El COVID-19 está provocando un daño económico sin precedentes en todo el mundo. Si bien el coste humano y financiero de la pandemia será enorme, no debemos olvidar que los periodos de distorsión también presentan oportunidades de inversión. Los inversores deben armarse de paciencia y adoptar un enfoque a más largo plazo si desean salir beneficiados.
En estos momentos, solo existe una conclusión evidente: el COVID-19 provocará la destrucción más drástica de la actividad económica que ninguno de nosotros hayamos experimentado en nuestras vidas. Una parte importante del mundo se encuentra completamente paralizada. En la era moderna, no existe ningún precedente de este tipo de paralización laboral y comercial a escala mundial. El coste humano es gigantesco, no solo por el número de personas contagiadas o fallecidas, sino también por el serio peligro que corre el medio de sustento de tantísimas familias (es decir, la capacidad para satisfacer las necesidades básicas de subsistencia).
Tan solo comenzamos a concebir la magnitud de los efectos que esta situación tendrá en la economía mundial y en nuestra forma de vida en el siglo XXI. La interconexión mundial que ha caracterizado las últimas décadas, encarnada por empresas como Uber y Airbnb, así como por los llamados inventarios «justo a tiempo», probablemente dé un paso atrás (o respete el «distanciamiento social», por utilizar el término que se ha convertido en uno de los memes de los últimos tiempos).
Ahora bien, debemos tener presente que el mundo ha capeado muchas crisis en el pasado: guerras mundiales, hambrunas generalizadas y virus letales. La humanidad ha sobrevivido a estos periodos tumultuosos, eso sí, no exenta de daños, aunque a menudo ha salido fortalecida. Así pues, en el mundo de las finanzas, en lugar de dejar que el pánico determine nuestro camino, debemos preguntarnos con calma: ¿qué hacemos ahora?
Destrucción económica y desempleo
El parón económico está generando una situación de desempleo masivo. En Estados Unidos, esto empieza a manifestarse en el extraordinario aumento de las peticiones de ayudas por desempleo en cuestión de días. En estados como Ohio, Connecticut y Nevada, las solicitudes presentadas son 10-15 veces superiores a las cifras habituales. Los 100.000 trabajadores de Las Vegas Strip se encuentran ahora en desempleo. Los hoteles, los restaurantes y los salones de juego están cerrados. Los puestos relacionados con la preparación y el servicio de comida representan cerca del 10% del empleo en la economía estadounidense (1).
Los trabajadores de los sectores aeroespacial y de automoción, representados por el sindicato de la industria de la automoción UAW (United Auto Workers) también se encuentran inactivos. La expansión de más de una década que siguió a la crisis financiera mundial se vio apuntalada por la fortaleza del gasto en consumo. Hoy en día, de repente, se ha arrebatado a la economía este pilar básico, a una velocidad y a una escala nunca vistas. El sector de servicios, que representa el 50% de la economía estadounidense, se ha visto drásticamente reducido, lo que ha afectado por igual a dentistas, optometristas, camareros y propietarios de pequeños negocios. Y aunque el Gobierno trata de contrarrestar el enorme menoscabo en las rentas de los hogares y en el posterior consumo, cualquier paquete fiscal solo podrá amortiguar el golpe hasta cierto límite.
Cabe destacar que la práctica paralización económica supone un pesado yugo para la apalancada economía estadounidense. Es cierto que el tipo de apalancamiento actual no es el mismo que el registrado durante la crisis financiera mundial. Hoy en día, la deuda se concentra principalmente en manos de las empresas, mientras que, en 2008/2009, fue el apalancamiento financiero lo que causó tantos problemas.
Los bancos que se adentran en esta crisis están mucho mejor posicionados, en términos de capital y liquidez, que al inicio de la crisis financiera mundial. Como en todas las crisis, los bancos se hallan en el ojo del huracán de la volatilidad. Si bien todavía no podemos cuantificar el pleno alcance de la presión a la que se verán sometidas estas instituciones financieras, sí sabemos que el actual nivel de apoyo económico y liquidez constituye una base más sólida.
Dicho esto, no contamos con modelos que pueden evaluar el impacto de una paralización económica de esta magnitud en una economía apalancada. Los ingresos brutos de las empresas se desplomarán, algunos en mayor medida que otros. La diferenciación entre las empresas capaces de capear esta tormenta y las que probablemente no sobrevivirán determinará el entorno de inversión en los próximos trimestres y años.
Las autoridades políticas al rescate
Los bancos centrales de todo el mundo han respondido a la crisis con rapidez y de manera contundente, sobre todo en los 10 últimos días aproximadamente. La Reserva Federal estadounidense (Fed), el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Inglaterra (BoE) y otros bancos centrales han anunciado medidas extraordinarias de relajación monetaria. Entre dichas medidas cabe mencionar el recorte de los tipos de interés, los programas de expansión cuantitativa (QE), los sistemas de control de la curva de tipos y las líneas de liquidez.
Esta última medida ha sido diseñada para responder a los graves retos de liquidez en los mercados durante este periodo de volatilidad y caídas colosales. Como consecuencia de las normas adoptadas tras la crisis financiera mundial, las sociedades de valores de Wall Street no pueden desempeñar la función de «amortiguador» como en anteriores periodos de graves distorsiones en los mercados, lo que ha exacerbado aún más las restricciones de liquidez. Por lo tanto, resulta crucial que las respuestas políticas se centren, entre otras cosas, en restituir la liquidez en el sistema financiero y facilitar a las compañías de buena calidad la obtención del crédito necesario para afrontar este periodo en el que los ingresos atravesarán dificultades en el mejor de los casos o se verán reducidos a cero en el peor.
Por desgracia, las autoridades fiscales no han estado a la altura de sus homólogas monetarias, al no abordar la sobrecogedora caída de la actividad económica real (la clave de esta crisis) con suficiente premura hasta los últimos días. Lamentablemente, aunque no es de extrañar, la respuesta fiscal se ha visto entorpecida por la política. Sin embargo, incluso los responsables de la formulación de políticas están actuando con mayor celeridad y determinación de lo habitual durante los periodos de crisis.
Además, el rápido fortalecimiento del dólar estadounidense está agravando la crisis. El descenso de los precios de los activos (y el consiguiente temor) ha creado una enorme demanda de dólares, lo que se debe en parte al cierre de las posiciones de cobertura, así como a la acumulación masiva de dólares estadounidenses para abonar los eventuales gastos y los pasivos. Hoy en día, existen líneas de swap de divisas con muchos bancos centrales, aunque es posible que tengan que hacerse esfuerzos adicionales en este frente.
El entendimiento del COVID-19 es crucial
Cabe mencionar que las respuestas monetarias y fiscales no tendrán plena eficacia hasta que los expertos médicos tengan un mejor entendimiento de la naturaleza del virus, los medios de transmisión y el desarrollo de tratamientos y una vacuna. Hasta que no sepamos cuánto tiempo tendrán que estar confinados los ciudadanos en sus casas y durante cuánto tiempo se mantendrá el bloqueo efectivo de la actividad económica, resulta muy difícil evaluar si las medidas adoptadas por las autoridades políticas son las adecuadas. Este problema solo puede solucionarse efectivamente con políticas públicas centradas en los factores relativos al propio virus: confinamiento, hospitales, ventiladores, entre otros. Se desconoce cuándo podremos volver a la normalidad de forma segura y cuándo podremos regresar a nuestros lugares de trabajo, a los cines y a las tiendas.
Se necesita un horizonte temporal a más largo plazo
En este clima de incertidumbre, existen unas cuantas cosas que sí sabemos. Una de ellas es que la venta de activos a precios de liquidación en mercados ilíquidos se traduce en pérdidas. De esto no cabe duda. Desaconsejamos esta práctica.
Entonces, ¿dónde están las oportunidades? Sugerimos a los inversores que evalúen la situación sin tener en cuenta las experiencias pasadas; solo cuenta el presente. La volatilidad y el descenso de los precios han generado un mayor número de puntos de entrada ventajosos en los mercados. Los activos son baratos, sin duda más baratos que hace seis semanas. Plantéese esta pregunta: si no estuviera ya invertido en el mercado, ¿compraría?
Esta situación ofrece a los gestores de inversiones la oportunidad de añadir pequeñas posiciones en empresas que pueden tolerar entre seis y doce meses de perturbaciones en los ingresos. La profundidad y la duración de la pandemia, así como sus repercusiones, siguen siendo un interrogante. Los mercados han respondido a esta incertidumbre situando las correlaciones en niveles cercanos a uno. En periodos caracterizados por tales distorsiones, las inversiones de calidad reciben el mismo tratamiento que las inversiones mediocres, y esto genera oportunidades. La recuperación de las empresas, los consumidores y la economía mundial llevará su tiempo. Recomendamos a los inversores que amplíen sus horizontes temporales y que se armen de paciencia.
Esta crisis provocará a buen seguro un cambio de paradigma en la forma en la que interactuamos en sociedad, aunque la resiliencia y el ingenio del ser humano nos han ayudado a salir de crisis de similar magnitud en el pasado. Esta vez no será diferente. Si no apostamos por esta visión, nos abocamos inevitablemente a un escenario apocalíptico.
Tribuna de William J. Adams, director de inversiones de renta fija mundial, y Erik Weisman, gestor de carteras y economista jefe en MFS Investment Management.
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