Los gobiernos deben cuidarse de no sacrificar los esfuerzos de descarbonización mundial en el altar de la prosperidad económica. Pero, al mismo tiempo, no deben desacelerar el crecimiento para lograr un mundo más limpio. Es mejor encontrar una manera de hacer ambas cosas. La crisis del COVID-19 ha puesto en primer plano dos temas que prevalecen en las actuales actitudes económicas hacia el calentamiento global.
En primer lugar, esta emergencia ha demostrado que existe una actitud muy preocupante entre los políticos, los economistas y posiblemente el público en general de que abordar las preocupaciones ecológicas es un lujo y debe pasar a un segundo plano cuando las economías están en dificultades. Dado que recuperar el crecimiento perdido en los últimos dos meses podría llevar décadas, las cuestiones ecológicas podrían pasar permanentemente a un segundo plano hasta que las economías vuelvan a niveles similares a los de principios de 2020.
En segundo término, ha aumentado el riesgo opuesto de que el público reaccione a la pandemia rechazando el comercio mundial y la globalización, y en su lugar adopte modelos económicos restrictivos que a primera vista podrían reducir las emisiones de CO2, pero a un coste masivo para el crecimiento económico mundial.
En este escenario de «decrecimiento», la falta de recuperación se convierte aparentemente en la principal herramienta contra el calentamiento global. Sin embargo, es cuestionable si sería política o socialmente aceptable que las economías perdieran colectivamente en 2021 cualquier recuperación respecto a la actual recesión y luego aceptaran una nueva recesión de una década de duración por medio de una agenda de decrecimiento.
Si consideramos la intensidad de carbono como una unidad de carbono por unidad de PIB, esperamos ver que el crecimiento del PIB mundial muestre que las emisiones de CO2 disminuyen en un 6% este año. Si bien esto podría parecer que muestra que un menor crecimiento mundial es mejor para el medio ambiente, todavía está muy lejos de la tasa de disminución calculada por la Coalición Mundial de Inversores (GIC) como necesaria para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 grados para finales del siglo XXI.
Todavía tendríamos que ver una nueva reducción del 13% y esperaríamos que las emisiones de CO2 se recuperen, como lo hicieron después de la crisis financiera de 2008-2009, en 2021. Por lo tanto, la contracción económica no nos ha dado más tiempo para resolver el calentamiento global, ni la recesión ha tenido un impacto significativo en el cambio de nuestra producción de CO2.
A pesar de la crisis, no podemos posponer el aumento de nuestros esfuerzos para descarbonizar nuestras economías. Si lo hacemos, pronto nos quedarán dos opciones sombrías: o bien renunciamos a frenar el calentamiento global y aceptamos los devastadores costes ambientales, sociales, económicos y geopolíticos, o bien entramos en un período de recesión duradera.
Las estimaciones de la Comisión Europea sugieren que para lograr una transición verde, los esfuerzos de inversión deben ser de alrededor del 2%-3% del PIB anual. Si bien muchas de estas «inversiones de transición» no muestran una rentabilidad inmediata, lo que debería tenerse más en cuenta es el verdadero coste que el calentamiento mundial tendrá en última instancia en las economías nacionales e internacionales.
No obstante, la recesión aporta un resquicio de esperanza para las inversiones destinadas a hacer frente al calentamiento de la Tierra. Aprovechando el bajo nivel de los tipos de interés, un Fondo Europeo de Emergencia Climática que podría ofrecer una deuda conjunta a largo plazo podría utilizar la inversión para financiar proyectos de transición ecológicos. Éstos serían asumidos por los Gobiernos o las empresas y podrían brindar la oportunidad de aunar el crecimiento económico y frenar el calentamiento del planeta. La integración fiscal europea, que esta crisis ha demostrado ser muy necesaria, también podría beneficiarse de esa empresa y conducir a un mayor crecimiento.
Es totalmente comprensible que las preocupaciones ecológicas se hayan dejado de lado en el plazo inmediato para centrar los esfuerzos políticos en la pandemia, y felicito a los gobiernos y las empresas que han adoptado las medidas adecuadas para proteger a los empleados y la continuidad de la empresa.
Sin embargo, ahora no debemos perder de vista la transición hacia una economía ecológica cuando empecemos a recuperar nuestras pérdidas y recordar que una crisis ambiental en el futuro podría ser igual de perjudicial, si no más.
Tribuna de Gilles Moëc, economista jefe de AXA Investment Managers.