Como eje central de la economía mundial en tiempos de recesión y de prosperidad, la infraestructura es un elemento crucial en el entramado de la sociedad moderna.
Pero el sector, que con frecuencia ha mostrado solidez durante bajones, no ha sido inmune a la preocupación en torno a la pandemia de coronavirus. Algunas acciones de infraestructura, especialmente las relacionadas con el transporte y la energía, se vieron atrapadas en la fuerte oleada de ventas sufrida por los mercados de renta variable en marzo de 2020.
Aunque las cotizaciones se recuperaron en distinta medida a nivel mundial desde los mínimos de marzo a lo largo del segundo trimestre, las políticas implementadas para combatir la propagación del COVID-19 han continuado trastocando a las empresas, afectando también a los inversores (al menos a corto plazo). El panorama económico permanece nublado, y es precisamente aquí donde creo que las compañías de infraestructura pueden mostrar su valor.
De cara al largo plazo, pienso que las oportunidades potenciales que presenta la inversión en infraestructura no solo permanecen intactas, sino que han aumentado. A medida que se acelera la transición hacia una economía digital y de bajas emisiones de carbono, se perfila de forma cada vez más clara la necesidad de invertir en una infraestructura nueva y mejorada.
La presión sobre los dividendos
El daño económico infligido por las medidas adoptadas en todo el mundo para combatir el virus ha puesto en peligro la capacidad de reparto de dividendos para muchos tipos de compañías, incluidas ciertas áreas del sector de la infraestructura.
Las empresas cuya actividad se ha visto gravemente trastocada por el confinamiento, como los aeropuertos, tienen sencillamente menos ingresos que distribuir a sus accionistas. En tales casos, la suspensión temporal de estas distribuciones suele ser en el interés a largo plazo de los inversores.
En otros casos, las compañías han optado por aplazar o recortar sus pagos de dividendo para mantener efectivo en sus balances durante un periodo de extrema incertidumbre. Aunque tomar tal medida podría ser lo más prudente, plantea retos inmediatos para quienes invierten para obtener rentas.
La resiliencia de las utilities
En un entorno en que los dividendos se hallan bajo presión en los mercados globales, el valioso papel que pueden jugar las compañías de suministro público en una cartera es evidente. En mi opinión, este sector posee una solidez única entre las áreas generadoras de renta en un momento en que la economía mundial está sufriendo.
Por su naturaleza, el sector de utilities —que engloba a los proveedores de electricidad, agua y gestión de residuos— ha permanecido relativamente inafectado por el bajón económico de este año. Además, estos negocios y sus activos de infraestructura física suelen ser muy difíciles de reproducir y revisten una importancia vital para la economía, con lo que sus flujos de ingresos futuros pueden pronosticarse con mayor confianza que los de la mayoría de los sectores.
De hecho, en un entorno de incertidumbre económica como el actual, es el único sector de la renta variable estadounidense cuyas previsiones de ingresos futuros han sido revisadas al alza por los analistas en plena pandemia.
En el mundo de la inversión nunca hay garantías, pero ello revela cómo las utilities han sido un bastión de fortaleza durante este difícil periodo. Estas acciones no solo han mostrado más solidez que el conjunto del mercado en la primera mitad de 2020, sino que también han visto muy pocos recortes de dividendo.
Oportunidades en una recuperación “verde”
En adelante, las utilities figuran entre los sectores de infraestructura que más van a beneficiarse del aumento previsto del gasto público. Los gobiernos han anunciado enormes paquetes de estímulo fiscal por importe de billones de dólares dirigidos a estimular el crecimiento económico, y la inversión en infraestructura es una de sus prioridades.
En Europa, el tema de la sostenibilidad juega un papel central en el plan de recuperación. La “UE de nueva generación” tiene una política clara de fomento de las energías renovables y del transporte limpio, prestando asimismo atención a la renovación y la eficiencia de edificios e infraestructuras para respaldar una economía más circular.
Los compromisos con una mayor inversión en infraestructura “más verde” deberían suponer un fuerte viento de cola para compañías que poseen y desarrollan activos físicos como parques eólicos, plantas solares y redes eléctricas, todos ellos necesarios para la transición hacia un futuro de bajas emisiones de carbono. Este también es el caso de las empresas con infraestructura digital, un área que requerirá más inversión para mejorar la conectividad en la era digital.
Pese a lo difícil que puede ser mantener una perspectiva largoplacista ante un entorno de mercado tan incierto, yo creo que las compañías de infraestructura expuestas a estos giros estructurales en la economía y cuyos flujos de ingresos están respaldados por la propiedad de activos de infraestructura físicos están bien situadas para prosperar durante décadas.
Columna de opinión de Alex Araujo, gestor de fondos en M&G Investments
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