La renta variable y la deuda corporativa se suelen entender bien. En los 20 últimos años, el «coeficiente beta» entre el crédito y la renta variable se ha situado en 0,5 tanto en Estados Unidos como en Europa; esto implica que, por cada subida (o caída) del 1% en los precios de la renta variable, los mercados de crédito han tendido a registrar un avance (o un deterioro) del 0,5%.
En la actualidad, esta relación parece más sólida que nunca. Por ejemplo, el R cuadrado entre la deuda corporativa de alto rendimiento y la renta variable de Estados Unidos se halla cerca del 90%, su nivel más elevado desde 2008 (1). Sin embargo, esto no siempre ha sido así: a finales de los noventa, a mediados de la primera década de 2000 y, de manera efímera, justo en los primeros compases del año pasado, los diferenciales corporativos se ampliaron (los precios retrocedieron), mientras que la renta variable prosiguió su trayectoria alcista.
Se entiende fácilmente por qué los mercados de crédito y de renta variable hacen buena pareja: los titulares de renta variable poseen, en esencia, un crédito subordinado, con la expectativa de obtener un flujo de dividendos en ausencia de impago. Ahora bien, en algunas circunstancias podría no ser así. Por ejemplo, los inversores podrían mostrar un mayor optimismo en cuanto al rumbo futuro de los beneficios, lo que favorecería a la renta variable mucho más que a la deuda corporativa. La composición subyacente de los índices de renta variable y de renta fija puede ser muy diferente (y lo está siendo cada vez más). Y así sucesivamente.
Examinar los marcos
¿Qué señal podría indicarnos que nos estamos adentrando en uno de esos periodos de «menor complicidad» en esta pareja? Dos marcos me vienen a la mente. El primero es el reloj deuda-renta variable, que agrupa los factores anteriores en cuatro cuadrantes macroeconómicos y asigna un estilo al comportamiento de los mercados de renta variable y de crédito en cada uno de dichos cuadrantes a medida que gira el reloj.
En román paladino, las cuatro fases del ciclo económico se expresan en función de las expectativas sobre la evolución probable de la renta variable y el crédito: conforme aparecen brotes verdes de crecimiento tras la recesión y se fortalecen los balances, los diferenciales se estrechan (es decir, los precios de la deuda corporativa suben) y la renta variable se debilita; cuando la recuperación económica se afianza, impulsando los flujos de efectivo y reduciendo el apalancamiento, ambos activos se comportan bien. A continuación, la tercera fase de reflación fomenta un comportamiento empresarial más arriesgado (por ejemplo, recompras de acciones y actividad de fusiones y adquisiciones), lo que catapulta la renta variable y amplía los diferenciales corporativos. Finalmente, conforme pierde fuelle la economía, ambos activos se deterioran al unísono, con la ampliación de los diferenciales y la caída de los precios de la renta variable.
Por desgracia, y aunque resulta (extremadamente) elegante, este marco carece de base empírica. Como muestra el gráfico 1, las rentabilidades del crédito y la renta variable suelen dar sobresaltos en el reloj metafórico, por lo que resulta difícil determinar «a qué hora» empezarán o finalizarán las fases del ciclo para la renta variable y el crédito. Cierto, desde el mínimo registrado por el S&P 500 en los primeros compases de 2016, hemos eludido la reflación en dos ocasiones, y hemos pasado de una recuperación (diferenciales más reducidos y revalorización de la renta variable) a una corrección (diferenciales más elevados y caída de la renta variable). También nos hemos movido en el sentido contrario a las agujas del reloj, pasando de la reflación (revalorización de la renta variable y ampliación de los diferenciales) a la recuperación.
Un segundo enfoque adopta los principios establecidos en el modelo de Merton para determinar la compensación que exigen los inversores para asumir riesgos de crédito y de liquidez, respectivamente (2). Consulte nuestro informe de julio de 2015 sobre liquidez si desea obtener más información al respecto (3). En resumen, este marco plantea la siguiente pregunta: ¿están viendo los inversores en crédito algo que los inversores en renta variable ignoran?. Tanto los mercados de renta variable como los de crédito tienen en cuenta fundamentales crediticios similares, pero el riesgo de liquidez es más específico del crédito, y una variación en los diferenciales que refleje preocupaciones relacionadas exclusivamente con la falta de liquidez debería ayudar a inferir información sobre la coyuntura financiera imperante en los mercados.
En periodos en los que los inversores en deuda corporativa exigen una mayor compensación por los diferenciales como consecuencia del miedo a no poder vender su(s) crédito(s) de inmediato sin experimentar un sustancial descuento en el precio, lo que no se refleja en los precios de la renta variable (es decir, un movimiento a lo largo del eje X del gráfico 2), poseer deuda corporativa se torna una opción más atractiva.
Este marco presenta ciertas desventajas. Por ejemplo, exige la construcción de un índice de renta variable imaginario con las mismas ponderaciones que el índice de deuda corporativa, en lugar de utilizar índices cotizados como el S&P 500, el Eurostoxx o el FTSE. No obstante, proporcionó una guía valiosa tanto en el año 2000 como en 2007. Y aunque solo hemos recorrido la mitad de la distancia a lo largo del eje X con respecto a cualquiera de esos periodos, la prima de liquidez en el crédito ha venido experimentando un ligero incremento.
Hoy en día, el grupo de estrategia de asignación de activos (Asset Allocation Strategy Group) para la región EMEA privilegia la exposición a la renta variable frente al crédito. Después del desplome registrado en el cuarto trimestre de 2018, ambos mercados han repuntado de manera sincronizada este año, aunque siguen ofreciendo una prima de riesgo razonablemente buena en términos históricos.
A escala regional, preferimos Europa a Estados Unidos: los fundamentales corporativos parecen revelar un mejor tono (el apalancamiento se ha visto más limitado, la deuda se ha refinanciado, la cobertura de intereses está aumentando, el apalancamiento neto está cayendo, los bancos se hallan bien capitalizados y los bancos centrales ofrecen respaldo), y la prima de riesgo que se ofrece es mayor en términos de moneda común. Ahora bien, la deuda corporativa se está tornando, a todas luces, interesante.
Columna de Maya Bhandari, gestora de carteras multiactivo en Columbia Threadneedle.
(1) R cuadrado (r2) en periodos móviles de 12 meses entre el rendimiento de los beneficios a 1 año del S&P 500 y el YTW del índice BaML HPOO
(2) Como ya ha comentado ampliamente el economista Robert Merton, entre otros expertos, los titulares de deuda corporativa podrían ser considerados «emisores» de opciones de venta para los titulares de renta variable.
(3) https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/j.1540-6261.1974.tb03058.x