Reuters, la agencia de noticias, ha revelado recientemente que hasta 400 de sus noticias son escritas cada día por robots. Y por si eso no era lo suficientemente deprimente para los periodistas, la mala noticia es que los comentarios de los clientes aluden a que gran parte de la producción robótica es más legible que la de los humanos.
Mientras tanto, IBM ha desarrollado un programa de inteligencia artificial que mejora el diagnóstico y tratamiento contra el cáncer de los especialistas en oncología en casi uno de cada tres casos.
¿Tenemos delante un futuro brillante o sombrío?
Con avances como éstos, no es difícil pintar un panorama sombrío de mejoras en la automatización que creen una sociedad cada vez más dividida, donde una segunda ‘era de las máquinas’ provoque la pérdida masiva de puestos de trabajo acompañada de la aparición de una clase alta y rica de propietarios de robots. Sin embargo, la historia de los cambios tecnológicos ofrece un pronóstico decididamente más optimista.
Después de nuestro último análisis sobre este tema, nos mostramos optimistas de que, si se maneja bien, el auge de los robots no tendrá como efecto un desempleo generalizado ni una desigualdad desenfrenada a largo plazo, a pesar de que sí vemos algunos inevitables costos de transición.
Los efectos hasta ahora
Muchos argumentarán que los efectos negativos de la automatización ya se están haciendo evidentes en Estados Unidos, donde en las últimas décadas se ha producido una pérdida de empleo en el sector de manufactura, impulsado por la tecnología y la globalización. Ahora la automatización también está haciendo progresos rápidos tanto en los roles de los servicios que requieren escasa cualificación como en áreas en las que tradicionalmente ha trabajado personal de alta cualificación (como destacan los ejemplos de Reuters e IBM).
El consecuente aumento de la desigualdad podría atenuar la demanda de los consumidores, ejercer presión sobre las finanzas públicas e incluso precipitar una nueva tendencia hacia el populismo en el mundo desarrollado.
Lo que la historia nos enseña
Sin embargo, la historia del cambio tecnológico ofrece mucha esperanza. A lo largo del siglo XX, no sólo la tecnología ha llevado a enormes mejoras de la productividad que elevaron el nivel de vida de todos, sino que casi con toda seguridad ha creado más empleos de los que ha destruido. Por otra parte, una revolución de la automatización debería aumentar la productividad –algo muy necesario–, aumentando las tasas de crecimiento.
Si este panorama resulta exacto, podría poner en duda la idea de que los países en desarrollo con poblaciones numerosas y jóvenes tienen importantes ventajas demográficas sobre las economías desarrolladas.
Sin embargo, es cierto que es difícil sacar conclusiones firmes. Dada la enorme incertidumbre, preferimos considerar varios resultados potenciales entre los dos extremos: la «tecno-distopía», en la que predomina el alto desempleo y la creciente desigualdad, y el «shock positivo de la productividad», donde la automatización facilita un auge de la productividad ampliamente distribuido en la sociedad.
Por supuesto, el orden es importante, y la «tecno-distopía» podría llegar antes de que los políticos y los mercados de trabajo tengan tiempo para adaptarse.
El ángulo de inversión
Desde el punto de vista de la inversión, la tecno-distopía representa un mundo en el que se intensifican muchos de los problemas actuales que enfrenta la economía mundial: la debilidad de la demanda, una inflación moderada, los bajos salarios y la desigualdad. Con la inflación en cotas permanentemente bajas, la rentabilidad de los bonos del mundo desarrollado probablemente caerían aún más. Esto se debe a que la prima que normalmente exigen los inversores en deuda para compensar el riesgo de inflación se reduciría considerablemente.
El carry trade, en particular en los bonos corporativos, se mantendría en boga. Pero los brotes del populismo y la incertidumbre política podrían hacer que los activos de riesgo (como las acciones, las materias primas, la deuda corporativa, el sector inmobiliario o cualquier activo que no se considera libre de riesgo) sufran de forma periódica.
Si el futuro es más brillante, y la automatización ayuda a la economía global a salir de su estancamiento actual, los rendimientos de los bonos desarrollados deberían finalmente salir del rango en el que se han movido durante cinco años, y la mejora de la confianza podría incluso impulsar la inflación. En un sentido que representaría una amplificación del «reflation trade» observado tras la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos.
Este debería ser un buen contexto para los activos de riesgo de los mercados desarrollados, con las materias primas y los activos protegidos contra la inflación registrando un buen comportamiento. Justificaría una posición infraponderada (o corta) en la deuda del mundo desarrollado.
Para determinar en qué dirección sopla el viento, los inversores tendrán que vigilar de cerca cómo se enfrentan los responsables políticos y los beneficiarios de la automatización al reto de ampliar sus beneficios financieros de forma más general y estar dispuestos a actuar en consecuencia.
Alice Leedale es estratega de renta fija de Schroders.