Hacer frente al cambio climático y, más concretamente, a su impacto en el planeta y en todos los seres vivos exige acción inmediata. El mundo está lidiando con temperaturas récord, conflictos en curso en Europa del Este y Oriente Medio y persistentes presiones inflacionistas. En este contexto, abogar por la educación climática se ha convertido en algo fundamental. Proporciona a las personas y las comunidades los conocimientos, las capacidades y la motivación necesarios para combatir el cambio climático y fomentar la resiliencia en tiempos difíciles.
La educación, necesaria tanto para mitigar el cambio climático como para adaptarse a él, es un pilar infravalorado, aunque fundamental, de la acción por el clima. Pensemos en esto: los niños nacidos en 2020 se enfrentarán a fenómenos meteorológicos extremos hasta siete veces más que sus abuelos a lo largo de su vida. Las generaciones jóvenes son las más afectadas y las peor preparadas en términos de educación climática. De hecho, el 70% de los jóvenes no pueden explicar el cambio climático, sólo pueden explicar principios generales o no saben nada al respecto. Para colmar esta laguna de conocimientos es necesario invertir más. Desgraciadamente, la ayuda pública a la educación ha seguido una tendencia a la baja, pasando del 14,7% en 2003 al 9,7% en 2021. Este descenso subraya la necesidad de fuentes de financiación alternativas para garantizar una educación climática completa.
Superar este déficit de financiación requiere enfoques innovadores. Por ejemplo, en la COP28 de diciembre de 2023 se puso en marcha una iniciativa de inversión de 70 millones de dólares para construir escuelas resistentes al clima en países vulnerables. Además, la Alianza para una Educación Verde, encabezada por la UNESCO, pretende garantizar que todos los alumnos estén preparados para el cambio climático. Estructurada en torno a cuatro pilares fundamentales (escuelas más ecológicas, planes de estudios más ecológicos, formación del profesorado y capacidades de los sistemas educativos más ecológicas, y comunidades más ecológicas), la alianza aborda no solo los datos científicos del cambio climático, sino también los aspectos socioeconómicos y de comportamiento de la justicia climática, la ansiedad ecológica y las soluciones basadas en la acción. Estos marcos educativos integrales son cruciales para fomentar una comprensión completa de los problemas climáticos y capacitar a los futuros líderes para impulsar el cambio.
Invertir en la educación de los jóvenes, especialmente en el contexto del cambio climático y la justicia social, es esencial para el desarrollo sostenible. Está en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), a saber, el ODS 4, que se centra en la educación de calidad, y el ODS 13, que hace hincapié en la acción por el clima. Educar a los jóvenes sobre el cambio climático no sólo les prepara para afrontar los retos del futuro, sino que también les capacita para ser agentes proactivos del cambio en sus comunidades. Este empoderamiento puede conducir a soluciones innovadoras e iniciativas dirigidas por la comunidad que contribuyan significativamente a los objetivos climáticos mundiales. Al educar a los futuros líderes políticos del mundo, nos aseguramos de que las futuras políticas y decisiones se tomen basándose en un profundo conocimiento de los problemas climáticos.
Un ejemplo concreto de éxito es el Mecanismo Internacional de Financiación de la Educación (IFFEd), que aprovecha los compromisos de los donantes para desbloquear las inversiones del sector privado en educación. Este modelo ha logrado movilizar una financiación significativa para la educación en los países en desarrollo, demostrando que las inversiones en educación pueden producir beneficios sustanciales. Al adoptar prácticas de inversión responsable y apoyar iniciativas como la Alianza para una Educación Verde, el sector financiero puede amplificar los esfuerzos para combatir el cambio climático. La acción colectiva del sector financiero no sólo podría mitigar los riesgos, sino también contribuir a garantizar el crecimiento sostenible a largo plazo y la estabilidad de las generaciones futuras.
Los inversores están llamados a actuar ahora. No se trata sólo de invertir en educación, sino en la futura resiliencia y prosperidad de nuestro planeta y de todos los seres vivos. La ventana de oportunidad es estrecha, pero el impacto potencial es inmenso.
Tribuna elaborada por Claudia Ravat, analista ESG en Crédit Mutuel Asset Management