Pese a los tiempos que corren, una manera sencilla de entender lo positivo que ha venido resultando hasta ahora el progreso para la humanidad, sería repetirse la pregunta que formulaba B. Obama en la conferencia de Goalkeepers de 2017: “Si tuvieras que elegir un momento de la historia donde nacer, y no supieras la época, nacionalidad, sexo, color, o si resultarías rico o pobre ¿Qué momento de la Historia elegirías?”. La respuesta parece clara, elegirías ahora, sin lugar a dudas. Luego se demuestra que el progreso funciona.
Sin embargo, se dice del progreso que es un concepto esquivo en extremo, que puede sufrir oscilaciones y retrocesos, siendo más habituales en el ámbito moral o político que en el campo del conocimiento científico, al encontrarse este último apoyado sobre “hombros de gigantes” y haber aceptado su falibilidad, lo que le ha permitido un desarrollo escalonado aun sin necesidad de verdades inamovibles.
El progreso como vector de crecimiento provee al hombre con ese conocimiento de más que necesita para desarrollarse, logrando, gracias al descubrimiento científico y a su carácter histórico y revolucionario, acercar una tecnología que permite al ser humano una cierta independencia de la naturaleza para levantar la cabeza, y poder preocuparse, no sólo de su alimento diario, sino de su futuro.
Desde la expulsión del Edén, el hombre anda buscando alimento y cobijo a riesgo de su vida. Se podría entender la naturaleza, en su relación con el ser humano, como una criatura de dos caras. Una que se aprecia benevolente como el medio que favorece la existencia de los seres vivos; otra con diferente carácter, el de una naturaleza depredadora del hombre, al igual que el hombre lo ha sido de la naturaleza, desde antiguo, pero particularmente desde la era de la Producción.
De igual manera que el ser humano evoluciona, la naturaleza también lo hace, y resultaría tan egoísta pretender un estado estacionario en la naturaleza para nuestro beneficio, como improbable paralizar el progreso humano.
El progreso no sucede a resultas de una acción planificada, de igual forma que el empleo de la tecnología no fue algo opcional. Fue la necesidad la que obligó al hombre primitivo a buscar el sílex, el carbón en los comienzos industriales y, en este siglo, el desarrollo sostenible, considerando en invertir, no sólo de forma responsable sino más allá, buscando soluciones tecnológicas apropiadas que salven los desafíos globales existentes.
Lo que no cabría duda a la hora de valorar el progreso es que la idea del Estado del Bienestar, introducida en Europa a finales del siglo XIX, es un hito alcanzado y que pretenden mantener y lograr millones de personas. La calidad de vida, que en muchos foros se relaciona directamente con la felicidad, avanza firme. La clase media, casi inexistente en 1830, ahora se acerca a ser mayoría, estimándose que en el año 2022 serán 4.200 millones de personas las que alcancen la clase media, y 5.200 millones en 2028 (Brookings Institute). La disminución de la pobreza es algo real, aunque en 2015 un 11% de la población todavía nacía pobre, se debe recordar que en 1820 esta cifra ascendía al 94% del total.
De igual forma, no puede ignorarse que el siglo XX haya resultado también un triunfo para la salud humana. El desplome de la mortalidad y el despegue de la esperanza de vida no han sido casuales, al enmarcarse en un siglo con un crecimiento económico exponencial nunca visto que propició, por orden de importancia, una mejor alimentación, salubridad y avances médicos. Si la presencia en número de una especie significa un éxito para la misma, el ser humano puede estar satisfecho.
Aunque la senda marcada por el progreso nos permite ser optimistas, lo que resulta cierto es que, el crecimiento económico perseguido, en su metabolismo, implica un uso más intensivo de unos recursos, inicialmente no renovables, en un planeta cada vez más poblado. El progreso trae también consigo, junto a los tradicionales riesgos geopolíticos y económicos, otros nuevos derivados, como los últimos robos masivos de información, o una creciente preocupación medioambiental que en estos dos últimos años se sitúa por encima de la media de riesgos, en impacto y probabilidad a nivel mundial (World Economic Forum).
Estas nuevas preocupaciones dejan entrever que el hombre, en su progreso, logra una conciencia social y medioambiental con la que deja claro que no todo vale en nombre de la economía, y este nuevo pensamiento sí que nos permite ser optimistas.
Ya fue Karl Popper, filósofo y profesor, quien escribía el siglo pasado que “Desde un punto de vista histórico vivimos, a mi juicio, en el mejor mundo que ha existido nunca. Naturalmente que es un mundo malo, porque hay otro mejor y porque la vida nos incita a buscar mejores mundos. Y a nosotros nos toca continuar esa búsqueda de un mundo mejor. Pero ello no significa que el nuestro sea malo […]”.
Está en nuestra mano aprovechar una situación única de recursos científicos, tecnológicos y financieros, para no defraudar al progreso y a todos los que lo necesitan, y así luchar por un futuro común, sostenible e inclusivo, como la mejor solución a los desafíos del siglo XXI.
Tribuna de Ana Claver, CFA, es directora general de Robeco Iberia, Latam y US Offshore. Presidenta del Comité de Sostenibilidad de CFA Society Spain.