Los robots que interpretan el violín atraen millones de visitas en YouTube, pero los que realmente pueden cambiar el mundo llevan a cabo tareas mundanas con un alto grado de precisión y seguridad para los humanos. No es de extrañar que las ventas de sistemas robóticos puedan llegar a las 728.000 unidades, por valor de 11.500 millones de dólares para 2025, frente a un mercado de sólo 800 millones de dólares en 2017, según Barclays Equity Research, que destaca mucha demanda en las industrias automotriz y tecnológica.
Ello ha sido posible gracias a la mayor potencia informática y sensores y motores más pequeños, hasta el punto de que se la robótica colaborativa se convertido en un campo especializado, concentrado en clusters industriales, como el de Odense, un antiguo centro de construcción naval en Dinamarca.
Durante la década de 1980, cuando los astilleros daneses luchaban contra la competencia más barata de rivales como Corea del Sur, sus propietarios, con visión de futuro, buscaron maneras de automatizar la soldadura rutinaria. Una gran subvención local del Instituto Tecnológico Danés ayudó a sembrar lo que desde entonces se ha convertido en un importante centro de robótica.
Hoy en día 4.000 personas trabajan en robótica en Odense, lo que convierte a Dinamarca en uno de los principales países de la especialización. Estas empresas de robótica están centradas en aplicaciones comerciales, así que son menos glamurosas que, por ejemplo, las máquinas humanoides desarrolladas por el Instituto de Tecnología de Masachussets MIT. Pero su tecnología no es menos compleja o impresionante.
Mediante componentes listos para usar las empresas de Odense pueden ensamblar rápidamente robots industriales para aplicaciones especializadas según las necesidades de sus clientes. Es el caso de las máquinas colaborativas de Universal Robots, de Teradyne, cuya automatización permite a los trabajadores salirse de la rutina, como manipulación de materiales.
Además los robots con paletas de Mobile Industrial Robots, otra empresa en Odense, están cada vez más presente en los centros de distribución. Una tercera empresa trabaja en soldadura robótica, apuntando a un gran mercado donde la mano de obra especializada está en declive (en Reino Unido el soldador promedio tiene 55 años).
Se trata de la robótica colaborativa, que depende de grandes cantidades de datos proporcionados por sensores de alta calidad cada vez más sofisticados, así como a avances en potencia informática. La inteligencia artificial también está haciendo que sea cada vez más fácil entrenar robots industriales. En algunos casos, en lugar de ser programados con un código informático pueden ser guiados por operadores humanos que manipulan directamente los brazos del robot para que aprendan tareas.
Estos robots, que no siguen un conjunto limitado de instrucciones, pueden ocuparse de tareas tediosas o peligrosas, permitiendo a los trabajadores cualificados centrarse en las tareas más complejas y de mayor valor añadido, interesantes y variadas, como control de calidad y modificaciones a medida. Es el futuro en estrecha colaboración con humanos de la industria de robots industriales, donde la seguridad es clave.
Efectivamente, la seguridad exige que estos robots autónomos se adapten a circunstancias variables. Deben poder detectar seres humanos en su entorno y detenerse o maniobrar si hay riesgo de lesiones, para volver sin problemas a la tarea una vez que el peligro pasa. Además estos fabricantes de robots están sujetos a las normas de la Organización Internacional de Normalización (ISO).
De hecho, garantizar la seguridad es el elemento más caro del proceso, quizás la razón por la que el gobierno chino busca alejarse de la ISO y desarrollar normas propias de seguridad -si lo hiciera hay riesgo de que busque menores precios con riesgos para la seguridad de las personas-.