En muchas de mis conferencias hago una sencilla pregunta: díganme cuál es la edad de la persona viva, más vieja que conozcan. Las respuestas varían, como es apenas de suponer, pero un común denominador es que la mayoría de la gente conoce a alguien que tiene más de 85 años y que vive relativamente bien, saludable y con ganas aún de hacer muchas cosas.
Esta situación que parece tan sencilla, impone retos gigantescos, pues la ecuación es relativamente simple: te vas a jubilar a una edad cercana a los 60 años (dependiendo de algunas características, como el sexo, puede ser un poco más o un poco menos), pero por delante puedes tener una expectativa de vida de más de 30 años, que puede ser, muy similar, a lo que duró tu vida laboral.
Dicen que uno se vuelve viejo cuando pierde la capacidad de hacer cosas por uno mismo, como por ejemplo, manejar un automóvil. Mientras que uno pueda tomar el carro, desplazarse a cualquier parte casi sin restricción, uno no puede considerarse viejo. Y es casi evidente que una persona que se jubila a los 60 años (o 65, para poner una edad más estandarizada a nivel global) no va a salir a sentarse todos los días en un sofá en su casa, por el contrario, es cuando más actividades podrían realizarse.
La situación descrita arriba supone varias cosas, todas juntas a la vez: la pensión de una persona jubilada puede no ser suficiente por los años que le quedan por delante (riesgo de longevidad), pero si la mesada la financia un sistema de prima media es el costo que tiene para las finanzas públicas de cualquier país (riesgo fiscal); además que muchas personas aún en edad productiva, no saben cuánto van a recibir por concepto de pensión una vez llegue ese momento.
Hay otro factor hablando de estos temas y es que digo que las familias cada vez pueden ser menos solidarias: anteriormente, las familias eran tan numerosas, que algún hijo se hacía cargo de los padres mayores; pero en familias con menos hijos, los cuales van a tener también una presión financiera para fondear una longevidad mayor, la posibilidad de que un hijo cuide de su padre, se reduce. Así, es probable que la persona que va a llegar a una edad avanzada deba costear su tema de retiro en gran medida.
Por eso, cada vez es más necesario que, desde jóvenes, empecemos a pensar en planear financieramente para nuestra vida mayor. Es posible que la simple pensión no me fondee las necesidades y que deba complementarla, para poder tener una buena vida por mucho tiempo. Para poder viajar, tener un buen sistema de salud, entre otras cosas.
Poca gente lo piensa así, y no es solo cuestión de nuestros países. Un artículo del pasado 6 de abril de BenefitsPro, mostró los resultados de una encuesta en USA, en la cual se evidenció que cerca de la mitad de norteamericanos no ahorra para su etapa de retiro. Con un detalle adicional: los más jóvenes dicen que van a empezar a ahorrar cuando lleguen a sus 30’s, pero olvidan que por efecto de los rendimientos compuestos, entre más temprano se empiece, el efecto es mucho mejor. Incluso si comienza a los 25 y ahorra durante 10 años, el efecto de largo plazo puede ser mejor que empezar a los 35 años y ahorrar durante los siguientes 30 años de manera constante.
Este es un tema que irá ganando relevancia en los próximos años, pero al que lo entienda de una vez plenamente, tendrá un buen trecho ganado.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad de su autor, Manuel Felipe García Ospina, y no representan necesariamente la posición de Old Mutual sobre los temas tratados.