Los derivados se presentan invariablemente como los malos de la película en las películas de Hollywood que relatan la historia de la crisis financiera de 2007, un papel que se les ha asignado muchas veces en varios escenarios a lo largo de los años. Warren Buffett hizo famosa su descripción como “armas financieras de destrucción masiva”.
Por su parte, autoridades de todo el mundo han tratado de limitarlos o suprimirlos. A primera vista el argumento parece bastante convincente, pues ciertos tipos de derivados fueron, en parte, responsables del descalabro de la deuda de EE.UU. Su complejidad alentó una asunción excesiva de riesgos y ocultó el verdadero valor de los activos subyacentes en que basaban su rentabilidad. Lo cual, como ahora sabemos, resultó desastroso. Sin embargo al examinar más detenidamente lo ocurrido resulta claro que gran parte de la andanada de críticas son erróneas en cierta medida.
En concreto los derivados de crédito, utilizados de manera responsable, son útiles como herramientas de gestión de riesgos inherentes a la inversión en bonos. Entre ellos se encuentran los CDS (Credit Default Swaps) en el mercado de renta fija, que han evolucionado desde la crisis de 2008 hacia una mayor transparencia y mejor regulación. De manera básica son pólizas de seguro para protegerse frente al riesgo de impago pago total o parcial de la deuda de una empresa. También actúan a modo de seguro frente a otros “eventos de crédito” -como reestructuraciones financieras- que pueden afectar a dichos pagos. Son negociables y experimentan subidas y bajadas de precio, reflejando los cambios percibidos en la capacidad de los prestatarios para pagar sus deudas.
Dado que aumentan de valor cuando los impagos se consideran más probables, pueden proteger el capital de una cartera de bonos en los períodos de turbulencias de los mercados financieros. Ahora bien, no están exentos de riesgo. Como todos los derivados, exponen a los inversores a que una de las partes del contrato no cumpla sus obligaciones. Pero si se utilizan con prudencia, pueden desempeñar una función útil en una cartera de bonos, sea cual sea el clima económico.
Hay dos tipos. Los CDS de referencia individual se suscriben para cubrirse frente a la posibilidad de incumplimiento de pago de los emisores, normalmente gobiernos y empresas. Los de índices, en cambio, ofrecen información sobre la solvencia financiera de un grupo de emisores y pueden expresar una perspectiva positiva o negativa sobre el conjunto.
Pero las ventajas no terminan ahí. Los CDS de índices son más líquidos que los propios bonos empresariales, que cuales escasean y se negocian con poca frecuencia. Otra característica atractiva es su insensibilidad a los cambios en el panorama de tipos de interés. Los precios de los bonos de toda índole se ven profundamente afectados por los acontecimientos económicos inesperados y por la opinión predominante sobre la rapidez con que los tipos de interés pueden subir o bajar. Pero los CDS únicamente reflejan variaciones en la solidez financiera de los emisores, siendo menos sensibles a las fluctuaciones de la economía. Por ello pueden emplearse para reducir la sensibilidad de una cartera de bonos a los cambios en los tipos de interés.
Así, en las semanas previas a la trascendental decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea, los gestores de uno de uno de nuestros fondos europeos decidieron aumentar las inversiones en índices de CDS, en una maniobra defensiva para el caso de una votación favorable a la salida de la UE, en aquel momento muy improbable. La estrategia demostró ser eficaz. Más recientemente, a comienzos de este año, nuestros gestores se fijaron en bonos emitidos por fabricantes de automóviles. Estimaron que algunos de estos títulos se habían visto injustamente perjudicados por el escándalo de emisiones de la automovilística alemana Volkswagen y parecían muy baratos.
Pero invertir en bonos de fabricantes de automóviles supone un riesgo excesivo, sobre todo porque pueden perder valor en caso de subida de tipos de interés. La solución fue invertir en CDS de fabricantes de automóviles, tan baratos como los bonos, pero con pocas probabilidades de depreciarse con una subida de los tipos de interés.