El año pasado, nos aventuramos a vislumbrar las tendencias clave que podrían dominar la industria financiera en sostenibilidad. Identificamos cinco áreas: la sobrerregulación y divergencias en las medidas adoptadas por la UE, Reino Unido y USA; el desacoplamiento entre rentabilidad financiera y las temáticas «ESG»; la reclasificación de fondos; la proliferación del greenwashing; y la menor atención al cambio climático en las juntas de accionistas.
Sería pretencioso afirmar que estas han sido las tendencias determinantes de 2023, pero sí podemos decir que han sido algunas de las más significativas. Creemos que en 2024 seguirán siendo relevantes, aunque con matices, y se sumará el papel crucial de la inteligencia artificial.
En el ámbito regulatorio, la complejidad para definir productos sostenibles no ha disminuido, sino que ha aumentado exponencialmente. Cada jurisdicción, incluso dentro de la UE, establece condiciones propias, generando desánimo entre los actores y la percepción de una regulación teóricamente efectiva pero prácticamente ineficaz. No contribuye a establecer un campo de juego equitativo ni a mejorar la transparencia en los informes. Aunque no esperamos la eliminación de todo lo trabajado hasta ahora, aguardamos que los reguladores, especialmente en Europa, comiencen a matizar y flexibilizar las normativas existentes. Prevemos un aumento del papel del cumplimiento normativo y de la verificación de datos no financieros.
Afortunadamente, cada vez menos personas elogian la inversión sostenible por generar rendimientos superiores. Hemos confundido términos como sostenibilidad, criterios ESG e inversión de impacto. La verdadera sostenibilidad implica la capacidad de satisfacer necesidades actuales sin comprometer las futuras, logrando rentabilidad financiera, social y ambiental. Las empresas deben generar valor para todos los implicados (stakeholders), incluyendo un valor monetario, sin ser confundidas con organizaciones benéficas. Para alcanzar esta sostenibilidad, se adhieren a criterios ESG que son esenciales para sus objetivos financieros, generando un impacto en personas, planeta y prosperidad regional. La gestión adecuada de estos factores, junto con la rentabilidad positiva, eleva el valor de estas empresas por encima de sus pares, no lo eleva el cumplir con los criterios establecidos por las empresas de rating, sin más.
En 2023, presenciamos la reclasificación global de numerosos fondos. Se han alcanzado acuerdos históricos con reguladores para evitar el greenwashing y, al mismo tiempo, algunas entidades financieras han retractado compromisos de emisiones netas cero, suavizando sus mensajes. Estos movimientos forman parte de un proceso de ajuste. A medida que se comprenda mejor la sostenibilidad, se valorará nuevamente una estrategia auténtica y con sentido.
En consonancia, grandes gestoras de activos y proveedores de ETFs seguirán ofreciendo a los inversores el derecho al voto como un acto de transparencia y servicio al cliente. En nuestra opinión, esta delegación de funciones socava el deber fiduciario de los gestores de activos y contradice el propósito fundamental de la inversión colectiva.
La inteligencia artificial impactará todos los ámbitos de nuestra sociedad, con beneficios potenciales, pero también con riesgos desconocidos. En este sentido, el papel del capitalismo consciente, que impulsa la sostenibilidad, junto con políticas ambientales y de gobierno, es esencial para definir límites éticos y de gobernanza. Estos límites deben constituir barreras sólidas para permitir el uso de la IA con riesgos limitados y beneficios claros para la sociedad y el planeta.
Tribuna de Ana Guzmán Quintana, directora de inversión y de impacto de Portocolom AV.