Actualmente asistimos a divergencias significativas en las políticas monetarias de los bancos centrales. El Banco Central Europeo ha implementado su primera bajada de tipos, el Banco de Japón abandonó en marzo la senda de tipos negativos tras más de 17 años, la Fed mantiene tipos por séptima vez consecutiva y el Banco de Inglaterra prevé rebaja para agosto. Este contexto ha generado un renovado el atractivo de los activos de renta fija, que destacan por ofrecer una combinación favorable de rentabilidad y riesgo. Quienes invierten buscan alternativas que proporcionen ingresos estables y previsibles en un entorno de volatilidad económica y financiera.
Sin embargo, aunque los niveles de rentabilidad asociados a las emisiones de estos años ofrecen un buen colchón para las y los inversores, también obligan a ser selectivos. A nivel macro, en el contexto actual es fundamental revisar los diferenciales de las economías, su fortaleza, el tipo de cambio y los diferenciales de crédito. En lo micro es necesario evaluar aspectos financieros clave como el nivel de endeudamiento de las empresas y su capacidad de refinanciación, lo que se conoce como calidad crediticia. En paralelo, también es crucial considerar la doble materialidad en las decisiones de inversión y evaluar cómo las prácticas empresariales impactan tanto en los resultados financieros como en los factores ambientales y sociales. Esos aspectos proporcionan una perspectiva integral sobre los riesgos de crédito, de mercado y de sostenibilidad de cada inversión.
Una pregunta habitual es si se puede aprovechar el momento actual y al mismo tiempo generar un impacto positivo. La respuesta es sí. A través de la inversión en bonos de impacto se pueden combinar rentabilidad financiera y sostenibilidad.
Desde un punto de vista técnico, un bono de impacto funciona igual que cualquier otro. Es decir, representa deuda emitida por una empresa o administración pública para financiarse. Las y los inversores que compran esos bonos obtendrán, a cambio, el capital inicial desembolsado en un plazo y con unos intereses fijados previamente (cupones).
La característica que diferencia los bonos de impacto, sean verdes (de energías limpias), azules (de preservación y protección de los océanos) o sociales, es que los fondos recaudados por la empresa o administración pública emisora se destinan a financiar proyectos o actividades sostenibles.
Los primeros bonos de impacto fueron emitidos en 2007 por el Banco Europeo de Inversiones. Desde entonces, el crecimiento de ese mercado ha sido muy rápido, lo que demuestra el compromiso de organizaciones emisoras y personas o entidades compradoras para avanzar en la transición mundial hacia una economía sostenible y baja en carbono, respetuosa con los ecosistemas y promotora de una sociedad igualitaria.
Esta tendencia parece que seguirá en expansión durante 2024. Varias entidades han anunciado ya programas ambiciosos de emisión de bonos sostenibles. El Banco Mundial, por ejemplo, este año espera destinar el 45% de su financiación a inversiones relacionadas con el clima. Asimismo, la Comisión Europea ha anunciado emisiones verdes nuevas que financiarán las ambiciones de NextGenerationEU para estimular la recuperación económica post-pandemia mediante inversiones sostenibles.
Los bonos de impacto ofrecen muchos beneficios, tanto para las y los inversores como para la sociedad en general. Desde la perspectiva de inversión, no solo proporcionan una rentabilidad financiera atractiva, sino que permiten también diversificar las carteras con activos que apoyan la transición hacia un modelo económico, productivo y social más sostenible. Para la sociedad, los fondos recaudados a través de bonos de impacto se traducen en proyectos que contribuyen a la reducción de emisiones de carbono, la mejora de la eficiencia energética, la inclusión o el desarrollo de tecnologías limpias.
No obstante, la inversión en bonos de impacto también presenta desafíos, como asegurar que los fondos se utilicen efectivamente para fines sostenibles y lejos del “eco-lavado de cara” o «greenwashing» en el que se etiquetan proyectos como sostenibles sin cumplir verdaderamente con los criterios establecidos. Por eso es fundamental que quienes emiten este tipo de bonos sigan estrictamente los estándares y que quienes invierten en ellos realicen una diligencia debida exhaustiva antes de operar, además de considerar la calidad crediticia del emisor del bono. Aunque los bonos de impacto son una herramienta poderosa para financiar proyectos sostenibles, el riesgo financiero asociado a la solvencia del emisor es todavía un factor crucial a la hora de invertir.
Para mitigar el riesgo de greenwashing se han desarrollado varios estándares y certificaciones internacionales para bonos verdes. En el contexto europeo, esas iniciativas juegan un papel fundamental. La UE ha adoptado un enfoque proactivo con el lanzamiento del EU Green Bond Standard, alineado con la Taxonomía de la UE para actividades sostenibles y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Ese estándar refuerza las expectativas de transparencia y sostenibilidad para los bonos verdes emitidos dentro del mercado europeo, con el establecimiento criterios claros que las organizaciones que los emiten deben cumplir para obtener la certificación oficial de la UE.
En definitiva, la inversión en bonos verdes ofrece una manera efectiva de participar en el mercado de renta fija y generar impacto transformador al mismo tiempo. A medida que el mercado continúa en evolución y expansión, las y los inversores dispondrán cada vez de más oportunidades para contribuir a la economía de impacto. Sin embargo, es esencial que tanto quienes emiten como quienes inviertan mantengan estándares de transparencia y responsabilidad altos para asegurar que los fondos se utilicen de manera efectiva y auténtica. Con la combinación adecuada de diligencia debida y compromiso con la sostenibilidad los bonos verdes son una herramienta poderosa.
Tribuna de Cristina Martínez, Manager de productos de inversión de Triodos Bank