En la actualidad, unos 15 billones de dólares en activos de renta fija tienen tasas de interés negativas. Las curvas de rendimiento se han invertido. Los volúmenes del comercio mundial se han vuelto negativos. La producción se está contrayendo a nivel mundial. Casi 20 bancos centrales han recortado tasas en este año. Estos son síntomas que han sido ignorados que indican que los mercados y la economía están desequilibradas.
Desde una mala asignación de recursos a hasta un colapso del mercado
En las últimas dos décadas, los inversores han tenido que soportar dos caídas muy dolorosas: la resaca por una mala asignación de capital a las empresas tecnológicas de finales de la década de 1990 y una sobreinversión sustancial en bienes inmuebles y productos financieros apalancados a mitad de la década de los 2000. En ambos casos, una recesión acompañó a las dramáticas caídas del mercado.
En la actualidad, podríamos encontrarnos en medio de otra nueva burbuja. En lugar de tener una sobreinversión en una tecnología o industria específica, como suele ser típico, ha habido un cambio fundamental, y miope, en la forma en las que las empresas se gestionan a sí mismas. Las prácticas que alguna vez fueron la base de la gestión corporativa, como la investigación y el desarrollo y la inversión en capital ha sido suplantados por un reparto de los beneficios a corto plazo, dando a los inversores lo que quieren ahora, a expensas del valor en el largo plazo.
¿Por qué este giro?
La intervención en los mercados de capitales por parte de los bancos centrales tras la crisis financiera, que supera a los 10 billones de dólares, provocó que se diera una mala asignación en los recursos. El programa de flexibilización cuantitativa ha empujado a los inversores a tomar más riesgo del previsto, como estaba previsto. La esperanza radicaba en que el capital llegaría a las manos de los productores que invertirían en trabajo, producción y actividades económicas, pero no funcionó de esa manera.
Los equipos de gestión, con estructuras de compensación alineadas con el rendimiento del precio de las acciones a corto plazo, acortaron su enfoque de años a meses, obsesionados con el incremento del apetito del inversor por obtener rentas y rendimientos del capital. Como resultado, los balances se apalancaron, los dividendos aumentaron y las fusiones y adquisiciones y las recompras de acciones se dispararon. Las políticas de retorno del capital prevalecieron sobre la inversión empresarial a largo plazo, contribuyendo a una productividad por debajo del promedio y un crecimiento económico más lento, aunque los márgenes corporativos alcanzaron máximos históricos. En esencia, el mercado construyó una mansión, pero con una base muy endeble.
Un viento de cola que se desvanece
¿Cómo deberíamos enfocar los riesgos que ha creado el comportamiento corporativo de la pasada década? Considere esta cuestión: a raíz de la burbuja tecnológica, los beneficios por acción cayeron en más de un 30% mientras que durante la crisis financiera global cayeron en más de un 55%. En una era de baja inversión en las funciones comerciales centrales, ¿cómo serán las ganancias cuando disminuyan los márgenes artificiales de la magia financiera?
Las finanzas no son ciencia. No se puede realizar una prueba inversa sobre las tasas de interés negativa o realizar nuevas iteraciones de flexibilización cuantitativa. Por los que, si bien no tenemos visibilidad sobre cómo se desarrollará la situación per se, la cuestión en la que en MFS IM creemos cierta sobre los mercados financieros es que las empresas con un enfocadas en sus fundamentales con estrategias a largo plazo suelen ganar al final. En mi opinión, siempre acaba triangulándose de vuelta en los fundamentales.
Algo se encuentra fuera de equilibrio
En resumen, los síntomas del mercado nos están comunicando algo. En mi opinión, es simplemente que las empresas con un apalancamiento descomunal y productos fácilmente reemplazables serán las más expuestas en el caso de una caída del mercado, mientras las empresas cuyos productos o servicios son únicos y se centran en el largo plazo pueden hacerlo bien, gracias a la sostenibilidad de sus flujos de caja. La diferenciación entre estos dos tipos de empresas es el valor que la gestión activa pone sobre la mesa.
Tribuna de opinión de Robert M. Almeida, gestor de carteras y estratega global de inversiones de MFS Investment Management.