Algunas veces pequeñas decisiones tomadas pueden llegar a convertirse en una cadena de eventos de consecuencias inesperadas. Por ello, es que los denominados policy makers deben actuar de manera coherente y evitando una afectación tan grande que sus consecuencias sean inconmensurables. En un muy buen artículo del 8 de noviembre (The Rescues Are Ruining Capitalism), Lance Roberts muestra cómo desde la crisis de 2008, los paquetes de ayuda en Estados Unidos, sumados los otorgados por la Fed y por el Gobierno Federal, han costado cerca de 37 trillones de dólares. ¡Sin palabras!
Lo malo de esta cifra es cuando se compara con datos de la economía real: el PIB estadounidense (sin contar la caída que vaya a tener este año) cuesta unos 21,7 trillones de dólares; desde 2009 (saliendo de la crisis) la economía estadounidense solo ha ganado en términos nominales algo más de 7 trillones de dólares y la deuda del gobierno en Washington, ha pasado de ser algo más del 60% del PIB a ya representar el 138% del mismo. Por donde se le mire, un descuadre total.
Centrémonos en los datos de ayudas y valor agregado a la economía: como se observa, mientras las ayudas han valido 37 trillones de dólares, la economía ha incrementado en 7 trillones de dólares… es decir, de cada 100 dólares que se enviaron en ayuda, la maquinaria norteamericana solo subió en algo cercano a 20 dólares… sí, solo una quinta parte del total gastado. Claramente, hay una ineficiencia en el gasto que es terrible, y parece estarse echando trillones de dólares en un barril sin fondo y creando una maquinaria cada vez más difícil de mover.
Hay diferencias claras entre la forma en que el dinero se gastó desde 2008 y la manera en que se está haciendo el día de hoy: mientras que luego de la crisis financiera el objetivo fue salvar el sistema financiero, y los dólares no llegaron en masa a la población del común; hoy en día mucho del gasto llega la “la gente de a pie”, teniendo en cuanta que gran parte de la ayuda se ha dado por medio de cheques semanales de 600 dólares que llegaron a gran parte de la población estadounidense.
¿Por qué estamos en el descuadre entre valor de rescate y el crecimiento de la economía? Explicaciones hay muchas, aunque parte de ellas parte de las decisiones tomadas en 2008 y de la ideología de cómo deben tratarse las crisis. Los historiadores económicos y quienes estudian las finanzas, dan cuenta de que luego de los acontecimientos de enero a marzo de 2008 (incluyendo la quiebra de Bear Stearns), quizá la salida más sencilla para el gobierno norteamericano era recapitalizar los bancos en problemas, haciéndose a una proporción accionaria de ellos. Lo malo: en medio de la crisis estaba un gobierno Republicano en USA, partido que ideológicamente es más afín al libre mercado que a la intromisión del gobierno en la vida económica.
En un maravilloso libro (CRASH), Adam Tooze relata cómo Hank Paulson, Secretario del Tesoro en medio de la crisis, parece haber contemplado la posibilidad de recapitalziar los bancos, más sin embargo el peso de “pasar a la historia como el primer secretario del Tesoro que nacionalizó la banca estadounidense”, lo llevó por otro camino. Un camino que, claramente hasta aquí, ha sido más tortuoso de lo que se pensaba antes del 14 de septiembre de 2008, día de la caída definitiva de Lehman Brothers.
Hasta aquí un poco de historia para entrar en materia definitiva: al día de hoy, con los resultados electorales en USA, los expertos vaticinan que el escenario más probable en materia económica sea de deflación. Esto a pesar de que un gobierno demócrata estaría más inclinado a un paquete de ayuda gigante y a seguir manteniendo los estímulos.
Mi reflexión analizando todos los puntos tratados, es que quizá las decisiones de los diferentes actores económicos norteamericanos sean trascendentales en estos próximos meses y de cara al nuevo gobierno. Cómo Biden engrane toda la política económica va a ser fundamental para el futuro de la economía norteamericana: parece obvio, pero no lo es tanto. Si Estados Unidos toma algunas pequeñas decisiones pensadas más con “el estómago” que con la cabeza, los resultados pueden ser muy complicados de largo plazo, como hemos visto hasta acá.
El espacio de mayor deuda, cada vez se limita, y un incremento como en que se ha visto este año (casi del 35% del PIB, es decir, una deuda adicional de más de 7 trillones de dólares en solo 10 meses) es insostenible. Seguir imprimiendo billetes y monetizando la deuda del gobierno federal, tampoco da para mucho más. Es cierto que la deuda como proporción del PIB puede bajar, pero para ello deben confluir dos elementos clave: crecimiento económico e inflación. Estas dos variables las logrará Estados Unidos con un dólar más débil, que encarezca las importaciones y que le genere, vía devaluación del dólar, una ventaja competitiva exportadora que hoy no tiene.
No quiero profundizar en los elementos arriba descritos para no alargarme (ya lo trataré en otra columna de opinión más adelante), sin embargo, todos los elementos apuntan a que la debilidad del dólar sea una variable clave para recomponer la economía norteamericana. Esto solo refuerza la perspectiva que nos hemos trazado desde finales de abril y principios de mayo de que, de los niveles alcanzados en ese momento, el dólar debería perder cerca del 40% de su valor en los próximos años. Lo sigo creyendo y cada vez mas, pienso en variables que se tienen que ajustar y que refuerzan la perspectiva de un dólar débil (y claro, si las decisiones pequeñas desde enero de 2021 llevan a problemas gigantes, la receta monetaria seguirá, y con mayor razón el dólar será el afectado).
Manuel Felipe García Ospina es vicepresidente Wealth Management de Skandia