Desde mediados de octubre de 2022, ciertos activos de riesgo como los índices S&P 500, NASDAQ Composite y MSCI EAFE han cosechado unas rentabilidades que oscilan en torno al 15%. Este tipo de repuntes no tienen nada de extraño y, en nuestra opinión, los clientes deberían valorar la cautela ante su materialización. En 2022, asistimos a tres repuntes de dos dígitos porcentuales. El índice S&P 500 se revalorizó alrededor de un 11% en marzo de 2022 y se anotó un avance adicional del 17% (desde cotas mucho más reducidas) el pasado verano. En su periodo más desfavorable, el índice S&P 500 cedió más de un 25% desde sus máximos de principios de enero de 2022 hasta su mínimo de octubre y, en la actualidad, ha recuperado aproximadamente la mitad de esas pérdidas.
Los episodios acontecidos recientemente recuerdan al duro mercado bajista de principios de la década de 2000 que tuvo su origen en el estallido de la burbuja de las «puntocom». En 2001 y 2002, el mercado protagonizó cuatro repuntes de entre un 19% y un 21% en el marco de un periodo bajista de dos años que conllevó una caída del 49% desde el nivel máximo hasta el nivel mínimo. De modo similar, durante la crisis financiera mundial, las empresas estadounidenses de primera fila (blue-chips) repuntaron más de un 24% a finales de 2008, pero acabaron perdiendo casi un 57% en total desde el punto álgido del ciclo en octubre de 2007 hasta el punto mínimo de marzo de 2009. Si echamos la vista aún más atrás y nos detenemos en el colapso bursátil de 1929, observamos que el Dow Jones Industrial Average se desplomó prácticamente un 48% en dos meses. Si bien las acciones recuperaron rápidamente casi la mitad de esas pérdidas en 1930, terminaron descendiendo otro 85% para mediados de 19321.
¿Por qué sucede esto? A nuestro juicio, si bien el mercado resulta extremadamente eficiente a la hora de descontar hechos a corto plazo, reviste una eficiencia menor en marcos temporales más largos. Durante muchos de los repuntes anteriores acontecidos en un contexto de mercado bajista, el mercado estaba centrado en los datos más recientes, que a menudo eran el descenso de la inflación y la caída de los tipos de interés en respuesta al final del ciclo económico. Si bien en la actualidad no se están produciendo rebajas de tipos, estamos experimentando una situación de desinflación, los mercados prevén que podríamos estar cerca del punto álgido del ciclo de subidas de los tipos de interés y las curvas de tipos de interés a plazo apuntan a que los tipos empezarán a bajar a finales de 2023. Dicho de forma sencilla, los mercados están actuando en previsión de un posible descenso de los tipos, dado que unos tipos más reducidos impulsan al alza las valoraciones y ello puede dar lugar a que se produzcan repuntes en una coyuntura de mercado bajista. Sin embargo, estos repuntes podrían resultar fugaces debido a que, por lo general, el mercado toma posteriormente conciencia de que el ciclo económico está terminando y los beneficios sorprenden a la baja.
En general, los efectos del endurecimiento de la política monetaria han tardado entre 12 y 24 meses en repercutir en los fundamentales de las empresas. Para la mayor parte de la economía, el mecanismo de transmisión no reviste un carácter inmediato, a diferencia de lo que sucede en el sector de la vivienda, por ejemplo, donde el ajuste se produce con rapidez. La mayoría de las empresas presentan una combinación de deuda a tipo fijo y variable y, por ende, los efectos de las subidas de tipos sobre los fundamentales de las compañías se dejan sentir más tarde de lo que el mercado está dispuesto a contemplar durante puntos de inflexión en los planos de la inflación y la política monetaria.
No estamos ante un fenómeno nuevo. En agosto de 2008, las previsiones apuntaban a que los beneficios protagonizarían una caída de alrededor del 5%. No obstante, la marcada recesión que comenzó tras el colapso de Lehman Brothers tuvo un impacto mucho mayor sobre los beneficios, puesto que estos cayeron un 50% desde sus cotas máximas.
Asimismo, debemos tener presente que el actual ciclo de endurecimiento de la política monetaria en los mercados desarrollados arrancó hace menos de un año y todavía tiene recorrido por delante. La travesía por el desierto no ha terminado aún, por así decirlo.
Si bien cada ciclo económico presenta diferencias, los beneficios han disminuido en promedio un 23% durante las cinco últimas recesiones, según se desprende de los datos de Goldman Sachs. Puede que en esta ocasión la disminución sea mayor debido a que los costes laborales y de capital no caerán tanto como en episodios anteriores, aunque dicha disminución también podría resultar menor en vista de la solidez que exhiben los consumidores y los bancos. No estoy seguro de cuál de estos dos escenarios se materializará, pero no me corresponde centrarme en ello, sino en cómo tratar de generar mejores resultados ajustados al riesgo para los clientes. En nuestra opinión, dichos resultados procederán de estar invertidos en valores de elevada calidad que, a nuestro juicio, exhiben menores riesgos de registrar caídas de sus beneficios en comparación con sus índices de referencia y con sus homólogos.
Por último, creemos que el mercado resulta brillante a corto plazo. A pesar de que actualmente no está centrado en los beneficios, cuando pase a hacerlo, lo hará rápido. A continuación, los inversores descontarán la debilidad antes de que las empresas la comuniquen, y creemos que los clientes deberían valorar estar posicionados para ello. Por nuestra parte, estamos listos para afrontar tal circunstancia.
Tribuna de opinión de Robert M. Almeida, director de inversiones y estratega global en MFS Investment Management.