Estuve en Grecia y también en Italia. En Italia, visité Roma, Nápoles, la Costa Amalfitana, la Isla de Capri, Bari, Matera y Alberobello, conocido por sus Trulli, un símbolo de la región de Apulia.
Los Trulli son casitas tradicionales que se encuentran en el Valle d’Itria, en Alberobello, y tienen la particularidad de contar con techos cónicos hechos de piedra. Son lindos, preciosos, pintorescos. Pero, además, tienen una historia detrás. ¿Historia real? ¿Leyenda? ¿Las leyendas son historias reales potenciadas por el boca a boca? ¿La historia real es efectivamente real?
Dejemos esas dudas a un lado y avancemos. Las casitas son divinas. Todo es divino, pero la historia de los Trulli, algo difusa, cuenta que se erigieron en la Edad Media. Su nombre proviene de tholos, una palabra griega que significa “domo” o “cúpula”. En un principio las casas eran completamente de piedra, desde el piso hasta la punta del cono que hoy sirve de techo. Y las casas se levantaban y se tiraban abajo según las necesidades impositivas. ¿Cómo es eso? Paciencia, ya lo cuento.
Las casas se construyeron en seco, es decir, colocando una piedra al lado de otra y una encima de otra, sin ningún tipo de argamasa, barro o sostén más que la piedra misma (una piedra impermeable denominada chiancarelle). Esto le daba a la casa cierta inestabilidad, pero también la posibilidad de ser derribada fácilmente gracias a una bóveda ubicada en el centro, que al extraerse hacía colapsar el edificio. Y eso hacían sus habitantes, mayormente agricultores.
Cuando los impuestos de la época subían, los granjeros derribaban sus casas de piedra al enterarse de la inminente inspección del recaudador. De este modo, eludían el impuesto a los nuevos asentamientos impuesto por el Reino de Nápoles: sin casa, sin bienes, no había nada que pagar. Al menos hasta la siguiente inspección.
En algún punto, ¿es la lógica que aún hoy existe detrás de los trusts irrevocables y discrecionales, no? Sin bienes, no hay nada que pagar…
En fin, retomemos el hilo conductor.
Cuando las visitas del recaudador dejaron de existir, ya en el siglo XIV, las casas, que ya habían adoptado las paredes blancas que vemos hoy, se reconstruyeron con argamasa para lograr mayor estabilidad.
En Alberobello están los Trulli más conocidos, considerados patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Un hermoso reconocimiento a casas construidas para satisfacer una demanda que se mantiene hasta el día de hoy: la reducción de impuestos.
Ahora que lo pienso, quizás deberían también declararse patrimonio de la humanidad las propiedades que en el Reino Unido tienen algunas de sus ventanas tapiadas desde la época en que se creó un impuesto sobre las mismas, allá por 1696.
También está el caso de los edificios franceses con tejados inclinados de la mansarda (estilo buhardilla), que también fueron diseñados para proteger a sus ocupantes de ciertos impuestos.
Escribo esto mientras termino este viaje soñado y pienso en la incapacidad de los gobernantes actuales para satisfacer un reclamo que lleva siglos y que es lógico. Pasa en Europa, pasa en América, pasa en cualquier lugar. En algunos lugares se logra, al menos, que la alta presión fiscal no demande tanto esfuerzo fiscal. En la mayoría, lo que ocurre es que sin importar la presión existente, el esfuerzo es desalentador. Y por eso hacemos, de alguna manera, lo que hicieron los habitantes de Alberobello. Ellos, salvando las posibilidades que brinda la evolución, buscaban evitar que el fisco se llevara el fruto de su trabajo. Lo lograban tirando abajo sus propias casas. Hoy, en cambio, lo hacemos estructurando nuestro patrimonio.