Un cable secreto sobre el que nadie debe hacer preguntas empieza a estirarse bajo tierra entre Chicago y Nueva Jersey, en 2009. Cientos de grupos de obreros solo saben que es una línea recta, y que, si alguien se acerca, lo más seguro es que se trate de una amenaza para el espumoso negocio que hay entre manos.
Así empieza el libro “Flash Boys”, obra del escritor y economista estadounidense, Michael Lewis, y que retrata la ambición de conectar, sin que se pierda un milisegundo, toda la información que corre por fibra óptica desde la Bolsa. Ha sido una forma de abordar la aparición y desarrollo de las transacciones de alta frecuencia (High Frequency Trading ‟HFT”, por su sigla en inglés), una manera de operar en los mercados financieros que comenzó a desarrollarse desde finales de los años 90 gracias al desarrollo tecnológico.
Hasta la fecha, esta tendencia, que utiliza sistemas cuantitativos y algoritmos matemáticos para la ejecución de órdenes, y que se caracteriza por la alta velocidad de sus operaciones, se ha popularizado entre inversores y brókeres de Estados Unidos y Europa.
Porque las transacciones de alta frecuencia componen un sistema automatizado que consiste en la compra y venta de activos financieros en marcos temporales muy cortos. Permite realizar un gran número de transacciones, por lo que se hace necesario tener alta velocidad de conexión de los sistemas informáticos a los mercados financieros mediante el empleo de poderosas computadoras.
Lo que describe la novela de Lewis es cómo acceder a través de este cable a la máxima velocidad y obtener ganancias en espacios microscópicos de tiempo. De hecho, la oportunidad vista por el personaje, Dan Spivey, es esclarecedora.
“Todos los días existían miles de momentos en que los precios no estaban sincronizados, en los que, por ejemplo, se podía vender un contrato de futuros por una cifra mayor que la suma de los precios de las acciones que lo formaban. Para ello, había que ser muy rápido en ambos mercados a la vez”.
¿Cómo impacta esta tendencia globalmente? La escena expuesta en el libro de Lewis ya es la más sólida realidad. La industria de las transacciones de alta frecuencia despegó definitivamente, y basta decir que hoy representa alrededor del 50% del volumen de negociación en los mercados de valores de Estados Unidos. Su influencia también se expande en Europa, ya que en los mercados de renta variable, su cuota está entre el 24% y el 43% del volumen de negociación, y alrededor del 58% al 76% de las órdenes.
Es decir, hablamos de cifras enormes, pero que se mueven con la misma discreción que el cable expuesto por Lewis como símbolo tecnológico.
Porque la evolución de esta instalación ha sido posible en mercados con alta liquidez, como ocurre con Estados Unidos y Europa, mientras que en mercados menos líquidos, como en Latinoamérica, todavía es más bien una fantasía. Lo más cercano para la región está relacionado con los derechos que habría adquirido la plataforma Netflix para que “Flash Boys” sea una serie o una película.
Más cerca en el tiempo, tras la resonante aparición de la aplicación de ChatGPT, en noviembre de 2022, surgió la pregunta de si la Inteligencia Artificial alcanzaría a predecir con más precisión los movimientos de la industria financiera. Parecía un paso lógico en medio del horizonte. Poco tiempo después, un estudio de investigadores de la Universidad de Florida estableció que esta tecnología justamente podía predecir los movimientos del precio de las acciones de empresas específicas con mayor precisión que algunos modelos de análisis más básicos.
El alcance realizado por el profesor de finanzas Alberto López-Lira pudo analizar los titulares de las noticias y ver si eran mejores o peores para una acción. El resultado fue que la capacidad del ChatGPT era mucho mejor que la aleatoria para predecir el comportamiento al día siguiente.
Para sorpresa de López-Lira, nada de esto, en cambio, estaba siendo utilizado por los inversores sofisticados en sus estrategias comerciales.
Suena como una alerta, más si en medio de este mismo entusiasmo, Goldman Sachs planteó que cerca del 35 % de los empleos financieros podrían ser automatizados por IA.
Pero lo cierto es que el despliegue de esta tecnología está dando sus primeros pasos, y por otra parte, no tiene efecto homogéneo en la industria mundial.
En Latinoamérica, la adaptación de tecnología financiera está cómoda en una etapa moderada y de ritmo cansino. Por más que se hable de la velocidad con que avanza la tecnología, hay una brecha que resolver. El cable creado por Michael Lewis sigue todavía muy escondido para mercados ilíquidos.
Pero si miramos con generosidad, podemos encontrar una mezcla de velocidad y precisión con la data en tiempo real de precios. Como ocurre con la Bolsa de Santiago, por ejemplo, existe hoy la posibilidad de encontrar información instantánea, segundo a segundo, lo que abre posibilidades más sofisticadas de análisis.
El FIX es el canal digital que registra vía streaming el movimiento diario en la Bolsa, es decir, entrega la información en tiempo real, lo que permite acabar con la limitación de trabajar con data parcial, como ocurre habitualmente.
En todos estos casos, la tecnología ya está modelando un mundo completamente nuevo. Incluso, como advierte Lewis en su libro, es evidente cómo queda obsoleta y en calidad de parodia la icónica figura del trader clásico.
“Apuesto que la imagen que tiene en la cabeza la mayoría de la gente sigue siendo una en la que aparecen seres humanos. En ella, un teletipo discurre sin pausa por la parte inferior de las pantallas de los ordenadores y numerosos corros de machos alfa con chaquetas de diferentes colores que indican su rango no quitan ojo a estas minúsculas pantallas mientras dan voces de un lado al otro de la sala”.
Lo que se impone, desde la instalación del cable oculto, son los nuevos tipos de inteligencia y creatividad financiera, donde las operaciones del mercado bursátil se desarrollan al ritmo vertiginoso de una tecnología a la que habrá que saber adaptarse.