A pocas semanas de finalizar el año 2016, los inversores siguen preocupados en torno a la evolución de las diferentes economías y sus perspectivas a medio plazo. Esto impacta de forma evidentemente negativa sobre sus decisiones en los mercados financieros y la dificultad que entraña dibujar un escenario más o menos claro dada la enorme distorsión de precios y rentabilidades generada por la actual política monetaria expansiva de los bancos centrales.
Hablar de “riesgos geopolíticos” como causa del “bajo crecimiento” de las economías desarrolladas encierra dos trampas importantes que aunque se hayan convertido en “lugares comunes”, no dejan de introducir ruido al debate y entorpecen un ejercicio básico de análisis. Por un lado, los denominados “riesgos geopolíticos” no son causas en sí mismos del panorama macroeconómico actual ya que son tensiones o fricciones que se manifiestan a lo largo del tiempo de diferentes formas. En todo caso, podrían catalogarse como “frenos al crecimiento”.
A principios de año, dos de estos “frenos” eran, a juicio del consenso de mercado, el shock de oferta en el mercado del petróleo y la reducción de las tasas de crecimiento de la economía de China. Casi once meses después, ninguno de estos ya forma parte de las preocupaciones de los analistas e inversores: el petróleo se está estabilizando gracias a una absorción rápida del exceso de oferta, mientras que China va enseñando al mundo un proceso acelerado de conversión a una economía de servicios donde no es necesario crecer a tasas de dos dígitos como lo había hecho en las dos décadas anteriores.
Por tanto, lo que se suele entender como “riesgos geopolíticos” se traduce más en escenarios cambiantes y continuos a lo largo del tiempo que en cuestiones insalvables que impiden el crecimiento. Ahora parece que el mayor de estos riesgos es el Brexit pero probablemente también será a medio plazo un elemento que desaparecerá conforme la economía británica y europea se acomoden al nuevo escenario, el cual no tiene por qué ser desfavorable a priori para ninguno de estos dos bloques.
Por otro lado, el otro “lugar común” es el denominado “bajo crecimiento” alimentado con teorías como las del profesor Summers del “estancamiento secular”. Calificar como “bajo” el actual escenario de crecimiento económico genera un silogismo automático que es la necesidad de estimular el crecimiento económico con políticas fiscales y monetarias expansivas. Aparte de que este silogismo es, en sí mismo, falaz, deja a un lado la cuestión fundamental: ¿por qué las economías crecen de la manera en que lo están haciendo? ¿No será porque tiene que ser así?
Para calificar el actual escenario de actividad económica, es necesario definir con respecto a qué se está comparando. Uno de los errores más frecuentes (y muy poco contestados) es comparar las tasas de crecimiento actuales con las de las economías en el “pico” de la anterior fase expansiva del ciclo económico. Es un error de manual. Las tasas de avance del PIB, si se quieren comparar, se debe hacer con las que registraban las economías al salir de la anterior recesión, por ejemplo, después de los atentados del 11-S o de principios de los noventa, pero nunca con 2007. Son dos fases muy distintas del ciclo económico. Es, realmente, comparar peras con manzanas.
En virtud de este error comparativo, se cae uno de los argumentos más poderosos para defender que el actual crecimiento es “bajo” y que, por tanto, tiene que ser estimulado cueste lo que cueste y sea cual sea la consecuencia que esto tenga para el futuro. La utilización de los factores productivos no se parece prácticamente en nada la que se hace en este momento que la que se hacía en 2006 o 2007. Son momentos totalmente distintos que no se pueden comparar. Uno era el “pico” del ciclo alcista, 2016 es la salida de una de las recesiones más profundas del último siglo.
En este sentido, la única medida homogénea de comparación de tasas de PIB no es otra que medir el “output gap” o diferencia entre cuánto crece la economía y cuánto debería crecer con pleno empleo de todos los factores productivos. Precisamente, la realidad muestra cómo el crecimiento potencial de las economías desarrolladas se ha reducido considerablemente por dos razones: una, el proceso de depuración de excesos que se ha producido en la crisis y dos, el estancamiento global de la productividad.
La “gasolina” del desarrollo y prosperidad de las economías a largo plazo –ahorro y productividad– brilla por su ausencia en el momento actual (gran cantidad de sectores están tecnológicamente estancados, no hay división del trabajo y el ahorro está castigado por los tipos cero, la fiscalidad y el sobre-endeudamiento) y eso lleva irremediablemente a una reducción significativa del potencial de crecimiento de las economías desarrolladas.
Lo realmente preocupante, en suma, es hasta qué punto el diagnóstico está errado desde su misma base y cómo éste lleva al planteamiento de soluciones que empeoran más que arreglan la situación.
Javier Santacruz Cano es Doctor en Economía y profesor en la Universidad de Essex. Será ponente en el próximo V EFPA Congress, en Zaragoza.