El impacto económico de la crisis sanitaria del COVID-19 y la respuesta de los responsables políticos pueden considerarse desde el prisma de la liquidez y la solvencia. En el caso de los inversores con un horizonte de inversión a más largo plazo, las oleadas de ventas en el mercado como estas ofrecen oportunidades de inversión a los gestores activos. Los activos están más baratos; las valoraciones son favorables.
Nuestras vidas, al igual que los mercados financieros, a menudo están marcadas por las crisis. Las perturbaciones personales y financieras que estamos atravesando en la actualidad no constituyen una excepción. En la historia moderna, la economía mundial no ha sufrido nunca un colapso tan profundo como el actual. La crisis sanitaria provocada por el COVID-19, quintaesencia de esta debacle, no tiene precedentes, como tampoco los tiene la disrupción económica que le sigue de cerca.
Conviene señalar que se trata esencialmente de una crisis sanitaria, a diferencia de la crisis financiera mundial de 2008/2009 que fue causada por los riesgos y el apalancamiento del sistema financiero. Hasta que no tengamos más información sobre el virus, su transmisión, y los plazos necesarios para obtener tratamientos eficaces y una vacuna, no podemos prever de forma fiable cuándo volverán a funcionar las empresas y a generar ingresos.
La disrupción que se está produciendo en la economía y los mercados podría observarse mejor desde el prisma de la liquidez y la solvencia, dos requisitos conexos e indispensables para que funcione una economía de mercado. La liquidez es un concepto a corto plazo, que indica la capacidad de una empresa para hacer frente a sus pasivos a corto plazo con su activo corriente. La solvencia, en cambio, es la capacidad de una empresa para atender sus deudas y obligaciones financieras a largo plazo. La solvencia es esencial para mantenerse en el negocio, porque demuestra la capacidad de una empresa para seguir funcionando en un futuro predecible.
La liquidez también se refiere al funcionamiento del sistema financiero, la fontanería, por decirlo así. En la crisis actual, han surgido problemas tanto de liquidez como de solvencia, y ambos deben ser atendidos: las necesidades de tesorería a corto plazo de las empresas y los empleados, y la eficacia de las operaciones de mercado. En el contexto actual, en el que grandes sectores de la economía están bloqueados, resulta fundamental tener en cuenta la liquidez y la solvencia a la hora de analizar las oportunidades de inversión.
La economía en pausa
El alcance de la incertidumbre sobre el virus y su transmisión ha dado lugar a una enorme variabilidad en las entradas y salidas de los modelos económicos que alimentan las previsiones. Los datos habituales y las encuestas de opinión no son fiables, entre otras cosas porque, en estos momentos, el número de encuestados es menor y la actividad es irregular. Disponemos de algunos datos que ilustran el alcance y la magnitud del parón económico. Diez millones de personas solicitaron la prestación por desempleo en Estados Unidos en las dos últimas semanas, cifra que no se había visto desde la Gran Depresión de la década de 1930. Las solicitudes de la prestación de desempleo en Europa han sido igualmente elevadas durante el mismo periodo.
La vertiginosa disminución de los gastos con tarjetas de crédito y débito también pone de relieve la anémica actividad económica. En la última semana de marzo, los ingresos anuales de las industrias más afectadas por el cierre, como las líneas aéreas, los establecimientos de alojamiento y los cruceros, disminuyeron más del 100% por efecto de los reembolsos, mientras que los gastos de los consumidores en restaurantes, grandes almacenes y tiendas de moda se redujeron entre un 50% y un 65%. En marzo, únicamente aumentaron las ventas en tiendas de comestibles y de productos electrónicos en línea.(1) Al parecer, la gente está consumiendo productos alimenticios y entrando en Internet por trabajo o por placer, ¡y haciendo poco más!
La caballería fiscal y monetaria al rescate
No se trata simplemente de una prolongada pausa en la actividad, sino que se produce en el contexto de una economía apalancada. La deuda corporativa ha subido notoriamente desde la crisis financiera mundial como consecuencia delos recortes de los tipos de interés que han allanado el camino al crédito barato. En la actualidad, la mitad del universo de bonos con calificación investment grade se compone de deuda con calificación BBB, el último escalafón del segmento investment grade. Sobra decir que es todo un reto para las empresas hacer frente a los altos niveles de deuda en un momento en que los ingresos sufren un brusco descenso, como ocurre en muchas de ellas.
El rápido declive de la actividad económica condujo a una crisis en los mercados a partir de mediados de marzo. La Reserva Federal estadounidense (Fed) y el Banco Central Europeo (BCE), junto con otros bancos centrales, respondieron de inmediato con todo un «arsenal» para aliviar las presiones de liquidez que amenazaban el funcionamiento del mercado. La liquidez se resintió debido a la búsqueda por parte de los inversores de aumentar el efectivo y reducir el riesgo, así como a la falta de voluntad de las contrapartes tradicionales de asumir los riesgos del mercado. La crisis se agravó a causa de los problemas de negociación provocados por los operadores en sus propios países o en otras ubicaciones dispersas que utilizaron sistemas no probados.
En este contexto, las medidas de liquidez de la Fed incluyeron una nueva ronda de expansión cuantitativa, líneas de swap en dólares, operaciones de recompra (repo) y otras medidas dirigidas a los mercados de deuda del Tesoro, corporativa e hipotecaria. Fundamentalmente, los bancos centrales señalaron que estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para restablecer la estabilidad del mercado. La consecuencia es la vuelta de la liquidez a los mercados. Observamos indicios de un retorno a la actividad normal del mercado, así como una reapertura del nuevo mercado de emisiones. Obviamente, es demasiado pronto para transmitir el mensaje de «todo claro», pero a principios de abril es más adecuado que a principios de marzo.
El hecho de que los responsables de la política monetaria hayan abordado los problemas de solvencia con gran cantidad de estímulos fiscales ha contribuido a mejorar los mercados. En Estados Unidos se ha adoptado un paquete fiscal de 2,3 billones de dólares que representa el 10% del PIB, mientras que en algunos países europeos se han anunciado medidas fiscales aún más extraordinarias: Alemania (22% del PIB), el Reino Unido (16%) y Francia (14%). En muchos casos, dichas medidas serán probablemente las primeras de una serie de iniciativas agresivas por parte de los responsables políticos destinadas a aliviar la carga que supone el actual contexto macroeconómico.
La magnitud y prontitud de la respuesta monetaria y fiscal responden a las lecciones aprendidas de la crisis financiera mundial y de la Gran Depresión. Los responsables políticos se han apresurado a tratar de aliviar a medio plazo algunos de los puntos de presión, tanto en términos de liquidez como de solvencia. Sin embargo, la envergadura de las medidas políticas y la celeridad con que se están aplicando están creando complicaciones excesivas con los desembolsos, y posiblemente otras consecuencias no previstas.
Por último, es importante señalar la necesidad de cooperación entre los responsables políticos y el riesgo que conlleva. El paquete fiscal de Estados Unidos, por ejemplo, incluye financiación adicional para el Fondo de Estabilización Cambiaria del Tesoro. Básicamente, este fondo constituye la base de capital de gran parte de las operaciones de mercado de la Fed. Para que la elaboración de políticas sea eficaz, se requiere una estrecha coordinación entre la Fed y el Tesoro. Al mismo tiempo, existen interrogantes obvios sobre el papel actual de la política fiscal en la economía de Estados Unidos, así como sobre el potencial de politización de la política monetaria y la independencia de la Fed.
Bancos más sólidos
Un aspecto positivo de la crisis actual es que la situación del sistema bancario actual es mejor que la que existía durante la crisis financiera mundial. El aumento de los requisitos de capital y las provisiones de liquidez aplicadas tras la crisis financiera mundial han colocado al sector bancario en una posición mucho más sólida, lo que permite a los bancos ofrecer servicios de crédito tanto a corto como a largo plazo. De hecho, los organismos reguladores, en las últimas semanas, han logrado flexibilizar los requisitos de capital de los bancos con el fin de mantener el flujo de crédito a las empresas y los hogares para paliar la inestabilidad económica. Se han liberado cerca de 500.000 millones de dólares como consecuencia de la reducción de los requisitos de capital, proporcionando a los prestamistas la capacidad de conceder globalmente préstamos adicionales por un valor aproximado de 5 billones de dólares.2 La facilitación de crédito es un pilar fundamental de la arquitectura del proceso de recuperación de la economía mundial. Hemingway, en su novela También sale el sol, plasma esta situación. Cuando se le pregunta cómo llegó a la quiebra, el personaje Mike responde: «De dos maneras. Primero poco a poco y luego de golpe». El crédito es, en efecto, la savia de la economía bajo presión. Por este motivo, los préstamos a las pequeñas empresas, destinados a garantizar su supervivencia a esta crisis, son un componente importante del paquete fiscal estadounidense.
Las crisis crean oportunidades
A pesar de haber observado en un corto espacio de tiempo caídas muy importantes, tanto en la renta fija como en la renta variable, con correlaciones entre las principales clases de activos que avanzan hacia una única clase, de forma análoga a lo que ocurrió durante la crisis financiera mundial, estamos recogiendo los frutos de los conocimientos adquiridos en crisis pasadas. Muchos participantes del mercado sobrevivieron a una experiencia cercana a la muerte durante la crisis financiera mundial y, en consecuencia, comprenden el proceso de recuperación. Además, los bancos centrales se mostrarán reacios a retirar la liquidez del sistema de forma prematura, como hicieron algunos tras la crisis financiera.
Dicho esto, el virus sigue siendo el elemento central del problema. El estímulo monetario y fiscal no puede reducir totalmente la presión bajista, solo puede contribuir a minimizar la brecha entre la paralización de la actividad y la recuperación.
Otra lección clave es el reconocimiento de las oportunidades que surgen de la crisis. En el caso de los inversores con un horizonte de inversión a más largo plazo, las oleadas de ventas en el mercado ofrecen oportunidades de inversión. Los activos están más baratos; las valoraciones son favorables. Un periodo de inversión de tres a cinco años permite a los gestores de inversiones evaluar la solvencia a largo plazo en lugar de hacer juicios basados en la liquidez a corto plazo. Por otro lado, los gestores activos están en condiciones de separar el trigo de la paja, seleccionar las empresas que tienen más posibilidades de capear la tormenta y recoger los rendimientos correspondientes.
Columna de William J. Adams, director de inversiones (CIO) de renta fija mundial en MFS Investment Management.
Notas:
(1) Bank of America Global Research, «COVID-19 and the consumer: Data through March 24», 30 de marzo de 2020.
(2) Financial Times, 5 de abril de 2020, «Regulators free up $500bn in capital for lenders to fight virus storm».
(3) 1954 (Copyright 1926), Fiesta (También sale el sol) de Ernest Hemingway, Libro II, Capítulo 13, página 136, Charles Scribner’s Sons, Nueva York.
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