Limitar la huella de carbono de los bienes inmuebles no pasa sólo por construir edificios inteligentes y eficientes energéticamente. Será necesario rehabilitar los edificios ya existentes en las ciudades para frenar las emisiones de carbono de los edificios antiguos y garantizar el legado de las generaciones futuras. En plena celebración de la la 25ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP25) en Madrid, cabe recordar que los edificios aportan alrededor del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente debido a los sistemas de calefacción, iluminación y refrigeración.
El sector inmobiliario en general, y el sector de la construcción en particular, tienen, por tanto, un papel fundamental que desempeñar en la reducción del consumo de energía y de las emisiones de CO2. Además, hay que subrayar que la Unión Europea está reforzando su compromiso en la lucha contra el calentamiento global, tratando de aumentar los objetivos fijados para 2030 para los Estados miembros.
Este compromiso influirá en sectores como el inmobiliario y supone una oportunidad para el sector, al tiempo que una responsabilidad. En efecto, se trata de construir nuevos edificios eficientes y con un consumo energético bajo, equipados con las últimas tecnologías y neutros en CO2.
En efecto, la construcción de nuevos edificios inteligentes y eficientes desde un punto de vista energético supone un progreso ya que es posible ofrecer superficies residenciales o zonas de oficinas que no dañan nuestros recursos naturales y nuestro medio ambiente. Sin embargo, este razonamiento tiene tres limitaciones. En primer lugar, la nueva construcción consume la llamada energía «gris» en la producción y uso de materiales de construcción, incluyendo cemento, aluminio y componentes de aislamiento de la industria petrolera, muy contaminantes. En segundo lugar, las nuevas construcciones consumen nuestro recurso más caro: el suelo natural. Por último, los nuevos desarrollos no tienen un impacto en los edificios existentes de más de 20 años de antigüedad, que a menudo tienen un bajo rendimiento energético.
Por tanto, la construcción de nuevos edificios de bajas emisiones no bastará por sí sola para reducir los gases de efecto invernadero. En este contexto, para tener un impacto a escala de ciudad y no sólo a escala de parcela, es necesario actuar a dos niveles: por un lado, invertir en bienes inmueble que cumplan con los estándares técnicos y de confort más recientes, pero también, y quizás lo más importante, asegurar que se genere un impacto positivo en el stock actual de edificios obsoletos, que es el legado de la generación anterior.
Desde un punto de vista técnico, los edificios más antiguos pueden ser más eficientes mediante la instalación de ventanas de doble o triple acristalamiento, la mejora del aislamiento, la instalación de luces LED y, sobre todo, la instalación de calderas más eficientes utilizando tecnologías y combustibles renovables. Por no hablar de la racionalización y limitación de las instalaciones de refrigeración y climatización, que son muy consumidoras de energía en un contexto de «círculo vicioso» de calentamiento global.
La implementación de estas optimizaciones es a menudo compleja debido a múltiples restricciones. En primer lugar, la molestia para los ocupantes del edificio, o incluso su desalojo durante el trabajo, lleva a la pérdida de ingresos. En segundo lugar, la viabilidad técnica y financiera de los proyectos es a veces difícil de garantizar a corto plazo, razón por la cual se han establecido programas de subvenciones en muchos países.
Sin embargo, esta es la única manera de limitar significativamente la huella de carbono del parque de edificios. En términos cuantitativos, para alcanzar un objetivo de reducción de emisiones del 30% para 2030 debería ser posible dar prioridad a la renovación energética de todos los edificios de más de 2.000 metros cuadrados.
La tarea es inmensa, pero los sectores inmobiliario y de la construcción tienen aquí una gran oportunidad de tener un impacto significativo en la transición energética.
Más allá de los aspectos puramente cuantitativos, estas transformaciones refuerzan el atractivo de los lugares. También es probable que conviertan edificios de oficinas en viviendas, limpien antiguos polígonos industriales o revitalicen barrios, generando así un doble círculo virtuoso.