La ciencia ha demostrado que el cambio climático y la biodiversidad se encuentran estrechamente relacionados. El cambio climático es uno de los principales generadores de pérdida de biodiversidad. Al mismo tiempo, la biodiversidad resulta esencial para mitigar el cambio climático y adaptarse a él. La degradación de los ecosistemas reduce la capacidad de la naturaleza para resistir las conmociones ambientales relacionadas con el clima. Los ecosistemas saludables nos protegen de las consecuencias físicas del cambio climático, tales como tormentas, sequías o inundaciones.
Según algunas estimaciones, hasta un 30% del potencial de mitigación climática global podría provenir de la naturaleza. Desde la era preindustrial, cerca de la mitad del carbono emitido ha sido capturado por la naturaleza a través de los bosques, océanos y otros sumideros naturales de carbono. El resto de las emisiones entran en la atmósfera, causando lo que se conoce como calentamiento global. Por ello, la conservación de los ecosistemas naturales terrestres, marinos y fluviales, así como la recuperación de los ecosistemas degradados, resultan esenciales en nuestra lucha contra el cambio climático.
Sin embargo, la función de mitigación climática que desarrollan los sumideros naturales de carbono se encuentra en un delicado equilibrio. El uso de la tierra es también una fuente importante de emisiones de CO2, principalmente debido a la deforestación y a la conversión de tierras para la agricultura, y prácticamente contrarresta toda la captura de carbono del medio terrestre. Nuestros océanos capturan la mayoría de las emisiones de CO2 en términos netos, pero, cuando los elevados niveles de CO2 atmosférico se disuelven en el océano, se produce una disminución de los niveles de pH de los mares, lo que provoca que estos se tornen más ácidos. La acidificación de los océanos causa graves perjuicios a los servicios de los ecosistemas costeros y marinos, lo que plantea riesgos para la seguridad alimentaria y para los ingresos de muchas economías.
La naturaleza sustenta todas las actividades económicas mediante la prestación de servicios eco sistémicos. Entre ellos se encuentran la polinización, el agua potable, el aire limpio, la captura de carbono y la protección contra las inundaciones. Más de la mitad del PIB mundial depende de la naturaleza y sus ecosistemas. Más del 75% de los cultivos alimentarios mundiales, incluidas frutas y hortalizas, dependen de la polinización animal. Se calcula que el valor total global de los servicios que prestan los ecosistemas ronda los 100-120 billones de EUR al año, un volumen equivalente a 1,5 veces el PIB mundial. Pero los ecosistemas del mundo se han deteriorado un 47% respecto de los niveles base estimados, lo que representa un grave riesgo para nuestras economías y negocios.
El crecimiento de la economía mundial en las últimas décadas se ha desarrollado a expensas de la biosfera. La actividad económica y las políticas adoptadas han tenido repercusiones adversas directas e indirectas sobre la biodiversidad y los servicios eco sistémicos. Por ejemplo, los incentivos económicos y las políticas del sector pesquero han llevado a la sobreexplotación del 76% de los caladeros marinos del mundo, según calcula la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El deterioro de la naturaleza puede contribuir a la inestabilidad social y los conflictos. Por ejemplo, entre 1.000 y 1.500 millones de personas dependen de los bosques para su alimentación y sustento. Preservar la salud de la biosfera resulta esencial para poder alcanzar muchos de los ODS de tipo social y económico.
En diciembre de 2020, Robeco se comprometió a alcanzar las cero emisiones netas de gases de efecto invernadero (GEI) en todos sus activos bajo gestión para 2050. Robeco adoptó este compromiso como signatario fundador de la Net Zero Asset Manager Initiative, que actualmente cuenta con 220 firmantes, cuyos activos bajo gestión alcanzan colectivamente los 57 billones de USD.
En octubre de 2021, Robeco publicó su hoja de ruta hacia el cero neto, con objetivos intermedios específicos para 2025 y 2030. La hoja de ruta se basa en tres pilares, con seis acciones subyacentes:
Pilar 1: Descarbonizar nuestras actividades, llegando a -30% en 2025 y -50% en 2050. Se trata de una trayectoria media de descarbonización del 7% interanual, en consonancia con lo que la ciencia indica que resulta necesario para que el calentamiento global se mantenga por debajo de 1,5 grados centígrados.
Acción 1: Descarbonizar nuestras carteras.
Acción 2: Reducir las emisiones de nuestras operaciones.
Pilar 2: Acelerar la transición, aprovechando nuestra influencia como accionistas y bonistas para intensificar la acción climática en el seno de las empresas y los países.
Acción 3: Acelerar la transición de las empresas.
Acción 4: Llamada a la acción climática por parte de los países.
Pilar 3: Promover inversiones armonizadas con el clima en colaboración con clientes, entidades de nuestro sector, responsables normativos y demás interlocutores relevantes de la industria.
Acción 5: Colaborar con los clientes en la descarbonización.
Acción 6: Colaborar en el fomento de la inversión por el cero neto.
Tribuna de Laura Bosh, especialista en interacción de Robeco, y Ana Claver, CFA, directora general de Robeco para Iberia, Latam y US Offshore.