Hablar de inversiones, casi siempre resulta árido, y uno de los atajos comunes, en búsqueda de referencias que ayuden en la toma de decisiones, es echar la vista atrás, y tratar de comprender lo que ha sucedido en el pasado. Ojo, siempre se tiende a ponderar en mayor medida, aquellos que sustentan la postura que se pretende defender. Por ello, es sano que, en la toma de decisiones, puedan intervenir diferentes personas, y si es posible, con distintos perfiles, para evitar en la medida de lo posible, ciertos sesgos de conducta. A todos les sonará el tan extendido “disclaimer”: rentabilidades pasadas no son garantía de rentabilidades futuras.
Es importante realizar un análisis profundo, más allá de los resultados. Habitualmente, el individuo que tuvo una interacción con resultado positivo (independientemente de los riesgos asumidos, la concentración, etc.) tenderá a sobreponderar las virtudes de los mercados y sus expectativas al respecto. Ello generalmente implica, una relajación en cuanto a la gestión de riesgos, que puede tener consecuencias dramáticas. En cambio, aquel que tuvo una mala experiencia, será proclive a despreciar las posibilidades que le ofrecen los mercados y en muchos casos, decidirá no invertir nunca más. Ambos son comportamientos extremistas, poco racionales y que conviene evitar.
Los mercados financieros en el corto plazo, no son más que el resultado de la interacción de millones de decisiones individuales, en base a diferentes variables (ciclo económico, tipos de interés, política monetaria, intervención de los bancos centrales, tipos de cambio, regulación, etc.) y estados de ánimo. Así pues, es imposible predecir de manera sistemática lo que sucederá en el futuro, mejor asumirlo y trabajar en aquello donde sí se puede incidir.
Otra tentación, es buscar en cada momento aquellos gestores capaces de batir a otros, en términos de rendimiento. Sin embargo, en periodos cortos los mejores gestores pueden sufrir y colocarse al final de una larga lista ordenada por rentabilidad, por lo que la toma de decisiones a corto plazo, en función de rentabilidades pasadas, puede resultar perjudicial.
Fuente: Athlon Family Office
Además, a pesar de obtener buen rendimiento durante un periodo determinado, incluso los mejores gestores, sufren periodos malos, en los que se sitúan a la cola en términos de rentabilidad. Y no solo eso, sino que pueden experimentar un comportamiento significativamente peor que sus índices de referencia o benchmarks.
Los gestores que mejor desempeño registran en un periodo determinado, tienen ante sí un gran reto, mantenerse en la cumbre, algo que, conforme pasa el tiempo, se antoja cada vez más difícil. En este sentido, es importante tener en mente que muchos gestores tienden a tomar unos sesgos determinados por estilo de inversión (a inversiones temáticas, sectoriales, regiones, etc.), que se comportarán mejor en determinados entornos, pero que indudablemente sufrirán en otros.
Cualquier individuo sabe teóricamente como ganar dinero: comprar barato y vender caro. El problema es la ejecución. Nadie ha demostrado tener esta capacidad para predecir históricamente, de manera sostenida en el tiempo, principalmente debido a que nadie puede controlar los impulsos de millones de agentes tomando decisiones a diario.
Por tanto, en lugar de gastar tiempo y energías, pretendiendo anticipar circunstancias y movimientos de mercado, será más prudente e inteligente, centrarse en buscar respuesta a las siguientes cuestiones ¿qué riesgos se pueden y quieren asumir? ¿en qué proporción? La respuesta a estas preguntas variará en función del inversor, su situación patrimonial, objetivos, necesidades y restricciones. Como consecuencia, el punto de partida, debe ser plasmar esa información en un documento vivo, que será la política de inversión. Actualizable cada vez que cambien objetivos, necesidades o restricciones del inversor. La política de inversión, es una brújula durante el camino, y aquello dónde aferrarse cuando el mercado pruebe al inversor. Que lo probará. El ruido mediático y los acontecimientos pondrán a prueba su disciplina y serenidad en numerosas ocasiones.
Luchar contra uno mismo y contra sus miedos, puede resultar enormemente complejo, especialmente en un campo tan sensible como es la gestión de las inversiones. Por ello, es conveniente que antes de empezar, se delimite claramente cada uno de los objetivos y el periodo de tiempo estipulado para lograrlos, evitando en gran medida, la desorientación que produce el ruido que se va generando por el camino.
Un inversor centrado en la gestión de riesgos, con un plan determinado de acuerdo a su situación particular (política de inversión) y con disciplina, lo único que tendrá que hacer es tener paciencia y realizar ajustes que aseguren que su cartera siempre atiende a los objetivos, necesidades y restricciones vigentes. Si lo hace de manera sistemática, en el largo plazo, obtendrá buenos resultados