A estas alturas, los inversores ya han digerido las temáticas principales de la agenda económica del nuevo presidente francés. Se han depositado muchas esperanzas en la idea de que el regreso de una tercera vía al estilo Blair-Schroeder traerá consigo reformas en pro de la generación de riqueza. Sin embargo, existe otro motivo por el que los inversores muestran una cierta predisposición hacia Emmanuel Macron. Se dan ciertos paralelismos con el universo de la inversión, y los inversores están identificando patrones conocidos en el enfoque de Macron en el plano político.
La andadura de Macron comenzó con un análisis de valores, que, tras arrojar un resultado positivo, está ganando fuelle. Este análisis de valores se centraba en los planes y políticas en materia económica ignorados por los partidos tradicionales ya debilitados, lo que demostraba que existía espacio para un enfoque alternativo. El impulso de este enfoque se refleja en el número de nuevos conversos que lo apoyan, y Macron espera poder utilizarlo para conseguir una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional.
Este impulso también le hará falta si pretende poner en práctica sus reformas con celeridad y conseguir la aceptación de los ciudadanos. El método Macron también presenta un equilibrio entre el talento táctico y la visión estratégica, muy apreciado entre los inversores. Su éxito electoral demostró su capacidad para hacer uso del oportunismo, al aprovechar las circunstancias cuando éstas ofrecían la posibilidad de obtener beneficios rápidos. Su campaña también se benefició de una declaración de intenciones de cara a la implantación de reformas estructurales a largo plazo.
Además, el proyecto de Macron revela una búsqueda de «asimetría del riesgo» y «convexidad», dos conceptos conocidos por los inversores. Dar prioridad a la educación y a la formación profesional es básicamente una forma de fortalecer los fundamentales al tiempo que se proporciona a las personas los recursos necesarios para albergar verdaderas ambiciones. Es decir, un sistema basado en la opcionalidad.
Del lado técnico, la capacidad de Macron para comprender asuntos complejos también gusta a los inversores, que se enfrentan constantemente a unos mercados financieros altamente eficientes, en los que las ideas que parecen sencillas u obvias levantan sospechas ya que, sin duda, se han implementado con anterioridad y su efecto ya está reflejado en los precios. La gestión activa solo genera rentabilidad a largo plazo si los inversores son conscientes de la atención al detalle que requiere esta tarea y reconocen su dificultad.
La postura de Macron durante su candidatura a la presidencia siguió una senda similar, ya que rechazó explícitamente la idea de la existencia de una varita mágica (lo que en lenguaje político se denomina «soluciones demagógicas»).
Por último, durante la aventura presidencial de Macron, los inversores podrán observar una cualidad que valoran profundamente: la asunción de riesgos personales. En términos de la gestión del ahorro, la inversión – tanto directa como por medio de una gestora profesional requiere compromiso. Estas gestoras profesionales sólo son fiables si asumen personalmente las consecuencias de sus acciones.
La experiencia demuestra que es prudente obviar consejos de inversión provenientes de terceros que no están involucrados en la actividad y que, por tanto, no arriesgan nada. Al abandonar su carrera en la banca, renunciar a su cargo en el anterior gobierno e intentar llevar a cabo algo sin precedentes en la historia política francesa, Emmanuel Macron ha demostrado sin duda alguna una gran ambición, además de una clara aceptación de los riesgos personales que este proceso entraña.
También cabe destacar la flexibilidad –un factor decisivo para los inversores comprometidos con la gestión activa y la piedra angular de la reforma propuesta a la legislación en materia de empleo– y un buen equilibrio entre intuición y análisis, que constituyen la regla de oro de la gestión de activos, además de dos importantes factores del éxito de Macron.
Todos estos paralelismos permiten a los inversores aplicar un análisis conocido a los elementos más evidentes de la filosofía de Macron. Por supuesto, existen unos límites, simplemente porque la propia idiosincrasia de la democracia conlleva que cualquier nueva autoridad recién adquirida pierde su poder rápidamente si no cuenta con el suficiente apoyo político. Este concepto es ajeno a los inversores, dado que no sólo no necesitan el apoyo de la mayoría antes de tomar una decisión, sino que además deben ser capaces de actuar en contra de la visión de consenso. Por lo tanto, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que los inversores no subestimarán este reto tan centrado en la política, ante el cual el nuevo presidente habrá de estar a la altura.