La reducción de los volúmenes de negociación por las vacaciones de los operadores y gestores hace que las reacciones del mercado ante cambios en el escenario macro y micro puedan ser mucho más violentas. Con datos de los últimos 20 años, julio y agosto son los meses de menor actividad en los mercados bursátiles de EE.UU., con una operativa un 4% y un 9% inferior a la media. En la zona euro, julio mantiene su negociación cerca del resto de meses (-1%), pero en agosto aquí no queda ni el apuntador y la operativa cae un 14%.
Otra de las características del mercado actual es que el flujo está dominado por los operadores cuantitativos, con reglas de actuación semipasivas que hacen que todo suceda mucho más rápido. Así, la volatilidad realizada del S&P-500 en el último mes se ha disparado a por encima del 14%, más del doble de la registrada en junio. La rotación que ha habido desde el día 10 desde grandes compañías hacia pequeñas es una de las mayores y más rápidas de la historia. Desde esa fecha, el Rusell-2000, que incluye las 2000 mayores compañías americanas después de las 1000 más grandes, ha superado al S&P-500 en 12 puntos porcentuales y al Nasdaq-100 en 17.
Sin embargo, si bien es cierto que los volúmenes bajan en verano, esto no se refleja en una mayor volatilidad histórica en estos meses. De hecho, julio, en media, ha sido el mes más tranquilo de los últimos 20 años, al menos en los mercados de volatilidad de renta variable; y agosto es un mes que podemos catalogar como “normal”.
¿Y entonces por qué relacionamos verano con volatilidad? Existe un sesgo conductual que podría explicarlo: el sesgo de representatividad consiste en estimar la probabilidad de que suceda un evento basándonos en información que tenemos almacenada en nuestra mente, sin tener en cuenta datos adicionales. Es el proceso mental que se encuentra detrás de los estereotipos y de las primeras impresiones. Y es que son muchas las crisis que se han originado o que han tomado profundidad durante esta época del año. A modo de ejemplo podemos citar la crisis subprime de 2007, la de Lehman de 2008 y la de la deuda soberana americana de 2011 (cuando S&P le rebajó el rating a AA+); y remontándonos más tiempo atrás, la crisis asiática de 1997 y la moratoria de pagos rusa con la quiebra del fondo LTCM en 1998. El dicho bursátil «sell in May and go away» tampoco ayuda, aunque en este caso el verano es un concepto más amplio. No obstante, la última gran crisis veraniega podríamos fecharla en 2015, propiciada por el derrumbe de la bolsa china; y de eso hace ya 9 años.
Por otro lado, si nos fijamos en las estadísticas de rentabilidad, julio ha sido durante estos últimos 20 años uno de los meses más jugosos para estar invertido en bolsa tanto en EE. UU. como en la zona euro. Sin embargo, agosto presenta más dudas: en EE.UU. es un mes positivo, pero algo por debajo de la media; y en la zona euro es el mes con resultados más negativos, con caídas en más de la mitad de las ocasiones. Si lo unimos a que septiembre es el peor mes del año a nivel global y que la segunda quincena de agosto suele ser peor que la primera, seguramente es una buena estrategia reducir exposición antes de vacaciones para que la vuelta al cole no nos pille por sorpresa. Eso sí, julio ha sido la excepción que confirma la regla y las estadísticas están para romperse.
Tribuna elaborada por Óscar del Diego Ereza, director Técnico y de Análisis en Ibercaja Gestión