No ha pasado un solo día desde que me marché en el que no se me haya pasado por la cabeza volver pero también en algún instante de la lucha cotidiana pensé que lo mejor sería no regresar jamás. Así somos los españoles, capaces de asegurar en la misma reflexión que somos los mejores y peores del mundo.
Mi vínculo con la realidad de mi país se sostiene en distintas plataformas. Las páginas web de los dos grandes diarios El Mundo y El País me mantienen informado al segundo. Despierto entre la noche y me giro a tomar mi iPhone para volver a conciliar el sueño y allí me encuentro con datos desoladores de la crisis económica, historias humanas trufadas de desgracia y pesimismo vital y mucha corrupción. Corrupción por tierra, mar y aire; a derecha y a izquierda; real y plebeya.
La segunda dimensión de mi conexión de emigrante la desarrollo a través de las redes sociales. Twitter es el patio de vecinos donde nos peleamos y nos echamos la culpa entre nosotros para saber quién es realmente el responsable del desastre. Fachas contra progres, madrileños contra catalanes, trabajadores contra empresarios, jóvenes contra viejos… En Facebook la tendencia está en colgar mensajes de desánimo, más historias de fracaso, estadísticas reales o inventadas que nos hagan ver que no hay salida. Y siempre echando la responsabilidad a otros. El español hizo siempre lo que tenía que hacer pero los políticos -a los que han votado una y otra vez- se les acusa como si hubieran venido de otra galaxia a robarnos el futuro.
La tercera forma de conexión es a través del correo electrónico y de la red social Linkedin. Por esta vía se han puesto en contacto conmigo decenas de personas en busca de una salida profesional, convencidos de que en España la posibilidad de encontrar un empleo decente es cada vez más remota. Intento, dentro de mis posibilidades, atender a todo el mundo. Es lo mínimo que puedo hacer para ayudar a mis compatriotas que se encuentran en una encrucijada histórica para la que nadie les había preparado ni si quiera alertado. Mi consejo siempre es el mismo: si te vas trabajar a otro país, aprovecha la oportunidad para empezar de cero, haz eso que ahora llaman reinventarse.
Dentro de nosotros hay un caudal de formación del que no somos conscientes. Somos capaces de hacer y crear muchas más cosas de las que pensamos. Ése es uno de los muros más altos contra los que me estrello. Muchos de mis compatriotas creen que pueden saltar de la mesa de escritorio de su última empresa a otra de características similares en otra compañía ubicada en otro país, manteniendo o incluso mejorando sus condiciones económicas y beneficios.
Cuando se les plantea dar un paso adelante y buscar un encaje ilusionante pero real dentro de sus posibilidades prefieren “esperar un poco”. Esperar el email o el SMS de ese alguien que les resuelva el problema completo. Esa compañía que les teletransporte de escritorio a escritorio para poder replicar su vida a miles de kilómetros de su país. Por mucha fe que se tenga, ese milagro no va a ocurrir. Sólo queda dar un paso adelante y abandonar los lamentos y la flagelación individual y colectivo.
Esta semana vi publicado un reportaje en la revista Jotdown en la que un grupo de periodistas españoles que habían sufrido la epidemia de despidos que asola a los medios se fotografiaban a pecho descubierto con cara de nostalgia, de tristeza, algunos incluso de derrota. No entendí el reportaje al que mis compañeros del otro lado del charco premiaban masivamente con “likes”.
El peor enemigo de los españoles está dentro de nosotros mismos. Ese sentido trágico, negativo, autodestructivo, que nos hace creernos seres especiales, incomprendidos, atacados por un huracán de mala suerte histórica que otros han provocado. Somos mejores de lo que creemos y más parecidos a los ciudadanos del resto del mundo de lo que nos han querido inculcar por generaciones. Es hora de reinventarse.
Columna cedida por Diario Las Américas.