El comienzo de un nuevo año natural trae consigo un entusiasmo y un optimismo renovados. Para muchos, la entrada en el nuevo año conlleva la adopción de una serie de ambiciosos propósitos
que se centran en la mejora personal, como seguir una dieta más saludable, hacer más ejercicio y reducir el gasto.
Hace más de 3.000 años, el poeta griego Arquíloco escribió: «No nos elevamos al nivel de nuestras expectativas, sino que caemos al nivel de nuestra formación». Se trata de una cita que siempre me ha parecido profunda a la par que evidente. Si nuestro cambio de comportamiento no se convierte en un hábito duradero, la resolución que hayamos adoptado revestirá un carácter efímero y volveremos a caer en nuestros antiguos patrones de conducta. Por mi parte, no puedo evitar sentirme identificado, dado que ya he incumplido uno de mis propósitos de Año Nuevo. Con todo, no pierdo la esperanza en lo respecta a los otros dos.
En la actualidad, constatamos que el optimismo también abunda en los mercados financieros. Las valoraciones de la renta variable y las expectativas de los analistas para 2024 apuntan a que, en términos globales, las empresas incluidas en el índice S&P 500 incrementarán sus márgenes de beneficios y sus ingresos en más de un 10%. Aunque se sitúen en niveles elevados en cualquier coyuntura, estos datos implican que la economía lograría tanto evitar adentrarse en una recesión como incrementar sus ventas hasta situarlas en cotas claramente superiores a las registradas en términos promediados durante el ciclo económico posterior al año 2008. De ser así, resultará importante recordar que el crecimiento de las ventas constituye una combinación de unidades y precios. En términos direccionales, las unidades dependen del crecimiento económico, mientras que los precios representan lo que pagan los consumidores, lo que indudablemente se suma a los importantes datos sobre inflación por los que se rigen los bancos centrales y los participantes del mercado. Por tanto, mientras los inversores en renta variable y crédito descuentan un crecimiento superior a cero y unos precios en niveles altos de forma sostenida para los bienes y servicios, los inversores en renta fija prevén una inflación de alrededor del 2% y una disminución de los tipos oficiales de los bancos centrales. Las expectativas no solo resultan elevadas, sino que tal vez sean también contradictorias.
En una de mis novelas favoritas, el clásico Grandes esperanzas que lleva la firma de Charles Dickens, el personaje de Pip espera que su educación y formación le lleven a obtener una gran riqueza y prosperidad. Sin embargo, la obra nos muestra que nada es lo que parece, dado que la mayoría de sus creencias y supuestos se revelan incorrectos. Si bien en última instancia todo acaba saliendo bien, el periplo de Pip toma un rumbo alocado e inesperado. El libro es un reflejo de la vida misma: los resultados inesperados son la norma, mientras que aquellos esperados constituyen la excepción.
Los precios de los activos financieros comparten un denominador común y una naturaleza sencilla en tanto en cuanto reflejan las expectativas globales de los inversores en relación con los flujos de caja futuros, si bien resulta innegable que revisten complejidad, habida cuenta de que no podemos conocer el futuro y de que formular predicciones resulta difícil. Por lo tanto, los precios de los activos pasan a experimentar volatilidad cuando los inversores reciben información nueva que demuestra el carácter equivocado de sus supuestos anteriores.
Si los precios de los bienes y de los servicios están cayendo y la inflación alcanza los objetivos de los bancos centrales, ¿podrán las empresas satisfacer unas expectativas que apuntan a un crecimiento de los beneficios de dos dígitos? ¿Recortarán los bancos centrales los tipos de interés objetivos mientras la oferta de mano de obra continúa escaseando y la economía elude adentrarse en terreno recesivo? Tal vez. En caso contrario, los precios de los activos se ajustarán conforme cambien los supuestos y las expectativas.
Como muchos otros, he empezado el nuevo año fijándome una serie de objetivos para mejorar tanto mi vida como las de aquellos que me rodean. Consciente de que todo aquello que puede medirse puede gestionarse, me compré recientemente un reloj inteligente para que me ayudase a consolidar de forma permanente los otros dos cambios de comportamiento que me he propuesto realizar. Solo el tiempo dirá si mis expectativas y mi formación pasan a ser sinónimos, por retomar los términos que emplea Arquíloco.
Con todo, debemos formularnos una pregunta más importante, a saber, si la economía y los beneficios cumplirán las expectativas actuales de los inversores o si los precios de los activos deberán experimentar una corrección. De forma muy similar a lo que sucede con numerosos propósitos de Año Nuevo, creemos que existen más probabilidades de que ocurra lo segundo y pensamos que una gestión activa realizada de manera juiciosa alberga el potencial de redundar en beneficio de los inversores.
Tribuna de opinión de Robert M. Almeida, gestor de carteras y estratega de inversión global de MFS Investment Management.