Desde hace casi dos años, la inflación campa a sus anchas por encima del objetivo del 2%. Al principio considerada erróneamente como un fenómeno transitorio, la inflación ha calado progresivamente en los intercambios económicos, pero también en la mente de los agentes económicos, y corre el riesgo de enquistarse.
En el lado de los perdedores, encontramos a los consumidores de la zona del euro, cuyo poder adquisitivo se ha erosionado. En 2022, los precios han subido en la zona del euro un 9,2%, frente al incremento de tan solo el 5,7% de los salarios. En términos reales, los consumidores se han empobrecido.
Si hay perdedores, es porque también hay ganadores y podemos citar tres. En primer lugar, los países fuera de la zona del euro. El saldo de la balanza comercial de la región pasó a ser deficitario en 2022 con un -0,7% del PIB, frente a un saldo excedentario del 2,3% un año antes, algo lógico, por otra parte, ya que la mitad de la energía consumida por la eurozona proviene del extranjero. El aumento de los precios de la energía y las materias primas ha beneficiado, por tanto, a los países exportadores.
Los Estados se sitúan también en el lado de los ganadores. Aunque son estructuralmente deficitarios, la oleada inflacionista ha reducido su ratio de endeudamiento: el aumento de los ingresos fiscales, indexados en su mayor parte a los precios, ha compensado con creces el aumento del déficit público. He ahí un buen ejemplo de que la inflación es beneficiosa más para los deudores que para los acreedores.
Por último, las empresas son, hasta ahora, las grandes ganadoras de esta fiebre inflacionista. En el cómputo global, han conseguido mantener sus márgenes en niveles históricamente elevados repercutiendo subidas de los precios superiores al incremento de sus costes, principalmente salariales. Según el BCE, que acaba de dedicarle una entrada a esta cuestión en su blog oficial, esto se observa especialmente en los sectores que o bien están vinculados a la energía o bien son grandes consumidores de energía, además de los sectores que sufren un persistente desequilibrio entre oferta y demanda.
Que las empresas hayan aprovechado este maná es una buena noticia para los accionistas y explica, sin duda, el buen comportamiento de las bolsas desde el pasado otoño, a pesar del contexto de ralentización del crecimiento, pero esta situación no parece sostenible a medio plazo, por varios motivos. En primer lugar, porque genera tensiones sociales y dificulta las negociaciones salariales. La ralentización que se recorta en el horizonte terminará lastrando los volúmenes, lo que llevará a las empresas a tratar de arañar cuota de mercado jugando con los precios, aunque esta vez a la baja. El riesgo de que se instaure un círculo vicioso precios-beneficios podría también animar al BCE a ir aún más lejos en su postura restrictiva, lo que erosionaría todavía más la prima de riesgo de las acciones, que ya se encuentra en niveles relativamente bajos. Para protegerse frente a estos vientos contrarios en el próximo acto, parece sensato tratar de seleccionar empresas capaces de mantener sus precios, incluso aumentarlos, sin deteriorar sus volúmenes de ventas.
Tribuna de Clément Inbona, gestor de fondos de La Financière de l’Echiquier.