El mercado turco continúa su espiral bajista mientras la lira sufre una crisis completa. La reacción de la divisa ha sido comparable a la experiencia de Argentina del segundo trimestre de este año, cuya consecuencia fue un rescate del FMI por valor de 50.000 millones de dólares y un enorme alza de los tipos de interés. La pregunta que se hacen muchos inversores es por qué está ocurriendo ahora este último colapso.
Los desafíos macro de Turquía son numerosos y bien conocidos: una economía recalentada, una considerable necesidad de financiación externa, un déficit estructural por cuenta corriente desproporcionado, una inflación persistente de dos dígitos, bajas reservas netas de divisas y una gran deuda del sector privado.
Como resultado de esto, la confianza de los inversores en el régimen del presidente Erdogan disminuyó durante el año pasado, pero los cambios clave en el gabinete realizados después de las elecciones del 24 de junio han sido particularmente perjudiciales para el sentimiento inversor. Las autoridades económicas del país parecen haber perdido el control de su moneda y la retórica en los últimos días ha mostrado una falta de responsabilidad en la gestión de la crisis.
Las expectativas de inflación general a corto plazo se están moviendo rápidamente hacia el 20%, lo que pone de manifiesto cuán inadecuado es el tipo de interés del Banco Central del 17,75%. Los inversores extranjeros han estado sacando dinero del país, justo lo contrario a lo que necesita Turquía, dada la inestabilidad de su balanza de pagos.
Si bien los desafíos fundamentales de Turquía son numerosos, existen muchas soluciones sencillas y de manual que, si se implementan, pueden detener la espiral bajista de los precios de los activos y la confianza de los inversores.
Posibles medidas
Una subida agresiva de los tipos de interés por parte del Banco Central sería un buen comienzo, algo en el orden de los 1.000 puntos básicos que aplicó Argentina en mayo sería lo apropiado. Posibilitaría que se frenase la economía, probablemente hacia una recesión, pero esto ayudaría a reducir la incesante demanda de importaciones y de ese modo aliviaría parte del problema del déficit por cuenta corriente.
Colocar tecnócratas pragmáticos en posiciones clave del gobierno sería otro importante paso adelante que probablemente llevaría a unos costes de financiación a largo plazo más bajos. Las reformas estructurales también ayudarían mucho, incluyendo medidas para alentar la expansión del sector manufacturero y exportador, diversificando el modelo de crecimiento del país lejos del consumo y la construcción.
Las incómodas relaciones diplomáticas de Turquía con Occidente, y con Estados Unidos en particular, también deben abordarse pues siguen siendo una gran preocupación para los inversores extranjeros. También sería bienvenida cierta austeridad fiscal, especialmente dada la gran carga de la deuda externa del sector privado.
Otras medidas útiles incluirían una reforma tributaria para ampliar la base de ingresos, impulsar la tasa de ahorro del país, un compromiso con una auténtica independencia del Banco Central y una mayor flexibilidad del mercado laboral. En los últimos años, los inversores también se han preocupado por la «fuga de cerebros» de Turquía después de la represión del gobierno sobre el sistema educativo, el poder judicial y los medios de comunicación, lo cual ha dañado la tasa de crecimiento potencial a largo plazo de Turquía. Una reversión de muchos de estos controles sería aplaudida por los inversores extranjeros.
¿Controles de capital?
Se ha hablado mucho en los últimos días sobre la posible instauración de controles de capital en Turquía para ayudar a frenar la agresiva depreciación de la lira. Sin embargo, estos controles de forma aislada no son una solución adecuada dada la gran apertura de la economía turca y sus grandes requerimientos de financiación externa.
Si llegamos a ver controles de capital en Turquía, tendrían que hacerse en combinación con otras medidas para que sean efectivos. También se ha debatido recientemente la posibilidad de que Turquía reciba apoyo financiero externo del FMI o de socios bilaterales adinerados. De nuevo, esto sería bienvenido pero no del todo necesario si Turquía se toma su propia medicina, reacciona a la realidad del mercado y responde a sus desequilibrios de manera adecuada.
Turquía tiene muchas cualidades que pueden ser redentoras, incluida una economía vibrante centrada en los negocios, una fuerte demografía, una población bien educada y un sistema bancario bien capitalizado, por nombrar solo algunas. La solución a su última crisis es obvia para muchos actores del mercado, pero la clave es si existe la voluntad política interna del gobierno para adoptarla.
Mientras Turquía lucha con sus propios desafíos internos, el contexto exógeno para todos los mercados emergentes sigue siendo problemático. El retiro de liquidez por parte de los bancos centrales del G3 es el problema más pertinente para todos los mercados de renta fija en la actualidad, y hay pocas probabilidades de que este viento en contra varíe su rumbo en el corto plazo.
Las tensiones comerciales actuales entre EE.UU. y China son un obstáculo adicional para los mercados emergentes dada la sensibilidad de éstos al comercio mundial, mientras que el dólar sigue infravalorado en función del crecimiento y las diferencias en los tipos de interés entre EE.UU. y el resto del mundo.
Los emergentes también están experimentando un período de enfriamiento del crecimiento y mayores presiones inflacionistas, todo lo cual mantiene a los inversores en alerta. Otros temas idiosincrásicos, ya sean las elecciones en Brasil, el potencial de más sanciones contra Rusia o el actual desapalancamiento de la deuda de China, agregan complejidades adicionales para los mercados emergentes en este momento.
Paul Greer es gestor de fondos en Fidelity International.