El Banco de Japón (BoJ) ha imitado a los bancos centrales de Dinamarca, la Zona Euro, Suecia y Suiza al imponer un tipo de interés negativo en una parte de las reservas bancarias comerciales (véase el gráfico). En Suiza y Suecia, el principal tipo de interés oficial, así como el tipo marginal aplicado a las reservas, es inferior a cero. Los tipos de interés interbancarios a corto plazo son negativos en las cinco regiones mencionadas.
Los tipos daneses se redujeron por debajo de cero para conservar el vínculo de su moneda con el euro. En cuanto a Suecia y Suiza, la apreciación no deseada de sus monedas también fue una razón principal para apostar por tipos negativos. El Banco Central Europeo (BCE) y el BoJ justifican los tipos negativos a cuenta de sus objetivos de inflación, aunque ambos bancos centrales han apreciado el deterioro que vienen sufriendo sus divisas en los últimos años.
Un determinado banco puede eludir los tipos negativos empleando su liquidez excedente para aumentar la actividad de préstamos o invertir en valores. Sin embargo, esto no puede ocurrir en el conjunto del sistema bancario, ya que la cantidad total de reservas viene impuesta por el banco central. La reducción de reservas por parte de un banco se compensa con un aumento de las reservas mantenidas por otros; por lo tanto, los tipos negativos actúan como un impuesto al sistema bancario. Los sistemas danés, sueco y japonés aminoran este impuesto aplicando tipos negativos solo a las reservas bancarias de máximo nivel.
Pros y contras
Los partidarios de los tipos negativos argumentan que un recorte por debajo de cero ofrece un estímulo económico neto, incluso si no produce tanto efecto como un recorte aplicado cuando los tipos son positivos. A su juicio, la apuesta por tipos negativos ejerce una presión bajista adicional en los tipos aplicados a préstamos y depósitos de los bancos, lo que incentiva el endeudamiento y disuade el “atesoramiento”. Además, fomenta el “reajuste de las carteras” para introducir inversiones de mayor riesgo / extranjeras, lo que implica una revalorización de los activos o un descenso del tipo de cambio, respectivamente. La revalorización de los activos puede producir un «efecto riqueza» positivo sobre la demanda, mientras que una depreciación de la divisa estimula las exportaciones netas.
Los detractores aducen que los tipos de interés negativos merman la rentabilidad de los bancos, haciéndoles menos susceptibles de expandir sus balances. Los bancos de los países antes señalados se han mostrado reacios a imponer tipos negativos en los depósitos de particulares al temer que esa medida pueda desatar una oleada de rescates de efectivo. Esto ha limitado su capacidad para reducir los tipos aplicados a préstamos sin menoscabar los márgenes. Los bancos deben conservar los beneficios para generar un capital que les permita expandir su actividad prestataria. Por otro lado, cualquier impulso en los precios de los activos derivado de tipos negativos probablemente resulte efímero sin una mejora de los “fundamentales”, mientras que la devaluación del tipo de cambio es un juego de suma cero.
Rescates de efectivo
Los pensadores radicales como Andrew Haldane del Banco de Inglaterra han propuesto aumentar el alcance y la efectividad de los tipos negativos mediante la imposición de restricciones o sanciones por el uso de efectivo. Tales medidas podrían permitir a los bancos imponer tipos negativos en depósitos tanto minoristas como mayoristas sin verse inundados de órdenes de rescate de efectivo, aumentando así su capacidad para reducir los tipos aplicados a préstamos al tiempo que mantienen o aumentan los márgenes. Tales propuestas pueden tener un interés teórico, pero probablemente sean inviables desde el punto de vista político. Además, son peligrosas, pues amenazan con socavar la confianza pública en el papel del dinero como depósito de valor.
¿Es esto sólo el principio?
La experimentación de los bancos centrales con los tipos negativos podría extenderse en el tiempo. El presidente del BCE Draghi ha insinuado con firmeza su intención de aplicar un nuevo recorte del tipo para depósitos en marzo, mientras que muchos consideran la reciente medida del BoJ como un primer paso. El BCE podría copiar a otros bancos centrales en la introducción de un sistema escalonado para mitigar la merma que produce en los beneficios de los bancos y aumentar la posibilidad de aplicar un tipo marginal aún más bajo. No obstante, la necesidad y el acierto de tales iniciativas se ha puesto en tela de juicio. El problema es que los bancos centrales están abriendo la caja de Pandora, y cualquier beneficio de estímulo a corto plazo que obtengan se verá contrarrestado por el perjuicio más permanente que causa en el sistema bancario y por la pérdida de confianza pública en la estabilidad monetaria.
Simon Ward es economista jefe de Henderson.