Durante el último año, la Reserva Federal ha estado realizando un experimento muy peligroso: los miembros decidieron que, incluso frente a la gran fortaleza del mercado laboral, no había inconveniente en mantenerse muy acomodaticio, convenciéndose de que las mismas condiciones que ocurrieron antes de Covid persistirían más allá de la pandemia.
Sin embargo, después de las cantidades récord de estímulos fiscales y monetarios, nos encontramos en una situación muy diferente tanto en Estados Unidos como en todo el mundo. No se ha de subestimar el compromiso del presidente de la Fed, Jerome Powell, por centrarse en combatir la inflación en lugar de apoyar el crecimiento como un cambio histórico y significativo en el paradigma monetario mundial y de Estados Unidos. Si la Fed tuviera que elegir entre su doble mandato de máximo empleo y estabilidad de precios, la lucha contra la inflación ahora sería lo primero.
Esto prepara el escenario para una recesión que podría llegar tan pronto como para finales del 2022, en lugar del 2023, como se anticipa. La curva de los bonos del Tesoro de Estados Unidos continuó aplanándose, un indicador tradicional de que una recesión se avecina en el horizonte. Además, los tipos subirían por encima de lo que se considera la tasa natural de largo plazo en algún momento del próximo año, lo que provocarían una inversión de la curva.
A esta combinación se suma el lanzamiento de una previsión sobre la reducción del balance general, después de años de acumulación drástica de activos. Una situación que no se conoce qué efecto tendrá. Y solo una vez que el mercado obtenga claridad sobre la velocidad de la liquidación de activos, tendrá una mejor comprensión del endurecimiento que veremos.
Así, frente a los mercados de renta fija de alta calidad a nivel mundial, muchos inversores han optado por productos crediticios, que también incluyen préstamos bancarios que generalmente tienen una duración muy baja y son inmunes al aumento de los tipos.