Los mercados globales se están viendo perturbados por una serie de cuestiones, algunas que vienen de lejos y otras más actuales. A mi parecer, hemos de centrar nuestra atención en tres asuntos concretos: el crecimiento mundial; la persistente incertidumbre macroeconómica en China; y la deuda.
El crecimiento y las expectativas se han visto frenados durante el último mes, pues el estímulo pasajero procedente de China (que se había traducido brevemente en la mejora de los datos económicos) llegó a su fin y Europa experimentó una ralentización, en buena medida derivada del miedo al Brexit, en la antesala del referéndum sobre la salida de la UE que tendrá lugar el 23 de junio. Todos los indicadores adelantados a escala internacional apuntan a un discreto crecimiento del PIB, y la desaceleración del crecimiento mundial está alentando unas expectativas de unos tipos más bajos durante más tiempo, lo que a su vez apuntala los activos de riesgo.
En Europa, estamos siendo testigos de unos resultados económicos poco lustrosos que deberían provocar, por lo general, una señal de alarma, si bien este nivel de actividad económica aún representa un crecimiento por encima de la tendencia habida cuenta de los reducidos niveles de productividad. Hemos asistido al repunte de los mercados de renta variable desde los mínimos marcados en el primer tramo del año, algo que no se debe a la mejora de los datos, sino más bien a las expectativas de que los tipos permanecerán en cotas reducidas como consecuencia del entorno de bajo crecimiento. Los rendimientos de la deuda de los países centrales han descendido, y el tipo de descuento ha apuntalado los activos de larga duración y los activos de riesgo de manera más generalizada.
Ahora bien, esta ligera evolución positiva no ha propiciado un sólido entorno de inversión. No obstante, en esta situación nos encontramos. No cabe duda de que, en un mundo de bajo crecimiento, siempre nos hallamos más cerca del miedo a una recesión, como pudimos apreciar en los primeros compases de este año. La deuda corporativa está capeando relativamente bien esta coyuntura, aunque esto tiene como contrapartida revisiones significativas en las expectativas de beneficios.
Nuestra estrategia de renta variable se ha centrado en apostar por el Reino Unido, Europa y Asia (excluido Japón) y, si bien nos encontramos bien posicionados para sacar partido de un entorno de bajas rentabilidades y reducido crecimiento, hemos decidido recientemente eliminar parte del riesgo mediante la reducción de nuestra posición sobreponderada en Asia (excluido Japón).
China es un tema recurrente. Sin duda, los mercados se mostraron preocupados por los niveles de deuda chinos (en términos absolutos) y la capacidad del gigante asiático para sostener su crecimiento y diseñar un plan de «aterrizaje suave» sin que ello se traduzca en una crisis crediticia. China ha alimentado el crecimiento a través de un mayor endeudamiento, algo que los mercados han aceptado de forma paradójica —tal vez este es otro caso de política monetaria y fiscal extraordinaria que se ha convertido en «la Nueva Normal». No resulta fácil prever cuándo la emisión de crédito del gigante asiático se tornará más inmediata, aunque los recientes comentarios apuntan a que existen cada vez más voces que piden al Banco Popular de China que aborde el «frenesí crediticio». Cabe señalar asimismo la publicación de un artículo en el periódico People’s Daily en el que se citaba una «fuente fehaciente» que se mostraba crítica con la estrategia de crecimiento basado en la deuda adoptada por las autoridades chinas.
Cualquier giro en una estrategia de crecimiento fundamentado en la emisión de crédito incidiría de forma significativa en los mercados. Este hecho centraría el foco de atención en el número de préstamos dudosos presentes en el sistema bancario chino, y conllevaría un incremento de los impagos empresariales. Esto podría truncar bruscamente la serie de factores que han catapultado los precios de las commodities. Aunque no creo que nos hallemos aún en un punto en el que el Banco Popular de China cerrará el grifo del crédito, seguimos con suma atención las medidas de la autoridad monetaria. Además, no estoy muy convencido de la capacidad de China para sortear esta situación sin que su economía o la economía mundial resulten demasiado perjudicadas.
Los problemas relativos a la deuda no afectan exclusivamente a China, pues en la mayoría de países los ratios netos de deuda/PIB se sitúan cerca de máximos históricos. Esto no ha supuesto problema alguno para el universo corporativo por los masivos estímulos monetarios y los reducidos tipos de interés, si bien el contexto macroeconómico subyacente no sugiere un incremento galopante de las rentabilidades de mercado. Existe un ingente volumen de deuda fiscal en el sistema y, por lo general, hay tres maneras de abordar dicha situación. El crecimiento es una de ellas, aunque, como hemos visto, generar crecimiento se está revelando una ardua tarea en todo el mundo, mientras que se puede resolver el problema de la deuda por medio de la inflación o se puede incurrir en impago. Hasta la fecha, la política monetaria no ha logrado que la inflación se traslade al sistema, mientras que los impagos no contribuirán demasiado a impulsar los mercados. Los países podrían intentar emplear estos tres mecanismos a su alcance, de tal forma que podríamos esperar un aumento de los impagos.
Recientemente, hemos debatido si algún país podría intentar condonar su deuda y qué repercusiones podría tener esta medida. Si bien este ejercicio requiere una buena dosis de creatividad, resulta interesante imaginar cuál podría ser la reacción del mercado si, pongamos por caso, Japón condonase su deuda, que el propio país posee en su mayoría. Sin nadie al que devolver dicha deuda, puede que la condonación no tenga un significativo impacto negativo, aunque podría conllevar consecuencias cambiarias y tener un «efecto arrastre» sobre los mercados.
En Estados Unidos, las cifras de inflación tienden al alza y los salarios se incrementan en muchos ámbitos; aun así, los mercados se mostraron relativamente optimistas, hasta que la publicación de las actas de la Fed reveló que se barajaba la posibilidad de una subida de tipos en junio, lo que sembró el nerviosismo en los mercados. Pese a ello, el sentimiento predominante en los mercados apunta a que la magnitud de dicha medida no será lo suficientemente elevada como para provocar una fuerte reacción por parte del mercado o de los bancos centrales, algo que podría ser cierto dado el número de turbulencias deflacionarias que hemos experimentado.
La economía estadounidense necesita crear unos 80.000 puestos de trabajo al mes para mantener la tasa de empleo. El ritmo de la creación de puestos de trabajo ha sido superior a dicha cifra durante los últimos cinco años, y parece que se está tornando cada vez más complicado cubrir las vacantes. Mientras que el crecimiento de los salarios se ha incrementado desde la horquilla de entre el 1,5%-2% en la que se asentó durante muchos años, su reciente repunte hasta una tasa de crecimiento del 2,5% sigue siendo vacilante. En este contexto, el dólar podría haber emprendido una ya anticipada senda alcista, con las consabidas consecuencias para los mercados emergentes y otras clases de activos.
Columna de Mark Burgess, de Threadneedle.