2021 se reveló como un año histórico para la demanda de activos de riesgo. Además, se registraron los mayores flujos de entrada en la renta variable mundial en comparación con los 19 años anteriores juntos, según indica el informe de Bank of America del 24 de noviembre. La entidad también pone de relieve que un tercio de esta demanda se dio en valores que portan una etiqueta ASG (criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo) o de sostenibilidad, y se han observado dinámicas similares en los mercados de crédito.
Según nuestra experiencia, a día de hoy, muchos inversores creen que la sostenibilidad constituye la última panacea. A título de ejemplo, estos inversores afirman que, si las empresas pagan más a su personal, esto se traducirá en un aumento de las ventas y la productividad y, en última instancia, reducirá los costes. También sostienen que rebajar las emisiones no solo ayudará al planeta, sino que también reforzará las cuentas de resultados de las firmas.
Esto resulta cierto para algunas firmas que ya están operando de forma sostenible o disponen de los medios y la capacidad para adaptarse a un mundo cambiante. Ahora bien, para muchas empresas, el cambio puede revelarse arriesgado y caro.
En las últimas décadas, numerosas compañías poco competitivas y centradas en los accionistas, que cuentan con productos o servicios sin diferenciación, han extraído rentas del medio ambiente, los proveedores, los trabajadores, los tenedores de bonos y otros. El auge de la sostenibilidad sugiere que estas palancas económicas perderán fuelle a buen seguro y probablemente se revertirán, lo que traerá consigo cierta presión en los márgenes de beneficios y las cuentas de resultados de las empresas. Nos tememos que los inversores cortoplacistas subestimarán la cantidad de empresas que exhiben un problema real respecto del valor final.
La sostenibilidad no es gratis y, en nuestra opinión, los esfuerzos por volverse más sostenibles pondrán en apuros a muchas firmas y puede que incluso lleven a algunas a la bancarrota.
Tendencias en aceleración
La pandemia aceleró muchas tendencias seculares bien conocidas como los medios digitales, la computación en la nube y el teletrabajo, aunque también ha precipitado otras que no resultaban tan evidentes, como la soledad, la desigualdad económica y, curiosamente, la demanda de los inversores de cambios en el comportamiento de las empresas.
Esto se ha traducido en el creciente reconocimiento por parte de las cúpulas directivas de la necesidad de adoptar prácticas empresariales más sostenibles. Este hecho se ilustra en el gráfico 1, que refleja el número de firmas de todo el planeta que aludieron, en sus publicaciones de resultados, a alguno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), una serie de objetivos globales acordados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015 con el propósito de mejorar la calidad de vida en todo el mundo. Sin lugar a dudas, las compañías están captando el mensaje.
¿Qué importancia tiene esto?
Hay una larga lista de razones por las que la sociedad civil, los gobiernos y los grupos de interés especial se han preocupado por los asuntos ASG. No cabe duda de que el más notorio estriba en que abordarlos cobra una vital importancia en el éxito a largo plazo de nuestra comunidad global. Por poner un ejemplo, el ritmo desenfrenado con el que evolucionan el cambio climático o la desigualdad de ingresos podría tener repercusiones muy negativas desde un punto de vista social.
No es de extrañar que los inversores y los equipos directivos hayan tenido que empezar a prestar atención a esto por la forma en que estas consideraciones se trasladarán a las cuentas de resultados de las empresas de todo el mundo. Cabe reseñar que estamos empezando a constatar vínculos entre el interés en abordar cuestiones ASG, por un lado, y los factores financieros, por otro. Por ejemplo, cabe mencionar que las inquietudes en torno a la subida de los costes parecen concordar con el reciente aumento en las referencias a las cuestiones de sostenibilidad en la documentación de las empresas.
La relevancia es clave
La sostenibilidad generará nuevas oportunidades de negocio para algunos, al tiempo que intensificará los riesgos para otros, lo que traerá consigo unas divergencias sustanciales en el valor empresarial a largo plazo de muchas firmas. Ahora bien, lo que se deja con frecuencia en el tintero en la actual narrativa en materia ASG es la relevancia financiera, algo que, como es normal, incide en los precios de los activos.
Si bien la carestía en la mano de obra a escala mundial parece una consecuencia de la pandemia y los estímulos, también es una parte esencial del movimiento ASG en líneas generales. Si nos remontamos a unas décadas atrás, la mayor globalización y la robótica brindaron a las empresas una ventaja sobre la mano de obra. No obstante, en el último ciclo empresarial, aunque los responsables políticos rebajaron los tipos hasta el umbral del cero con el objeto de promover la contratación, los directores financieros se decantaron más bien por las recompras de acciones, lo que desembocó en los niveles más amplios de desigualdad en los ingresos de nuestros tiempos, ya que los inversores se enriquecieron y la economía y la mano de obra se quedaron atrás. Ahora se ha dado la vuelta a la tortilla y los trabajadores están presionando, exigiendo unos mayores salarios y obteniéndolos. Esto no debería sorprendernos.
En el entorno actual, los productores de combustibles fósiles y los productos que dependen de ellos también hacen frente a grandes óbices. Muchos actores de la industria petrolera apuestan por una clase media creciente en los mercados emergentes que apuntale la demanda y ayude a mantener el statu quo. No obstante, más de dos tercios de la demanda de petróleo guardan relación con los automóviles propulsados por motores de combustión interna, los cuales, bajo nuestro punto de vista, se tornarán obsoletos en un futuro no muy lejano. Las organizaciones demasiado complejas e ineficientes que tarden en adaptarse a este cambio no tienen muchos visos de sobrevivir.
Si echamos la vista atrás a los pasados cien años, nos queda una cosa clara: las empresas consolidadas en los diferentes sectores no se comportan bien ante las tecnologías disruptivas. La rotación hacia la sostenibilidad representa una fuerza disruptiva similar a la revolución industrial o el advenimiento de Internet. Configurará la sociedad y el entorno de inversión durante décadas. Pero no será gratis. Deparará algunos ganadores y algunos grandes perdedores. Y este nuevo paradigma se está produciendo en un momento en el que las primas de riesgo se hallan en mínimos históricos, lo que torna aún más importante la asignación responsable del capital.
Tribuna de Robert M. Almeida, gestor de carteras, director de inversiones y estratega global, y Robert M. Wilson, analista de research, en MFS Investment Management.
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