Kanpur, en el norte de la India, es conocido como el “Manchester del este”. A orillas del río Ganges, es el emplazamiento de varias industrias pesadas, incluyendo cuero, productos químicos y fertilizantes. Debido a sus enormes efectos secundarios, Kanpur se ha convertido en el centro urbano más contaminado del mundo, según la Organización Mundial de la Salud.
Sus tres millones de habitantes respiran aire hasta cinco veces más contaminado que el límite recomendado y no es un caso aislado. Según la OMS el aire tóxico mata a nueve millones de personas y causa pérdidas de 4,6 billones de dólares, equivalentes al 6% del PIB mundial. Además, la contaminación atmosférica no es el único fenómeno creado por el hombre que daña nuestro medio ambiente y la economía. La acidificación de los océanos, escasez de agua y contaminación del suelo también amenazan nuestra forma de vida. Revertir estas tendencias requiere un esfuerzo monumental.
Los consumidores tienen que cambiar sus hábitos y los gobiernos sus prioridades, pero tal vez los inversores pueden tener el papel más importante, si bien su compromiso sigue lejos de ser suficiente. La Agencia Internacional de la Energía estima que por cada dólar empleado en apoyar la energía renovable otros seis se gastan en subsidios a combustibles fósiles. La reasignación de sólo un 10% de tal gasto a proyectos renovables, según otro estudio, ayudaría a financiar la transición hacia la energía limpia.
El caso es que los inversores pueden proporcionar fondos vitales a empresas que desarrollan productos y servicios que pueden revertir el daño ecológico y, además, tienen el poder de retener o retirar capital de empresas que no se toman en serio sus responsabilidades ambientales. Exigir a cada empresa cotizada que tenga en cuenta su huella ecológica de la misma manera que calcula, por ejemplo, sus ingresos y beneficios, es una forma de desplegar dicho poder.
El problema, sin embargo, es la falta de datos significativos. La mayoría de informes financieros ambientales son demasiado limitados o subjetivos. Por ejemplo, el análisis ambiental empresarial estándar tiende a centrarse exclusivamente en el proceso de fabricación, sin tener en cuenta el impacto ecológico más amplio de proveedores o de los productos y servicios a lo largo de su vida útil. Es el caso de la industria del automóvil, donde las emisiones en la vida de un vehículo, su verdadera huella ecológica, son cuatro a cinco veces mayores que las derivadas de la sola fabricación.
Además, el debate medioambiental actual tiende a centrarse únicamente en cambio climático, por la huella de carbono. Pero empresas e inversores deben prestar también atención al impacto en la biodiversidad o uso del agua, ampliando el alcance de la auditoría ambiental en toda la cadena de valor, desde extracción de materias primas hasta los procesos de fabricación, distribución y transporte, uso de productos, desechado y reciclado.
Una manera de lograrlo es a través de un enfoque más científico mediante modelos como el de los límites planetarios. Desarrollado por investigadores del Stockholm Resilience Center, evalúa el estado del ecosistema en nueve dimensiones ambientales y está empezando a llamar la atención de grandes empresas.