Pese a su larga duración, el ciclo económico de once años que acaba de concluir generó un magro crecimiento económico si se compara con las suculentas rentabilidades que los mercados financieros brindaron a los inversores. Los bancos centrales pronosticaban que los bajos tipos de interés espolearían los instintos animales en el sector corporativo, el crecimiento de los gastos de capital y una inflación que beneficiaría a todos.
En lugar de eso, más que originar un crecimiento de los salarios y otros amplios beneficios para la sociedad, el ingente aumento en los balances de los bancos centrales financió, sin pretenderlo, la inflación de los precios de los activos a medida que se disparaban los repartos de dividendos y las recompras de acciones.
Esta medida fallida vino acompañada de un pico en el cortoplacismo inversor. En un contexto de crecimiento de los ingresos por debajo de la media entre los primeros compases y la fase intermedia del ciclo, las compañías reconocieron la sed del mercado por la devolución de capital a los accionistas a expensas del valor a largo plazo. El tejido corporativo dio al mercado lo que quería.
En el transcurso del último ciclo económico, las empresas del índice S&P 500 devolvieron capital por valor de más de 9 billones de dólares a los accionistas, lo que supone una proporción considerable de los 23 billones de USD de capitalización de mercado que presenta el selectivo. Este movimiento se llevó a cabo principalmente a través del desapalancamiento de sus balances y contribuyó a catapultar las valoraciones de la renta variable de manera muy poco acorde con el ritmo de crecimiento económico observado en Estados Unidos o en todo el planeta. El modelo de primacía del accionista, que preconizaba la idea de que las empresas existían principalmente para servir los intereses de los accionistas, se hallaba en su cénit.
Lo anterior sentó las bases para que se produjera un asalto a gran escala al modelo de primacía de los accionistas. El descontento respecto de este modelo podría traducirse en cambios sustanciales en el perfil de los márgenes y las valoraciones que los inversores estarán dispuestos a pagar por determinadas empresas. Somos de la opinión de que, a buen seguro, la selección de valores cobrará una relevancia creciente como resultado de estos cambios. A continuación, evaluamos este riesgo en tres ámbitos: la desigualdad de ingresos, la cadena de suministro y el gobierno corporativo.
Desigualdad de ingresos
Muchos factores estructurales, como la automatización, han desembocado en un repunte de la desigualdad de ingresos en la mayoría de los mercados desarrollados a lo largo de los últimos cuarenta años. La COVID-19 ha sacado a la luz todas estas desigualdades, y consideramos que la sociedad y las autoridades reguladoras tratarán de revertir muchas de estas medidas encaminadas a la mejora de los márgenes que las empresas han adoptado con el objeto de recortar los costes laborales en las últimas décadas. Entre otros muchos ejemplos posibles, cabe destacar los siguientes:
- El número de empleados temporales, de «bolos» y con contratos por obra y servicio se ha disparado, mientras que las posibilidades de conseguir un trabajo a tiempo completo para estos trabajadores, que ofrece mejores prestaciones y protecciones en materia laboral, se han evaporado.
- El valor de muchos trabajos del sector servicios ha disminuido de forma notoria. Pocos ofrecen un salario digno, prestaciones de salud y de jubilación u horarios coherentes, lo que ha obligado a la sociedad a asumir el coste que se deriva de los aspectos externos negativos asociados a las prácticas laborales de los empleadores que abogan por pagar bajos salarios.
Las compañías que cosechaban unos beneficios excesivos por la supresión insostenible de salarios se encuentran en situación de riesgo en el mundo que nos deparará la COVID-19 tras su paso. Por el contrario, las empresas que ya gestionan bien su plantilla o exhiben unos márgenes y un poder de fijación de precios suficiente para absorber este incremento de los costes laborales se verán sometidas seguramente a una menor presión sobre los márgenes, además de atesorar probablemente un valor de escasez único en comparación con sus homólogas.
Cadena de suministro
El énfasis creciente de la sociedad en la desigualdad se ha extendido a las cadenas de suministro. Se han dado muchos casos de trabajadores que están teniendo que afrontar dificultades económicas por el cierre de fábricas como consecuencia de la pandemia. Por poner un ejemplo, muchos han pedido a algunas marcas de moda que no solo protejan a sus trabajadores de primera línea en los países desarrollados, sino también a los trabajadores presentes en la cadena de suministro. Somos de la opinión de que pocas firmas podrán soportar un nivel de gastos de tal magnitud en el caso de que la paralización económica se prolongue más allá de unos meses. Además, los nuevos factores derivados de la pandemia se están sumando a los ya existentes —como la normativa en materia de esclavitud moderna que tiene como objetivo evitar el trabajo forzado y el trabajo infantil, entre otras disposiciones—, lo que incrementará seguramente la presión sobre los costes de la cadena de suministro, que afecta a las empresas.
Gobierno corporativo
En términos históricos, los inversores interesados en la sostenibilidad han centrado su atención en cuestiones de gobierno corporativo como la estructura del consejo y la remuneración de los ejecutivos. Sin embargo, es probable que el atracón de deuda que acabó bruscamente con la llegada de la pandemia provoque que su atención rote hacia asuntos de gobierno corporativo que llevan mucho tiempo soslayándose, como la asignación y la devolución del capital, unos elementes que, a nuestro parecer, tendrán igual o mayor impacto en la sostenibilidad y la resiliencia de una firma a largo plazo. Las prácticas corporativas, como el incremento de la deuda para financiar las recompras de acciones y los dividendos, serán objeto de un escrutinio mucho mayor de cara al futuro.
Por otra parte, a medida que las compañías buscan subsidios y rescates gubernamentales, vaticinamos una mayor vigilancia de las empresas que pagan unos reducidos impuestos de sociedades. Incluso antes de la pandemia, la transparencia fiscal estaba creciendo, y muchas empresas se estaban viendo obligadas en cada país a informar sobre los empleados, las ventas, los beneficios, los activos y otros parámetros. Por otra parte, hemos sido testigos de cómo algunos países desarrollan impuestos sobre los ingresos derivados de servicios digitales, lo que podría representar a buen seguro el comienzo de unos impuestos basados en los ingresos que se gravarán sobre las compañías que trasladen sus beneficios fuera de las jurisdicciones con impuestos más elevados.
Como cabe esperar, pensamos que la creciente deuda pública derivada de la respuesta al brote de coronavirus va a acelerar probablemente el incremento en los impuestos de sociedades o el desarrollo de nuevas formas de tributación como impuestos sobre las emisiones de carbono, el azúcar o los ingresos. Al igual que ocurre con las dificultades que se citan con anterioridad, estos cambios podrían ejercer una presión bajista sobre los márgenes empresariales a medio y largo plazo.
Todo esto supone mucho sobre lo que reflexionar y nos hemos dejado muchas cosas en el tintero. Por ejemplo, podríamos discutir sobre la velocidad a la que se producirá este cambio o incluso sobre si el modelo de primacía de los accionistas desaparecerá por completo ante unos niveles de incertidumbre mayores que de costumbre. Esta es la razón por la que, como inversores, tratamos de invertir en compañías que, en nuestra opinión, pueden aumentar sus beneficios de manera sostenible a lo largo de un ciclo económico completo y cuyos perfiles de riesgo/rentabilidad revisten atractivo.
Como mínimo, sabemos que los márgenes de beneficios marcaron máximos históricos en el último ciclo frente a uno de los peores entornos económicos de la historia, dado que, en nuestra opinión, se recabó muchísimo valor económico de las partes interesadas sin participación en el capital social.
Todos los ciclos económicos han provocado desajustes. Durante una crisis o una recesión, la corrección, dolorosa y cara, de estos desajustes recae sobre los hombros de los culpables. Con eso en mente, pensamos que la única manera de administrar el capital de una manera verdaderamente responsable estriba en llevar a cabo con gran rigor tanto el análisis fundamental como la selección de valores.
Columna de Robert M. Almeida, Jr., gestor de carteras y estratega de inversión mundial en MFS Investment Management, Barnaby Wiener, gestor de carteras y director de sostenibilidad y administración, y Robert M. Wilson, Jr., analista de la gestora.
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