La inversión pasiva está de moda y los fondos cotizados o Exchange Traded Funds (ETFs) son el vehículo más popular dentro de este tipo de estrategias. Sólo hay que echar un vistazo a las estadísticas del mercado para comprobarlo. Actualmente, la oferta global de ETFs que replican índices de renta variable ronda los 4.700 fondos; los cuales suman un total aproximado de 3,4 billones de dólares gestionados, y la tendencia sigue en aumento.
Estos productos ofrecen una serie de propiedades muy atractivas para los inversores: costes reducidos, transparencia de precios, capacidad de posicionarse en una variedad de estrategias y situaciones de mercados, así como la negociabilidad constante del instrumento. Sin embargo, es justamente esta última característica, la negociabilidad, la que seduce a los inversores hacia una actitud más “activa” de la esperada para una inversión considerada pasiva. Por lo tanto, ¿son los ETFs realmente una inversión “pasiva”? y ¿son la alternativa de inversión más barata?
Hace unos meses, comentaba que el sector financiero sería uno de los que más sufrirá por el reajuste tecnológico y el avance de la tecnología blockchain. La facilidad con la que se pueden ejecutar las órdenes de transacción es uno de los factores que ha motivado el aumento del apetito por los instrumentos de gestión pasiva. A nivel mundial, los flujos de entrada alcanzaron los 379.500 millones de dólares en 2016, incrementando los activos bajo gestión hasta un total de 3,4 billones, de los cuales 2,7 billones de dólares estaban invertidos en ETFs de renta variable 1,6 billones en ETFs de renta variable americana. Los fondos de gestión activa, por otro lado, sufrieron salidas de 207.000 millones de dólares hasta finales de noviembre de 2016.
Un reciente análisis del Instituto de Investigación de Flossbach von Storch compara el volumen negociado de tres índices de referencia -DAX, S&P 500 y FTSE 100- con el de sus tres respectivos ETFs de mayor volumen durante eventos clave en 2016 como el Brexit o la elección de Trump. Al comparar estos datos se observa que el ratio de los ETFs es significativamente superior a aquel de los índices que replican, el cual se mueve entre un 0,29% (FTSE 100) y un 0,88% (S&P 500). Es más, en los eventos seleccionados, también se observa un volumen de actividad superior en comparación tanto con su media histórica como con la actividad del índice subyacente.
Es difícil distinguir unívocamente si nos encontramos ante un síntoma de actividad “inteligente” que sabe aprovechar el aumento de información disponible en el mercado o bien se trata de mero “ruido”. En un estudio publicado en 2016 se analizaron alrededor de 8.000 carteras de valores en un periodo de cinco años en Alemania, llegando a la conclusión que su rentabilidad había empeorado sistemáticamente hasta un -1,16% anual de media en gran medida debido a la falta de acierto en la frecuencia y el momento elegido en las transacciones con ETFs. Un aumento de la actividad, por lo tanto, no siempre favorece un buen resultado para la inversión.
¿Cuál es, por lo tanto, el futuro de los gestores activos de fondos ante el avance de la gestión pasiva? Los gestores activos tienen que ser capaces de aportar valor añadido a largo plazo y para ello, desde mi punto de vista, es necesario definir e implementar una estrategia de inversión que no sólo se ajuste a las necesidades y expectativas de los inversores, sino que también sea capaz de ganarse su confianza. Para ello, dos aspectos son fundamentales. Por un lado, ofrecer una visión del mundo coherente y, por otro, implementar un proceso de inversión que pondere adecuadamente la relación oportunidad-riesgo de cada inversión. Estos son los pilares sobre los que se puede construir una relación de confianza que aporte al inversor la seguridad necesaria para armarse de paciencia ante las turbulencias del mercado y obtener el máximo potencial de rentabilidad de su inversión a largo plazo en lugar de tirarlo todo por la borda con un simple click de ratón por una reacción a corto plazo en el momento más inoportuno.
Columna de Bert Flossbach, cofundador y director de inversiones de Flossbach von Storch