A corto plazo, las cotizaciones bursátiles reaccionan a las noticias económicas, así como a los acontecimientos políticos y macroeconómicos; sin embargo, en última instancia, los precios de los activos de riesgo reflejan las expectativas sobre los beneficios empresariales. El histórico descenso del mercado hasta la fecha (tanto en alcance como en rapidez) se deriva de la anticipación de una significativa recesión de los beneficios, en vista de las perturbaciones de la demanda y la evaporación del acceso al capital provocadas por la pandemia del COVID-19. Este cambio abrupto está lejos de ser típico.
Si bien no sabemos todavía cuánto durará esta recesión, prevemos que sus efectos, al menos a corto plazo, serán graves. Antes de que comenzara la crisis, la calidad de los beneficios era inferior a la media, las valoraciones se situaban por encima de la media y gran parte de este prolongado e histórico ciclo de los beneficios se vio determinado por factores diferentes al crecimiento de los ingresos. El excesivo afán por los flujos de caja libre con el objeto de satisfacer a los inversores se nutrió de balances apalancados, la manipulación del capital circulante a través de la financiación de las cadenas de suministro y la infrainversión corporativa ante unos gastos de capital y operativos significativamente reducidos. En resumen, las ganancias eran vulnerables.
Frente a las considerables perturbaciones de la demanda, una recesión económica y la brusca contracción de la disponibilidad del crédito, muchas compañías deben afrontar ahora la dura realidad. Los mercados de capitales se han apresurado a descontar un descenso vertiginoso de los beneficios empresariales. A finales de 2019, los beneficios por acción del S&P 500 y el MSCI EAFE (en términos agregados) rondaban los 152 dólares y los 105 dólares, respectivamente. ¿Cuánto caerán los beneficios desde esos niveles?
Remontémonos a la época posterior de la Segunda Guerra Mundial. En el siguiente gráfico se ilustra la variación porcentual desde el nivel máximo hasta el nivel mínimo de los beneficios por acción (BPA) del índice S&P 500.
Cada ciclo es único y se caracteriza por diferentes áreas de sobreinversión y euforia, aunque cada uno sigue el mismo camino en al menos un aspecto: en etapas avanzadas del ciclo, los inversores subestiman el riesgo y sobrestiman la liquidez. El problema al que los inversores se enfrentan en la actualidad radica en la falta de visibilidad sobre cuán grave puede ser la caída de los beneficios.
El descenso promedio de los beneficios, como se muestra más arriba, es del 22%. Aunque el índice S&P 500 no es representativo del mundo, sí constituye un indicador razonable y nos permite formular un punto de vista general, a saber: suponiendo unos múltiplos de beneficios normales, los actuales niveles del mercado descuentan una recesión de los beneficios en el conjunto de los mercados mundiales de renta variable. No obstante, este ciclo económico y del mercado financiero no ha registrado una evolución normal o media. Como hemos venido advirtiendo durante algún tiempo, los fundamentales corporativos han presentado una mayor debilidad de lo que parecía.
En nuestra opinión, el COVID-19 no es un virus ordinario y su impacto en la economía será será todo menos promedio. La lista de compañías que ya han recurrido a líneas de crédito revolvente, reducido los pagos de dividendos y cesado sus planes de recompra de acciones es demasiado larga como para mencionarla. Así pues, cuando salgamos de la crisis, creemos que una juiciosa selección de valores determinará el éxito o el fracaso de muchas carteras, lo que deparará oportunidades para los que se hayan preparado y hagan gala de destreza y paciencia.
Columna de Robert M. Almeida, gestor de carteras y estratega de inversión mundial, Erik Weisman, gestor de carteras y economista jefe, de MFS Investment Management.
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