El contexto económico para los mercados en 2018 resulta menos favorable. Las tendencias monetarias y los análisis cíclicos sugieren que la economía global perderá dinamismo a medida que avance el año. Mientras tanto, los mercados laborales en Estados Unidos y otras economías principales se han ajustado hasta niveles que tradicionalmente se asocian a un repunte en el crecimiento de los costes laborales unitarios. La aceleración del crecimiento de los costes laborales ejercería una presión alcista en la inflación subyacente y los tipos de interés y una presión bajista en los márgenes de beneficios.
En el mismo análisis de hace un año, preveíamos que 2017 sería un año positivo para la economía mundial. El crecimiento del agregado monetario real a escala mundial, que generalmente precede al crecimiento económico en un periodo de seis a doce meses, aumentó considerablemente en el último tramo de 2016. Además, el ciclo de constitución de existencias estadounidense, que tiene una duración de entre tres y cinco años, había tocado fondo a principios de 2016 y se adentraba en una fase alcista. Los anteriores mínimos de este ciclo, registrados en 2009 y 2012, dieron paso a una sólida expansión económica en el país y a escala internacional durante el siguiente año que duró 18 meses.
Las tendencias monetarias
El crecimiento anual del agregado monetario real a escala mundial se ha moderado desde finales de 2016 y, en el momento de redacción del presente artículo, volvía a situarse en torno a su nivel medio de 2014-2015, tal y como muestra el siguiente gráfico.
El repunte del ciclo de existencias estadounidense todavía tiene recorrido —los niveles de inventario son reducidos en comparación con las ventas finales—, pero podrían alcanzar su máximo en el primer semestre de 2018. Teniendo en cuenta todo esto, sería razonable esperar que el crecimiento económico mundial mantendrá su solidez en 2018, pero se moderará más tarde durante el año.
¿Podría una pérdida de impulso traducirse en una recesión? Las tendencias monetarias actuales siguen siendo coherentes con un crecimiento económico considerable, aunque un incremento de la ralentización a principios de 2018 podría suponer una señal de alarma de cara al resto del año.
Según el análisis del ciclo, es improbable que se produzca una recesión en 2018, pero es una posibilidad realista para 2019-2020. Las recesiones generalmente tienen lugar cuando se produce de forma simultánea una desaceleración en el ciclo de constitución de existencias y un debilitamiento en uno de los otros dos ciclos clave o en ambos: el ciclo de inversión empresarial de siete a once años y el ciclo inmobiliario a más largo plazo (más de 15 años). Los tres ciclos tocaron fondo en 2009, lo que explica la gravedad de la recesión en EE. UU. y el resto del mundo ese año.
El último mínimo en el ciclo de existencias se produjo en 2016, por lo que se espera que el siguiente tenga lugar en 2019-2021. El ciclo de inversión empresarial tocó fondo por última vez en 2009, por lo que se prevé que vuelva a marcar mínimos en 2020 como muy tarde. La tendencia al alza del ciclo inmobiliario a más largo plazo se mantendrá. Por tanto, la debilidad en los ciclos de inversión y de existencias podría coincidir y dar lugar a una recesión en 2019-2020. Cualquier recesión tendría una gravedad moderada, dado que contaría con el apoyo del ciclo inmobiliario y la naturaleza relativamente moderada del actual repunte de la inversión empresarial.
¿EE.UU. y Japón en vanguardia?
Las tendencias monetarias en todos los países en el momento de redacción del presente artículo sugieren que China y Europa encabezarán la moderación del crecimiento mundial en 2018, mientras que EE. UU. y Japón registrarán una evolución relativamente sólida.
El IPC subyacente mundial (es decir, excluyendo los sectores alimentario y energético) mostró un comportamiento estable en 2017 a pesar del sólido crecimiento económico. El consenso podría estar infravalorando los riesgos derivados de la inflación en 2018, al igual que sucedió con las perspectivas de crecimiento hace un año.
En EE.UU., la tasa de desempleo cayó al 4,1% en octubre de 2017, y la tasa de ofertas vacantes de empleo o disponibilidad se situó cerca del 4,0% en septiembre, tal y como muestra el gráfico siguiente.
La diferencia entre las dos tasas solo ha caído por debajo de los 0,5 puntos porcentuales en cuatro ocasiones desde principios de la década de 1950: 1955, 1965, 1972 y 1999. El crecimiento anual de los costes laborales unitarios repuntó considerablemente durante el año siguiente en las cuatro ocasiones. Los mercados laborales en Japón, Alemania y el Reino Unido también se muestran ajustados en términos históricos.
La aceleración del crecimiento de los costes laborales impulsaría la inflación subyacente y provocaría la contracción de los márgenes de beneficios. Los dos fenómenos resultarían perjudiciales para los mercados, pero el equilibrio entre ambos afectaría a la atracción relativa de la renta variable y la deuda pública. Una situación en la que los márgenes sufriesen una mayor presión, por ejemplo, conllevaría un deterioro de las perspectivas económicas y un aumento de los riesgos de recesión, lo que constituiría un apoyo para la renta fija a pesar de una inflación más elevada a corto plazo.
Una sencilla norma de inversión que habría funcionado bien en términos históricos consiste en rotar de renta variable a activos monetarios si el crecimiento del agregado monetario real del G7 se sitúa por debajo del 3% o si cae 3 puntos porcentuales o más a lo largo de seis meses. Si bien las tendencias monetarias se han moderado, ninguna de estas dos condiciones se ha cumplido todavía. Esta norma puede servir como referencia a la hora de determinar si resulta necesario adoptar una postura de inversión totalmente defensiva en 2018 y en qué momento hacerlo.
Simon Ward es economista jefe de Janus Henderson Investors.