Decir que el último trimestre ha sido difícil para los inversores sería un eufemismo, puesto que ni los mercados ni la confianza de los inversores habían experimentado una debilidad tan acusada desde hace muchos años. Todos hemos leído y oído sobre los desafíos a los que se enfrenta China y sus consecuencias para la economía mundial, pero los problemas no se limitan a cómo harán frente China y los países desarrollados a la inevitable desaceleración del gigante asiático. Mientras escribo, el índice MSCI World (Total Return) ha cedido un 8,3% en el tercer trimestre en dólares estadounidenses, aunque, dados los desplomes en algunos sectores, a veces parece mucho peor.
En función del punto de partida que tomemos, ya han pasado unos siete u ocho años desde el estallido de la crisis financiera mundial. Si sirve de algo, mi punto de referencia es la revisión a la baja de los beneficios de HSBC en febrero de 2007, cuando recortó sus previsiones de beneficios a causa del aumento de los préstamos dudosos en la división de créditos subprime estadounidenses que acababa de adquirir. Aunque la crisis no se intensificó de verdad hasta 2008, la historia indicaría que estamos más cerca del comienzo del próximo ciclo bajista que del final del último. El problema es que, incluso con una política monetaria hiperexpansiva con tipos de interés cero y abundante liquidez procedente de (efectivamente) medidas de expansión cuantitativa adoptadas a escala mundial, el crecimiento económico del mundo desarrollado es, en el mejor de los casos, modesto.
Según nuestras previsiones, el crecimiento mundial será de tan solo un 3,5% en 2016, y gran parte de los países desarrollados registrará un crecimiento muy inferior a este. En Estados Unidos, el mercado desarrollado más sólido del mundo, los pronósticos sobre el crecimiento siguen sometidos a presión, lo que limita la capacidad de las autoridades para comenzar a normalizar los tipos de interés. En Europa, el crecimiento podría registrar un ligero avance de tan solo el 1,5% el próximo año, a pesar del masivo programa de estímulos monetarios, la acusada depreciación del euro y el desplome de los precios de la energía. Incluso en Japón, donde las medidas de expansión cuantitativa ahora representan más el 14% del PIB anual, está resultando complicado generar crecimiento e inflación, y se prevé que el crecimiento no superará el 1,5% el año que viene.
Por esto es por lo que China resulta tan importante; ha sido un poderoso motor del crecimiento marginal. Puesto que resulta inevitable que el gasto de inversión impulsado por el crédito pierda gas, o incluso desaparezca, los efectos que esto tiene sobre la economía mundial y el sistema financiero son trascendentales.
Por lo que respecta a los precios de las materias primas, ya hemos sido testigos del hundimiento más generalizado del precio del petróleo y de los metales industriales a medida que se ha ido reduciendo el consumo. Con la aparición de nuevas fuentes de petróleo y la reticencia de la OPEP de recortar la producción, el precio del oro negro ha caído hasta niveles que antes costaba imaginar. Aunque en realidad esto representa una rebaja fiscal muy necesaria para los consumidores occidentales, por ahora parece que prefieren ahorrar sus ganancias a gastarlas. A su vez, esto ha generado una presión bajista para muchas de las divisas de los mercados emergentes, y numerosas economías se están viendo obligadas a aplicar políticas de tipos de interés procíclicas para impedir que sus divisas se desplomen. Todo esto resulta perjudicial para el crecimiento mundial, y pone al sistema financiero bajo cierta presión. Es difícil predecir cómo se desarrollarán los acontecimientos, pero lo que sí sabemos es que las previsiones sobre el crecimiento económico mundial seguirán revisándose a la baja.
Resulta complicado explicar por qué el crecimiento de los mercados desarrollados es tan débil, pese a los abundantes estímulos monetarios. Quizá se deba a la fuerza invisible del desapalancamiento a medida que lidiamos con el excedente de deuda acumulado durante la primera década del siglo XXI. Quizá se deba a las desfavorables tendencias demográficas o a la falta de mejoras de productividad. Sea cual sea el motivo, una China más débil no es una buena noticia, porque, de forma marginal, su crecimiento ha sido muy importante. Debería preocuparnos el hecho de que, si aparece una presión real sobre el crecimiento mundial, poco podrán hacer las autoridades para estimular la economía: los tipos de interés ya están al 0%, las medidas de expansión cuantitativa han tenido una repercusión limitada y los déficits presupuestarios limitan la capacidad de gasto de los gobiernos para resolver los problemas existentes.
En nuestro escenario central, el crecimiento anual del PIB de China se frenará hasta quizá el 5%. En tal caso, no sería necesario esperar a saber qué hace China a continuación en el frente político, ya que probablemente no se precisarán nuevos estímulos importantes. Sea cual sea el resultado, parece claro que los tipos se mantendrán más bajos durante más tiempo, y el punto de llegada de los tipos de interés cuando comiencen las subidas será muy inferior al de ciclos anteriores.
Antes de que nos deprimamos del todo, de esto también se derivan noticias positivas. Tras años perdiendo cuota de mercado a costa de los proveedores pasivos, los gestores activos están contraatacando. Este año, en Europa y el Reino Unido el gestor activo medio supera al índice en un cifra entre un 3% y un 5%, y la mayoría de nuestros fondos ha obtenido resultados mejores que estos. Como reflejo de nuestra postura prudente y nuestro estilo de inversión, hemos mantenido posiciones muy infraponderadas en valores de grandes empresas de energía y recursos, y hemos observado desde la barrera cómo se hundían las cotizaciones de muchas empresas antaño todopoderosas a causa del lastre que acarreaba una revisión a la baja tras otra. Para las que además están mal financiadas, esto podría ir a peor, y cabe esperar que se produzcan algunas quiebras. Los diferenciales crediticios ya lo reflejan, puesto que los diferenciales del alto rendimiento han subido a casi 600 p.b. con respecto de la deuda pública británica desde el mínimo de 300 p.b. de 2014. En nuestra opinión, a medida que la coyuntura sigue empeorando, será imprescindible contar con unos procesos sólidos de selección de valores, gestión del riesgo y construcción de carteras.
Afortunadamente, estas son áreas, todas ellas, en las que creemos despuntar. Aunque podemos decir que ahora nos encontramos en el contexto de mercado y macroeconómico más complicado desde el comienzo de la crisis financiera mundial, consideramos firmemente que estamos bien posicionados para generar buenos resultados para nuestros clientes. Estamos contentos con nuestra rentabilidad y son escasas las áreas de debilidad. Sin embargo, ahora es momento de centrarse y permanecer atentos, algo que recordaremos siempre a la hora de gestionar las carteras.
Mark Burgess es director de Inversiones para EMEA y Director Global de Renta Variable de Columbia Threadneedle Investments.