. Esta depreciación ha sido consistente con el comportamiento de otras monedas: el real brasileño se ha depreciado 85%, el rand sudafricano 65%, la lira turca 51% y el peso chileno 40%.
La foto es clara: la fiesta y la bonanza de la mayoría de los mercados emergentes llegó a su fin y el primer ajuste ha sido el debilitamiento de sus monedas. Por un lado, el hecho de que la tasa de interés en Estados Unidos dejó de ser cero ha ocasionado que el apetito por riesgo disminuya y los rendimientos de activos en economías emergentes sea menos atractivo. Por otro lado, muchas de estas economías son dependientes de altos precios de materias primas y de un potente crecimiento de la economía China, condiciones que se han revertido gradualmente.
En este contexto, el caso de México y su moneda es especial. Si bien la mexicana no es una economía que basa su crecimiento en materias primas -más bien en las manufacturas- los mercados históricamente han relacionado su desempeño con el petróleo. Ha sido difícil cambiar esa perspectiva, pero tampoco se puede negar una completa independencia, pero en todo caso, los efectos del precio del petróleo en México, son más bien marginales. Por otro lado, si bien una tasa de interés positiva en EE.UU. hace menos atractivo al peso, el hecho de que México está sincronizado con el ciclo de EE.UU. implicaría que la normalización monetaria deberían ser buenas noticias. Sin embargo hay otros factores a considerar: para bien o para mal, el peso mexicano es la moneda emergente de mayor liquidez en el mundo y ha sido utilizada como medio de cobertura para suavizar el ajuste que estamos observando en los mercados emergentes, y por ello, la moneda se ha depreciado de manera importante, sin que esto tenga que ver completamente con los fundamentales de la economía.
Dentro del país, existen voces que piden que el peso se estabilice y se fortalezca. Tristemente, las políticas convencionales, como los son la intervención directa en el mercado cambiario o una alza abrupta en las tasas de interés no son la fórmula requerida en este momento para anclar al peso. Las condiciones son aún más complicadas, toda vez que el ajuste en economías emergentes está lejos de terminar y la disciplina de mercado resulta severa. Las monedas de estas economías seguirán depreciándose, al punto de que la devaluación se traduzca en ajustes financieras y/o fiscales en las economías más débiles, que finalmente motiven reformas estructurales que garanticen la viabilidad de éstas más allá del boom de materias primas. Bajo esta perspectiva, se vislumbra un largo y sinuoso camino para que esto ocurra, y por lo tanto, el peso mexicano seguirá bajo presión y su recuperación se ve por ahora, lejana.
México cuenta con fundamentales para soportar la larga tormenta que se viene. El hecho de que el Estado se enfoque a consolidar las finanzas públicas, monitorear riesgos financieros y mantener una política monetaria responsable, es un primer paso. Pero por otro lado, es importante mejorar el marco institucional en otras áreas como lo son el cumplimiento de contratos, la competencia, el estado de derecho y el combate a la corrupción. La mejora en estas condiciones permitirá realmente diferenciar a México del resto de emergentes de una manera contundente, al contar con una economía sólida, diversificada y con crecimiento sostenible.
Artículo de opinión de Marco Oviedo