El encontronazo entre la empresa Sacyr y el presidente panameño Ricardo Martinelli a cuenta de las obras del canal de Panamá es el último y definitivo síntoma de que algo no marcha bien en las relaciones entre España y los países de Latinoamérica.
La chulería y prepotencia de Sacyr con ese “ahí te quedas” hace necesario repasar las hemerotecas para darse cuenta de que nadie se creyó la oferta del consorcio liderado por la constructora española para que el Gobierno panameño le concediera la obra. Ni sus competidores ni la prensa especializada daban crédito a una propuesta por debajo del mercado y la realidad.
Lo más preocupante ahora es el golpe a esa marca España de la que tanto le gusta hablar al actual ejecutivo de Rajoy y que tanto el rey Juan Carlos como el príncipe de Asturias se han encargado de vender por los cinco continentes.
Pero para que esto cuaje definitivamente y sea creíble, al menos en esta parte del mundo, es necesario un rearme ético y moral tanto en el lado político como empresarial.
El célebre “¿Por qué no te callas?” de Juan Carlos I ante Chávez fue el último alarde de dignidad de un país que ha perdido cualquier atisbo de liderazgo político en América Latina con la excusa de la crisis económica y la necesidad de poner en peligro las inversiones en la región.
La maldita crisis ha provocado que todos los líderes del socialismo XXI ninguneen e insulten a un presidente y unos ministros acomplejados que deben resoplar en privado “todo sea por la plata”. Pero no hay plata que valga tanto como para validar la justicia de la dictadura cubana en el caso Carromero-Payá, ni como para soportar que Maduro insulte al presidente del Gobierno de España, ni para que Cristina Kirchner y Evo Morales expropien y se rían de Rajoy y compañía, y de paso de todos los españoles.
Sin esa legitimidad moral, de nada vale que ahora que la ministra de Fomento Ana Pastor corra a Panamá a reunirse con Martinelli, otra vez con el “todo por la plata” grabado en la frente pero sin dar un tirón de orejas público a la empresa española que no quiere cumplir sus compromisos adquiridos con un Gobierno extranjero.
Porque la segunda debilidad moral está en las propias multinacionales que carecen en muchos casos de la legitimidad moral para exigir cuando se han negociado acuerdos inconfesables con gobernantes que no creen en la democracia ni en la justicia más que en su propio beneficio.
¿Quién no recuerda las imágenes del presidente de Repsol paseando de la mano por el centro de Madrid con su amigo Hugo Chávez?
La mejor carta de presentación de estas empresas para triunfar en Latinoamérica es, además del trabajo bien hecho, una integración real con el talento local para crear negocios razonables y sustentados en la ética y el equilibrio en las ganancias.
Hay que promover una mirada más a largo plazo, pues creo que ambos mundos se necesitan. No podemos juzgar a los pueblos por sus gobernantes ni supeditarlo todo al beneficio. A las pruebas me remito.