La medición de la felicidad a nivel mundial se ha convertido en un área de interés significativo para gobiernos y organizaciones, especialmente a través del “Informe Mundial de la Felicidad”, elaborado anualmente por la ONU en colaboración con Gallup y otros organismos. Este informe utiliza diversos indicadores para evaluar el bienestar y la satisfacción de las personas en diferentes países. En este informe, para medir felicidad, se incluye por ejemplo el PIB per cápita, el apoyo social, la esperanza de vida saludable, la libertad para tomar decisiones, la generosidad, y la percepción de corrupción.
La relación entre la felicidad en diferentes países y el desarrollo de sus mercados de capitales ha sido objeto de varios estudios que analizan cómo los factores económicos influyen en el bienestar subjetivo de las personas. Una de las relaciones más sencillas o directas dice relación con el crecimiento económico y el bienestar: la literatura sugiere que existe una correlación significativa entre el crecimiento económico, medido a través del PIB, y los niveles de felicidad. A su vez, los mercados de capitales juegan un papel crucial al facilitar el ahorro y la inversión, lo que contribuye al desarrollo económico y la creación de empleo, lo que, a su vez, puede mejorar la estabilidad económica y, potencialmente, aumentar la felicidad. Finalmente, la estabilidad económica es un determinante clave del bienestar: la inflación volátil y el desempleo pueden afectar negativamente la percepción de felicidad en la población, y, por lo tanto, un mercado de capitales sólido que promueva la estabilidad económica puede contribuir indirectamente a mejorar los niveles de felicidad.
Resumiendo, un mercado financiero sano y profundo permite canalizar los ahorros locales hacia inversión local, fomentando la asignación eficiente de recursos, impulsando el crecimiento, el empleo formal, haciendo crecer esos ahorros, manteniendo la estabilidad en las cuentas externas, y generando ingresos u holguras para el Estado. Todo ello se refleja en un mayor ingreso per cápita, y, por consiguiente, en mayor bienestar para los trabajadores.
De esta manera, un sistema de pensiones con un pilar fuerte de ahorro individual que se capitaliza ayuda a que los trabajadores canalicen ese ahorro y puedan generar este círculo virtuoso en toda la economía. Dicho de otra forma, ello permite que los trabajadores puedan financiar sus emprendimientos o aspiren a la casa propia (a través de créditos hipotecarios accesibles), mientras que posibilita a las pequeñas y medianas empresas crecer (creando empleo y crecimiento), y coadyuva, por ejemplo, a que el Estado tenga la capacidad para financiar programas sociales en apoyo de los más vulnerables. Todo ello se produce como externalidad positiva, mientras el ahorro previsional de los trabajadores se multiplica, posibilitándoles acumular fondos adecuados para complementar sus fuentes de ingreso durante la jubilación.
Los países más felices del mundo cuentan con los mejores sistemas de pensiones según el índice de Pensiones CFA Mercer 2024 (ver Gráfico 1). Los primeros países en ese ranking tienen ahorros previsionales de entre 200% a 300% de sus respectivos PIB, y a su vez, resultan ser los países más felices. En general, se observa una tendencia positiva entre el valor de índice Mercer y el índice de felicidad (ver Gráfico 2).
A todas luces, entonces, si las políticas públicas se van a centrar en generar bienestar en la población, con trabajadores que son felices y resilientes en todo su ciclo de vida y llegan a la edad de retiro con múltiples fuentes para financiar sus pensiones, ¿no deberíamos seguir fortaleciendo una de las variables relevantes de la ecuación, a saber, los sistemas que estimulan el ahorro individual?
Sobre el autor: Manuel Tabilo es Gerente de Estudios de la FIAP