En esta época del año, tal vez le ocurra lo mismo que a mí y su bandeja de entrada se vea inundada por una marea de artículos de perspectivas para el año que viene. Sin embargo, siempre sucede algún acontecimiento inesperado a las pocas semanas de haber comenzado el nuevo año que conlleva que dichas perspectivas resulten obsoletas. A sabiendas de ello, en lugar de tener la vista puesta en el próximo año, quizás resulte más provechoso analizar los factores que podrían configurar el próximo ciclo económico.
Pese a que no tenemos la certeza de que vaya a producirse una recesión durante el próximo año, fundamentaremos nuestra opinión para los siguientes uno a tres años sobre la posibilidad de que se materialice una. Tras la contracción, preveo que tendrá lugar una transición en la que el volumen de capital físico desplegado superará con creces al del ciclo anterior. En el último ciclo económico, se puso el foco en el capital intangible. Me vienen a la mente las empresas con una propiedad intelectual considerable pero que no disponen de demasiados activos tangibles.
En el próximo ciclo, cabría esperar que el gasto se destinará a ámbitos como la green technology en detrimento de las energías sucias. El dinero se empleará para incrementar la resiliencia de las cadenas de suministro y facilitar la transición a los modelos de gestión de inventarios basados en la filosofía de disponer en todo momento de existencias suficientes (just-in-case), tras décadas gestionando los inventarios con arreglo a un modelo basado en mantener un nivel mínimo de existencias (just-in-time). Asimismo, espero que el gasto militar registre un aumento considerable. Todo ello exigirá un volumen de capital físico significativamente superior al del ciclo anterior.
No solo será menester disponer de más capital, sino que este también resultará más caro. En esta nueva coyuntura, hemos de plantearnos en qué cotas se situará la tasa de ahorro. En mi opinión, la tasa de proyección del ahorro se mantendrá en terreno positivo, pero registrará una evolución más lenta que en el ciclo anterior.
Si las necesidades de capital físico están aumentando a un ritmo más rápido y, en paralelo, el ritmo del incremento de la tasa de ahorro está disminuyendo, es sinónimo de aumento de la inflación y de subidas de los tipos de interés. Con todo, opino que el propio capital conllevará un ligero aumento del nivel de crecimiento del producto interior bruto (PIB) real.
Una de las excepciones de este planteamiento estriba en que hemos acumulado un ingente volumen de deuda en el sector público. Esta circunstancia, aunada al aumento de los tipos de interés, implica que tendremos que gastar más dinero para pagar esa deuda, lo que, en teoría, podría relegar el capital privado a un segundo plano. Con todo, en la práctica, no estoy seguro de que vaya a ser así.
Una parte muy significativa de ello dependerá de si el sistema bancario está dispuesto a prestar capital. Teniendo en cuenta de que los bancos exhiben un tono relativamente favorable, deberían estar en una situación adecuada para conceder préstamos tras la contracción esperada, con independencia de que nos adentremos en una recesión o no. Incluso en caso de que el Gobierno deba gastar más dinero para abonar los intereses, creo que el capital fluirá hacia la economía.
En el contexto laboral, existen numerosas variables que tener en cuenta: política de inmigración, escasez de mano de obra, aumentos salariales… Considerando que las empresas estadounidenses se encuentran en el punto de mira político de los dos principales partidos del país, sus resultados netos podrían verse mermados debido al incremento de los salarios y a la mayor supervisión reglamentaria. De ser así, el siguiente ciclo podría prolongarse gracias a la solidez del mercado laboral, pero cabe la posibilidad de que los márgenes de beneficios se vean ligeramente perjudicados.
En mi opinión, en el siguiente ciclo económico habrá empresas que se verán obligadas a aumentar su gasto de capital para aguantar el tipo. Por ejemplo, podríamos citar el gasto para mitigar preocupaciones en materia ambiental, social y de gobierno corporativo (ASG) o aquel derivado del aumento de los salarios. Esta clase de medidas no redundan en beneficio de la productividad ni de los resultados netos de las empresas. Sin embargo, pueden resultar positivas para el crecimiento económico, pues será necesario gastar más capital y este último exigirá mano de obra adicional. Por tanto, podríamos estar ante uno de esos momentos en los que el estado de la economía parece más favorable de lo que cabría esperar basándonos exclusivamente en el análisis de la trayectoria de las valoraciones de los activos. En esta ocasión, quien sale ganando en términos relativos es la economía real en lugar de Wall Street.
Resultará muy difícil que la aplicación conjunta de una política monetaria relativamente flexible y de una política fiscal bastante laxa de la última década se repita en el futuro. Llegará un punto en el que los elevados niveles de endeudamiento de los sectores público y privado suscitarán las preocupaciones de los mercados. Nuestra ratio de deuda/PIB es más elevada, y tanto las tasas de crecimiento como el crecimiento de la población se están ralentizando. Por tanto, estamos ante un incremento de la deuda que recae sobre los hombros de una fuerza laboral que acusa un crecimiento más lento. En algún momento la situación caerá por su propio peso, y existen dos formas de abordar esta circunstancia. Una de ellas es la austeridad: buena suerte consiguiendo que se apliquen medidas de austeridad fiscal en esta coyuntura política. La otra es mediante la inflación. Esta constituye todo un bálsamo de fierabrás para las autoridades fiscales, pero resulta temible a ojos de los trabajadores.
En el último ciclo económico, promediamos un crecimiento de alrededor del 2%. Considero que este porcentaje resultará ligeramente superior en el próximo ciclo, pero esta cuestión probablemente sea un tema para el año 2024/2025. En términos de inflación, creo que registraremos una tasa media más cercana al 2,75% (que representa el nivel medio observado durante las expansiones de las décadas de 1990 y de 2000), frente al 1,75% registrado en promedio en el ciclo posterior a la crisis financiera mundial. Durante ese ciclo, los inversores abonaron una prima a plazo negativa por comprar bonos del Tesoro. Resulta probable que esta situación se revierta en el futuro. Así, tras lo que prevemos que será una recesión, los tipos de interés se encontrarán en cotas considerablemente más elevadas de las que presentaban en el último ciclo económico.
Este contexto podría resultar especialmente complejo para las empresas que dependían de que los tipos de interés se situasen en niveles sumamente reducidos, aunque las empresas que revistan solidez apenas deberían experimentar dificultades para adaptarse a dicho contexto. En el siguiente ciclo, las rentabilidades tanto de las acciones como de los bonos serán de un dígito medio, lo cual no resulta excesivamente desfavorable.
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