La inversión ESG, que incorpora en los análisis cuantitativos criterios medioambientales, sociales y de gobernanza, es una de las tendencias con mayor recorrido a nivel internacional en los últimos años. Según un informe de la Global Sustainable Investment Alliance, a comienzos de 2020 un total de 35,3 billones de activos bajo gestión, o, lo que es lo mismo, más de un tercio de la inversión total a nivel global, se correspondía con inversión sostenible.
Conforme crece la inversión ESG crecen también tanto los mantras acerca de su potencial transformador (que parecen no poder ser rebatidos), como el número de críticos que parecen no creerse su propósito (aparentemente cargado de buenas intenciones). Así, el sector de la inversión ESG aún cuenta con ciertas controversias a sus espaldas, y no son pocos los que se muestran escépticos respecto a su verdadera capacidad de generar impacto positivo en la sociedad en la que vivimos.
Entonces, ¿cuál es la manera correcta de integrar consideraciones respecto a la protección del medioambiente o el bienestar de los empleados en las estrategias de inversión? Y, ¿cómo es posible diferenciar a las empresas más responsables en sus operaciones de las que no lo son?
La traducción de la sostenibilidad en términos financieros
Al igual que las calificaciones de riesgo crediticio evalúan la solvencia y perspectiva a futuro de las compañías desde un punto de vista exclusivamente financiero, los ratings ESG tienen como objetivo analizar su rendimiento en base a criterios medioambientales, sociales y de gobernanza.
Sin embargo, ante las polémicas en las que se ve envuelto frecuentemente el sector, como las acusaciones de greenwashing o la falta de consideración de determinadas externalidades negativas de las empresas evaluadas, resulta necesario definir en profundidad el objetivo y alcance de estas calificaciones.
De acuerdo con la definición de MSCI, una de las agencias de calificación líder a nivel internacional, los ratings ESG miden la resiliencia de una compañía en el largo plazo frente a riesgos sectoriales en los ámbitos medioambientales, sociales y de gobernanza.
Siguiendo la metodología de Sustainalytics, otra de las agencias referentes en el sector, estas evaluaciones parten de la premisa de que el mundo se encuentra en transición hacia una economía cada vez más sostenible, y que las compañías con una gestión más efectiva de los riesgos ESG tendrán un mayor valor en el largo plazo.
Así, los principales ratings ESG no se centran en el impacto que una compañía tiene en su entorno, sino que evalúan el riesgo en términos financieros derivado de la gestión de aquellos aspectos sociales, medioambientales y de gobernanza más relevantes (o materiales) para cada compañía.
Causas y polémicas asociadas a la falta de correlación
Con la proliferación de los ratings ESG, la falta de estandarización en torno a un marco común de evaluación ha dado lugar a un creciente escepticismo respecto a la validez y la aplicación práctica de los ratings ESG. De hecho, según estudios de la prestigiosa escuela de negocios MIT Sloan, el coeficiente de correlación entre los ratings ESG de 6 de las agencias de calificación más destacadas a nivel global es de 0,61 (en una escala de -1 a 1); mientras que la correlación entre las calificaciones crediticias de agencias como Moody’s y Standard & Poor’s aumenta hasta 0,99.
Siguiendo con los resultados de MIT Sloan, esta divergencia es debida principalmente a dos cuestiones:
– En primer lugar, el empleo de distintas métricas para evaluar un mismo aspecto medioambiental, social o de gobernanza es la principal causa de divergencia entre distintas evaluaciones. Así, un mismo atributo (como por ejemplo la diversidad de género), puede ser evaluado con métricas cuantitativas (como el porcentaje de mujeres en plantilla, en puestos de gestión o respecto al total de nuevas contrataciones), en base a métricas cualitativas (como las políticas e iniciativas en marcha en materia de igualdad) o con una combinación de ambas.
– Por otro lado, el alcance de las evaluaciones cobra también un peso relevante para explicar la falta de correlación existente. Principalmente, esto se debe a que distintas metodologías pueden conllevar el análisis de distintos aspectos ESG, resultando en que determinados temas (por ejemplo, la participación en actividades de lobby) pueden afectar a una calificación concreta y a otras no.
En una muy menor medida, esas faltas de correlación se deben a diferencias a la hora de evaluar la materialidad de los aspectos ESG en una misma compañía o sector; o, lo que es lo mismo, a que distintas agencias de calificación no sigan un mismo criterio respecto a la relevancia de un determinado aspecto ESG sobre el total de la evaluación.
Por tanto, es fundamental, tanto para los inversores como para las compañías analizadas, conocer las metodologías de los distintos proveedores de ratings e índices ESG y no tomar decisiones en base a una única fuente de información. De esta manera, la divergencia existente no supondrá una barrera para la gestión de sus inversiones y de la transparencia frente a sus grupos de interés externos.
¿Hay escepticismo entre los grandes gestores de activos?
El análisis de distintas agencias de calificación ESG pueda dar lugar a conclusiones muy útiles dentro de una estrategia de inversión responsable. Sin embargo, la divergencia existente entre los principales evaluadores provoca también una pérdida de credibilidad para determinados gestores de activos.
Recientemente, el responsable de monitorización de riesgos de Norges Bank, el fondo soberano más grande del mundo, afirmaba en una entrevista a Bloomberg que sus análisis incorporaban las calificaciones de los ratings ESG “en muy pocas ocasiones”, si es que lo hacían. En su lugar, el fondo noruego ha desarrollado una metodología de inversión sostenible, desagregando la información proporcionada por los ratings ESG para después tratarla en base a criterios propios.
Dicha perspectiva, cada vez más extendida entre las gestoras de activos, es seguida en España por entidades como Santander AM o BBVA AM, que cuentan con herramientas propias para evaluar la información proporcionada por proveedores externos e incorporarla en sus inversiones.
Por tanto, el potencial escepticismo existente entre los inversores aparece como una consecuencia más de las controversias derivadas de la falta de estandarización.
No es tanto que las divergencias entre la puntuación ESG otorgada por distintas agencias de calificación haga perder relevancia a sus análisis, sino que ponen encima de la mesa la necesidad de conocer el detalle de las distintas metodologías empleadas para poder sacar el máximo partido a la información analizada.
El camino hacia la estandarización y otras oportunidades a futuro
Con un panorama tan complejo como el actual, aparecen dos principales herramientas para la consolidación de los ratings ESG como fundamento de la inversión responsable: el avance de la regulación y el apoyo a las iniciativas en marcha en torno a la estandarización de las evaluaciones ESG.
En primer lugar, la regulación en cuanto a reporte de información no financiera y clasificación de productos de inversión servirá para reducir las controversias asociadas a las calificaciones ESG. En ese sentido, a nivel europeo hay muchas esperanzas puestas en la consolidación de las taxonomías medioambiental y social y el Reglamento sobre Divulgación de Finanzas Sostenibles de la Unión Europea (SFDR), como marco sobre el que evaluar el impacto no financiero de las inversiones.
Por otro lado, respecto a lo que concierne directamente a los ratings ESG, la iniciativa más relevante actualmente es la definición de estándares de reporte de sostenibilidad a nivel internacional que se está llevando a cabo por la Junta de Normas Internacionales de Sostenibilidad (International Sustainability Standards Board o ISSB, por sus siglas en inglés).
Creada en el marco de la COP 26 y liderada por el antiguo consejero delegado de Danone Emmanuel Faber, la ISSB depende directamente de la Fundación de Estándares Internacionales de Reportes Financieros (IFRS, por sus siglas en inglés).
Respondiendo a las demandas de los distintos grupos de interés del sector, se espera que la fijación de estándares de la ISSB sirva para terminar de una vez por todas con la falta de transparencia y ponga claridad a la inversión ESG.
Además, la Fundación consolida actualmente a dos de los estándares de reporte de sostenibilidad con mayor adopción a nivel internacional, la Sustainability Accounting Standards Board (SASB) y la Carbon Disclosure Standards Board (CDSB), y ha firmado un acuerdo de colaboración a mediados de marzo de 2022 con la Global Reporting Initiative (GRI). Por tanto, la ISSB aúna la perspectiva financiera de los riesgos asociados a aspectos ESG con la visión respecto al impacto que las compañías generan en el medioambiente y la sociedad.
Así, se espera que el complejo panorama actual de los ratings e índices ESG, que actualmente exige de un análisis en profundidad de metodologías y proveedores, comience a dar pasos hacia la homogeneización en el medio plazo. De esta manera, las empresas y gestores de activos podrán centrar sus esfuerzos y estrategias en lo realmente importante: la construcción de una sociedad justa y responsable para todos.
Tribuna de Juan Ignacio Fernández, Sustainability & Business Impact Consultant de Transcendent